Frozen o la g¨¦lida maldad de las ni?as
Disney sabe explorar como nadie la ignota alma de los ni?os. Lleva casi cien a?os haci¨¦ndolo. Observen que no he recurrido a la candidez para referirme a esos corazoncitos. Porque ni yo ni la factor¨ªa audiovisual (aunque no lo reconocer¨¢ jam¨¢s porque le va el negocio en ello) creemos en la pureza de la infancia ni en esa imagen id¨ªlica de la misma que estamos obligados a consumir a trav¨¦s de la publicidad y el cine. M¨¢s bien, estimo que el mal nos habita desde el nacimiento en estado larvario y que bastan unas gotas de civilizaci¨®n para activarlo. Es cuesti¨®n de tiempo y de roce con la sociedad, pero la maldad viene de f¨¢brica.
El alma de los ni?os es la materia prima con la que trabaja Disney. Como cualquier otra mercanc¨ªa, la elabora, la manipula y le pone un envoltorio vistoso (ahora en 3D) para hacerla lo m¨¢s vendible posible. Se trata de hacer caja. Y de ser rentable. Y como se juegan su dinero, a la hora de conocer la aut¨¦ntica mentalidad de los ni?os me f¨ªo mucho m¨¢s de los guiones de las pel¨ªculas de Disney que de cualquier enciclopedia pedag¨®gica.
Frozen, el ¨²ltimo gran ¨¦xito de la factor¨ªa, es un tratado de psicolog¨ªa infantil. La historia, dirigida expresamente a las ni?as, ha batido todos los r¨¦cords de una pel¨ªcula de animaci¨®n. No solo de recaudaci¨®n en las salas sino del llamado merchandising, la cacharrer¨ªa (disfraces, utensilios, posters, juguetes¡) que llevan aparejadas las grandes producciones cinematogr¨¢ficas. Su argumento es sencillo y gira en torno a Elsa, un personaje dual que se comporta como las princesitas ?o?as de Disney hasta que descubre, en un momento de ira, que puede convertir en hielo todo lo que le irrite.
La adicci¨®n obsesiva que ha causado esta reina del hielo entre las ni?as de entre 3 y 9 a?os no tiene parang¨®n. Criaturas que apenas alzan cuatro palmos y a duras penas balbucean la tabla del uno al 10, pese al esfuerzo vano de sus educadores, no solo han aprendido de memoria las canciones del filme sino que recitan textualmente los di¨¢logos, secuencia por secuencia, y conocen al dedillo las peripecias de los personajes. El efecto alucin¨®geno llega a tal extremo que, para preocupaci¨®n de madres y profesores, piden que les cambien el nombre, y les llamen Elsa, y les vistan como a ella para ir a la escuela.
Elsa es precisamente el secreto de la adicci¨®n. Las ni?as ven en su potestad mal¨¦fica un arma de rebeld¨ªa y afirmaci¨®n femenina que les hab¨ªan negado hasta ahora las historias de princesas sumisas y pasivas tipo Cenicienta o Pocahontas. De hecho, la protagonista original en el guion es su hermana Anna, una beat¨ªfica princesita, cursi hasta el extremo, que intenta enmendarla. Pero ninguna ni?a quiere vestirse con el disfraz de Anna la tontorrona. Y han entronizado a Elsa como su reina. Porque puede hacer el mal petrificando en hielo a quien le lleve la contraria, el sue?o de cualquier ni?o. Si tienen una hija o una nieta de esa edad, tengan cuidado con sus miradas g¨¦lidas.
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