Metonimias fresquitas para el verano
'Open, mi historia' es una recomendable autobiograf¨ªa en la que Agassi lo cuenta casi todo
Horripilante pesadilla despu¨¦s de una t¨®rrida noche de copas. Me despert¨® el desgarrado aullido de terror que yo mismo hab¨ªa lanzado en el sue?o. No recuerdo exactamente de qu¨¦ iba ¡ªafortunadamente casi todo se esfum¨® en el microsegundo del despertar¡ª, pero s¨ª que me encontraba en un pub veraniego de horterez indescriptible, que un mu?¨®n sanguinolento ocupaba el lugar en el que hab¨ªa estado mi antebrazo izquierdo y que, algo m¨¢s lejos, alguien con un aire a Francisco Marhuenda y ataviado con muceta de acad¨¦mico de la Historia, me sonre¨ªa con los dientes ensangrentados (entonces grit¨¦). Aunque, al contrario que los novelistas, uno nunca es responsable de los personajes de sus sue?os, comprender¨¢n que, despu¨¦s de semejante espanto, haya decidido cambiar radicalmente mis h¨¢bitos en lo que se refiere a la ingesta de alcohol. Y lo cierto es que llevo bastante tiempo buscando la bebida ideal, que, como dec¨ªa Barthes, deber¨ªa de ser rica en metonimias de toda clase. Mientras la encuentro me refugio en consejos de grandes bebedores: por ejemplo, en los que da el genial borrachuzo Kingsley Amis en ese libro imprescindible ¡ªy casi de cabecera para los aficionados al bebercio¡ª que es Sobrebeber (Malpaso), donde recomienda para las resacas, m¨¢s que el astringente y complejo bloody Mary, la mezcla de whisky y jengibre seco. Por lo dem¨¢s, coincido con el autor de Lucky Jim (1954), unas de las mejores ¡°novelas de campus¡± del siglo XX, en que el mejor c¨®ctel del mundo es el dry martini (Mencken dec¨ªa que era la ¨²nica creaci¨®n americana tan perfecta como el soneto), pero discrepo en su apreciaci¨®n de la sangr¨ªa, ¡°esa antigua p¨®cima espa?ola¡ que te permite beber la que quieras sin acabar desplom¨¢ndote¡±: los pedos de sangr¨ªa pueden ser terribles, sobre todo porque uno no llega a controlarlos nunca. Hablando de p¨®cimas alcoh¨®licas, leo que Acantilado publicar¨¢ en octubre La filosof¨ªa del vino, del h¨²ngaro B¨¦la Hamvas (1897-1968), bibliotecario y pensador ¡°metaf¨ªsico¡± (en el sentido que dan al t¨¦rmino los esot¨¦ricos seguidores de Ren¨¦ Gu¨¦non), considerada por los buenos bebedores no solo una lectura esencial, sino una apolog¨ªa dionisiaca de los buenos momentos de la existencia. Pienso que, despu¨¦s de todo, quiz¨¢s sea el vino la bebida que contiene todas las metonimias.
Tenis
Nunca he sido un forofo del tenis, de modo que cuando pienso en ese deporte que tanto fascina a los escritores, lo primero que me viene a la cabeza no es la apote¨®sica final de Wimbledon (2006) entre Federer y Nadal a la que David Foster Wallace se refiri¨® en su art¨ªculo Federer as Religious Experience, recogido con otro t¨ªtulo en su libro de ensayos En cuerpo y en lo otro (Mondadori); tampoco en el temprano art¨ªculo (1988) de Martin Amis sobre el tenis femenino (en Visitando a Mrs. Nabokov y otras excursiones, Anagrama); ni siquiera en el triunfante Santana de mi juventud, o en el espect¨¢culo de los apote¨®sicos cabreos de McEnroe, o, mucho m¨¢s cerca, en el juego cartesiano y estrat¨¦gico de la Graf, en la oximor¨®nica (perdonen la licencia) elegancia de Serena Williams o en las pundonorosas y sudadas victorias de Rafa Nadal. Por alguna raz¨®n que seguramente tiene que ver con el div¨¢n en el que me he tumbado dos veces por semana durante a?os, lo que primero me viene a la cabeza es una partida de tenis silenciosa y sin pelota: la que juegan unos mimos en la cancha del misterioso Maryon Park londinense, una escena que aparece en Blow Up (Antonioni, 1966), que, como se sabe, est¨¢ basada en el relato Las babas del diablo, uno de los m¨¢s caracter¨ªsticos de Cort¨¢zar. Tanto pesa en mi conciencia esa imagen prestada que hace bastantes a?os tom¨¦ un tren en Paddington y me baj¨¦ en Woolwich Dockyard para poder ver in situ ese lugar que tanto en la pel¨ªcula como en la realidad (fui pronto, era oto?o, cielo bajo, no hab¨ªa jugadores) se impone con ominosa presencia. Lo he recordado leyendo las pruebas de Open, mi historia, la autobiograf¨ªa de Andr¨¦ Agassi (Duomo, septiembre). En ella, el gran tenista armenio-estadounidense (Las Vegas, 1970) lo cuenta casi todo: ¨¦xitos, millones, matrimonios (Brooke Shields, Steffi Graf), divorcio, depresiones, derrotas y llantos (frente a Benjamin Becker), consumo de meta anfetaminas, etc¨¦tera; y lo cuenta tan bien y con tanta intensidad que uno no puede dejar de preguntarse cu¨¢nto ha puesto ¨¦l en esta historia y cu¨¢nto el talento narrativo y el sentido dram¨¢tico de su ¡°negro¡±, el escritor J. R. Moehirnger. Recomendable.
Franco
Vuelve (otra vez) Franco, cuando falta poco para que se cumplan 40 a?os de su m¨¢s bien apacible fallecimiento en la cama (a pesar de las heces en melena y de la insufrible presencia del marqu¨¦s de Villaverde), y sin m¨¢s juicio o condena ¡ªal contrario que muchas de sus v¨ªctimas¡ª que los de car¨¢cter moral, que siempre dependen de algo tan poco fiable y sujeto a mudanza como la interpretaci¨®n hist¨®rica. Vuelve, a pesar de que algo de su legado sigue todav¨ªa ah¨ª fuera, demostrando la timidez de la democracia para hacer justicia a los cientos de miles de personas que sufrieron el exilio, la c¨¢rcel, la duradera humillaci¨®n de los a¨²n vivos por no poder honrar cabalmente a los muertos porque ignoran su ¨²ltimo paradero. Vuelve aunque solo desde las p¨¢ginas de libros en que se estudia su vida y obra en el contexto en que se desarrollaron. Por ejemplo, en Por la grandeza de la patria. La biopol¨ªtica en la Espa?a de Franco (FCE), de Salvador Cayuela S¨¢nchez, un ensayo en el que se analizan la articulaci¨®n de los mecanismos de poder y las estrategias de legitimaci¨®n del Estado surgido de la rebeli¨®n y la guerra contra el orden leg¨ªtimo, y que acab¨® prolong¨¢ndose en forma de r¨¦gimen sucesivamente fascistoide, totalitario o autoritario durante casi cuarenta a?os. A la ingente bibliograf¨ªa sobre el personaje y su ¨¦poca ¡ªque aumentar¨¢ a medida que se aproxime el cuadrag¨¦simo aniversario de su muerte¡ª se a?adir¨¢n en la pr¨®xima rentr¨¦e tres nuevos t¨ªtulos: los dos primeros (septiembre) son la biograf¨ªa ¡°definitiva¡± Franco (Espasa), escrita en colaboraci¨®n por Stanley Payne (?recuerdan cuando publicaba en Ruedo Ib¨¦rico, mucho antes de que le diera por avalar al eximio P¨ªo Moa?) y el periodista Jes¨²s Palacios, con el que ya hab¨ªa publicado Franco, mi padre (La Esfera de los Libros); y el pol¨¦mico (antes de haberse publicado en espa?ol ya ha suscitado opiniones encontradas de varios intelectuales espa?oles) La cripta de Franco (Ariel), de Jeremy Treglown, un intento de situar la cultura espa?ola de la ¨¦poca de Franco (y de despu¨¦s) m¨¢s all¨¢ de la querella de la ¡°memoria hist¨®rica¡±. Por ¨²ltimo, en noviembre se publicar¨¢ El final de la guerra, de Paul Preston (Debate), ¡°el hispanista m¨¢s prestigioso de la actualidad¡± (?caramba!), centrado en la tragedia humanitaria de la primavera de 1939 y en sus tres grandes protagonistas: Juli¨¢n Negr¨ªn, que ¡°trat¨® de evitar la cat¨¢strofe¡±; Juli¨¢n Besteiro, que ¡°actu¨® con ingenuidad culpable¡±, y Saturnino Casado, cuyo comportamiento fue ¡°c¨ªnico, ego¨ªsta y arrogante¡±; lo cierto es que, leyendo los paratextos editoriales tengo cierta sensaci¨®n de d¨¦j¨¤ vu.
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