Volver¨¢n los jinetes en la tormenta
El g¨¦nero del Lejano Oeste parece destinado a la arqueolog¨ªa, pero su mito perdura
Cuando los cazadores de brujas estaban acusando a Mankiewicz ¡ªautor de un cine cuyas se?as de identidad son la inteligencia y complejidad¡ª de haber encontrado en ¨¦l huellas de izquierdismo, un se?or asumi¨® su defensa ante la histeria macartista. Su opini¨®n fue tan sobria como efectiva. Hasta el acosador m¨¢s lerdo y mezquino del rojer¨ªo sab¨ªa que ese hombre, presuntamente conservador y sin dudas sobre su patriotismo, tambi¨¦n pose¨ªa en su obra tanta autoridad moral como est¨¦tica. Y se present¨® as¨ª: ¡°Me llamo John Ford y hago westerns¡±.Los que amamos su cine podr¨ªamos haber a?adido que ante todo era un identificable y enorme poeta, pero ¨¦l hubiera respondido con un ataque de furia sarc¨¢stica o desprecio ante esa solemne definici¨®n. Aunque es cierta, ese profesional tan duro tambi¨¦n deb¨ªa de poseer un concepto innegociable del pudor.
Y si la sagrada obligaci¨®n de los musulmanes es acudir, al menos una vez en su vida, a La Meca ¡ªe imagino la ilusi¨®n de los cristianos por visitar el Vaticano y Tierra Santa, y la de los jud¨ªos por rezar ante el Muro de las Lamentaciones¡ª, yo, que no profeso ninguna religi¨®n, sent¨ªa una emoci¨®n comparable a la de los creyentes cuando pis¨¦ hace unos a?os un territorio m¨ªtico que me transmiti¨® desde ni?o tantas cosas exaltantes a trav¨¦s del cine. Se llama Monument Valley, est¨¢ en Utah. Ford hizo suya esa geograf¨ªa grandiosa para contar muchas historias ¨¦picas, tr¨¢gicas, l¨ªricas, arom¨¢ticas, inolvidables. Aunque ese paisaje haya colonizado a trav¨¦s de la pantalla mi retina, y mi subconsciente, desde la infancia, verlo, olerlo y sentirlo en directo era mucho m¨¢s impresionante que la plasmaci¨®n que hab¨ªan hecho las c¨¢maras m¨¢s expresivas, minuciosas y pict¨®ricas del cine. La tierra era fascinantemente roja, el lugar est¨¢ fuera del tiempo, las monta?as parecen haber sido dise?adas hace mil a?os por alguien que hac¨ªa magia con la naturaleza. Para completar la sensaci¨®n de que estaba dentro de un western de Ford, el cielo y la tierra decidieron hacer real e hipn¨®tico lo que en la imaginaci¨®n podr¨ªa asociar con la decoraci¨®n de un sue?o. Vi Monument Valley con sol, con granizo y agua cayendo torrencialmente del cielo, con un viento desaforado, con una tormenta de arena en la que distingu¨ªas, como figuras fantasmag¨®ricas, a indios en sus caballos. Sus antepasados fueron salvados del hambre cada vez que Ford (tambi¨¦n otros directores, incluso el pobre Forrest Gump, ese retrasado mental que nunca perdi¨® la pureza y encontr¨® su consuelo por estar tan solito corriendo sin tregua por Estados Unidos, tambi¨¦n pas¨® por all¨ª), el ¨²nico y leg¨ªtimo rey de ese territorio salvaje y deslumbrante, decid¨ªa que su mundo encontraba su lenguaje m¨¢s poderoso en Monument Valley. Fuera de los estudios, al aire libre, narrando gestas a las que frecuentemente acompa?a la intemperie ¨ªntima, como la del admirable, torturado, temible y profundamente solo Ethan Edwards, ese ser errante y obsesivo, heroico y perdedor, luminoso y oscuro protagonista de Centauros del desierto (1956).
El precioso libro ilustrado ¡®El bandido del colt de oro¡¯, de Simon Roussin, recoge la eterna imaginer¨ªa del ¡®western¡¯
Recuerdo aquella gozosa y m¨ªstica visita a Monument Valley cuando un amigo me pasa el precioso libro ilustrado, escrito y dibujado por Simon Roussin El bandido del colt de oro (Libros del Zorro Rojo). Los colores son intensos y chillones, posee un tono voluntariamente na¨ªf, pero muy bonito, y en ¨¦l aparece la eterna imaginer¨ªa del western. Espacios abiertos, amaneceres y crep¨²sculos, conversaciones nocturnas al lado de la hoguera, entierros y tiroteos, cabalgadas y bandidos, tramperos y cazadores, traiciones y melancol¨ªa, alima?as y naturaleza hostil. Y te sorprende que cuando el western parece un g¨¦nero muerto, cuando los ni?os actuales desconocen aquel ansiado placer que consist¨ªa en ir al cine para una pel¨ªcula del Oeste, en las que resultaba transparente la identidad de los buenos y de los malos (hab¨ªa que hacerse mayor para comprender que en los grandes westerns no resultaba tan claro lo del bien y el mal, o que el personaje m¨¢s atractivo e inquietante pod¨ªa ser el villano, o que en los h¨¦roes conviv¨ªan frecuentemente la luz y la tiniebla, el pasado oscuro y la necesidad de redenci¨®n), cuando parece estar destinado a la arqueolog¨ªa, alguien nos recuerde que fue uno de los m¨¢s ilustres habitantes del cine, del mejor espect¨¢culo del mundo, para los que encontramos incansablemente la plenitud en las salas oscuras.
Curiosamente, nunca me par¨¦ a pensar que gran parte de las historias que contaban los westerns eran adaptaciones de libros. Tampoco me he fijado excesivamente en el nombre de los guionistas que hab¨ªan escrito westerns que amo. Y es injusto, pero siempre he otorgado la autor¨ªa absoluta de esas pel¨ªculas a sus directores. Ese universo le pertenece a John Ford, Howard Hawks, Anthony Mann, Raoul Walsh, Sam Peckinpah, Richard Brooks, William Wellman, Robert Aldrich, Budd Boetticher, Nicholas Ray, Clint Eastwood y alg¨²n otro que imperdonablemente olvido. (Y que no es precisamente Sergio Leone). En mi infancia y adolescencia recuerdo tibiamente haber le¨ªdo algunas novelas de Zane Grey y Karl May. Tampoco frecuent¨¦ excesivamente las novelas del Oeste concebidas por autores espa?oles, con envidiable imaginaci¨®n, como las de Jos¨¦ Mallorqu¨ª, Marcial Lafuente Estefan¨ªa y Silver Kane (seud¨®nimo de Francisco Gonz¨¢lez Ledesma, un escritor del que me gusta mucho lo que ha firmado con su verdadero nombre). Del admirable Cormac McCarthy s¨ª me apasionan su Trilog¨ªa de la frontera (Debate) y Meridiano de sangre (Literatura Mondadori), pero me cuesta demasiado esfuerzo asociarlo con el western puro.
Todav¨ªa estoy a tiempo de descubrir la obra literaria de los que retrataron ese mundo que parece extinguido en el cine. Bertrand Tavernier, ese director franc¨¦s que es un profundo conocedor y ex¨¦geta del gran cine norteamericano ¡ªyo sigo recurriendo con respeto y gratitud, aunque disintiendo a veces, al Diccionario de cine norteamericano (Akal) que escribi¨® junto a Jean-Pierre Coursodon¡ª, es el alma de una nueva colecci¨®n titulada El Oeste, el aut¨¦ntico, en la que selecciona y presenta a los que considera los mejores escritores del western. Y en Espa?a, la editorial Valdemar, en su colecci¨®n Frontera (recuerdo la l¨²cida y conmovedora definici¨®n que hizo mi difunto amigo Manolo Marinero de la gente fronteriza en su libro sobre Bogart, que en realidad era un libro sobre s¨ª mismo, la vida en su anverso y reverso, el cine, los personajes y las actitudes que admiraba), est¨¢ publicando relatos y novelas que consideran cl¨¢sicos del western y que fueron la base de pel¨ªculas que nos hicieron felices.
Gente con tanta personalidad y talento como los hermanos Coen y Tarantino (es evidente, aunque no sea el tipo de talento que m¨¢s amo) han sido los ¨²ltimos directores ilustres que han rendido tributo al agonizante g¨¦nero en las excelentes Valor de ley y Django desencadenado. Son tan triunfadores que Hollywood permite el lujo de que vuelvan a hablar de lo que ya no es rentable. Creo que esta noche voy a escuchar aquella conversaci¨®n febrilmente rom¨¢ntica entre Vienna y Johnny Guitar. A emocionarme ante el f¨¦retro de Tom Doniphon. A recordar las risas del grupo salvaje antes de decidir que morir matando es el ¨²nico acto que les devolver¨¢ la dignidad. A o¨ªr la respuesta de Marvin y sus profesionales al patr¨®n que les contrat¨® y enga?¨® cuando ¨¦ste les define como bastardos: ¡°S¨ª, se?or. Pero lo nuestro es de nacimiento. Sin embargo, usted se ha hecho a s¨ª mismo¡±. Seguro que dormir¨¦ mejor. Cada uno se consuela como puede.
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