Citas no siempre citables
Mark Zuckerberg se ha convertido en el nuevo rey Midas de la edici¨®n internacional.
Como ya saben todos ustedes (si es que siguen ah¨ª), Mark Zuckerberg se ha convertido en el nuevo rey Midas de la edici¨®n internacional. Celebridades medi¨¢ticas prescriptoras de libros las ha habido siempre, pero no con el ¨¦xito obtenido por el fundador de Facebook en su primera recomendaci¨®n. Que, adem¨¢s, viene acompa?ada de la creaci¨®n de un singular club de lectura universal que ofrece a sus socios una inyecci¨®n de pertenencia a una comunidad. La f¨®rmula ya es antigua, sobre todo en Estados Unidos, donde buena parte de la poblaci¨®n vive relativamente aislada en urbanizaciones alejadas del centro de ciudades que quedan desiertas tras el fin de la jornada laboral: esa fue la clave del ¨¦xito de Oprah Winfrey, otra prescriptora c¨¦lebre, cuando a¨²n no exist¨ªa Facebook y las redes sociales andaban en pa?ales. Lo de Zuckerberg, al que Time ha considerado en repetidas ocasiones una de las 100 personas m¨¢s influyentes del planeta, no es tan inocente como parece. Su competidor en la ciberindustria Jeff Bezos, fundador de Amazon, ya comprendi¨® hace tiempo las posibilidades de hermanar la autoridad que confieren el ¨¦xito y la celebridad con Internet: por eso hace un par de a?os compr¨® Goodreads, la mayor comunidad de lectura, por una cantidad nunca declarada que los expertos en cibernegocios cifraron entre 800 y 1.000 millones de d¨®lares. Y lo hizo porque necesitaba, adem¨¢s de prescripciones externas m¨¢s fiables que las proporcionadas por el propio Amazon, un v¨ªnculo m¨¢s estrecho y ¡°vivo¡± entre sus clientes potenciales. Por cierto, y como no hay nada fortuito, Goodreads lanz¨® unos d¨ªas antes de que Zuckerberg presentara su club su ya tradicional Reading Challenge ¡ª¡°desaf¨ªo lector¡±¡ª, apelando, como es t¨ªpico en Estados Unidos, al compromiso moral (pledge) de sus miembros: uno se inscribe comprometi¨¦ndose a leer un determinado n¨²mero de libros al a?o, y la compa?¨ªa le ayudar¨¢ anim¨¢ndole a cumplir el objetivo, al tiempo que le informa de c¨®mo van los compromisos de los otros y le suministra sugerencias de lectura. La ¨²ltima vez que consult¨¦ la p¨¢gina se hab¨ªan inscrito 625.000 participantes comprometidos a leer 31 millones de libros en 2015, lo que da una media envidiable. Ya ven: la lectura lleva camino de convertirse en deporte ol¨ªmpico de masas, al tiempo (y no por casualidad) que la cr¨ªtica literaria vive su peor momento desde que Arist¨®teles la invent¨® en su Po¨¦tica. Mientras tanto, convendr¨ªa utilizar mejor las escasas ¡°prescripciones involuntarias¡± de nuestros famosos, sean pol¨ªticos o celebridades. Un ejemplo: ignoro la repercusi¨®n que habr¨¢ tenido en las ventas de Tusquets la cita de Haruke [sic] Murakami que incluy¨® el se?or Monago en uno de sus ¨²ltimos discursos. Pero, conociendo la afici¨®n del est¨®lido presidente extreme?o por los aviones, no me extra?ar¨ªa que hubieran aumentado la venta de obras del japon¨¦s en las librer¨ªas de aeropuerto, siempre atentas a ese tipo de novelas sin demasiada chicha ni limon¨¢ a las que, si me permiten la maldad, pertenece ¡ªsiempre en mi opini¨®n¡ª la empalagosa Los a?os de peregrinaci¨®n del chico sin color, un best seller de qualit¨¦, que ha vendido lo que no est¨¢ escrito.
L¨ªmites
Y, hablando de citas, ignoro si Monago se escribe sus discursos o si tiene a mano un letraherido encargado de buscarle las referencias culturales cosmopolitas (ya nadie se acuerda de Gabriel y Gal¨¢n: ¡°se?ol jues, pase ust¨¦ m¨¢s alanti¡± y toda aquella antig¨¹edad) tan necesarias en la ¨¦poca de la globalizaci¨®n. En todo caso, en Espa?a nunca han proliferado esos estupendos diccionarios de quotations a los que son tan aficionados los anglohablantes y que sirven para todo tipo de rotos y descosidos. Universidades prestigiosas como Yale, Oxford o Cambridge publican peri¨®dicamente una nueva edici¨®n de los suyos, siendo muy consultados por quienes desean sembrar en sus discursos p¨ªldoras de sabidur¨ªa o gracejo ajenos. A veces esos vadem¨¦cums corrigen citas mal citadas: Sherlock Holmes nunca dijo ¡°elemental, mi querido Watson¡± y Rick Blaine nunca le pidi¨® a su pianista ¡°play it again, Sam¡±, al menos de ese modo. Y es que es muy habitual que la gente se invente citas ingeniosas y se las atribuya, con an¨¦cdota a?adida, a autoridades famosas por su ingenio. En el mundo hisp¨¢nico, Borges es, junto a Quevedo, uno de los autores a los que m¨¢s se le atribuyen. Hace poco un amigo argentino, y fan de Sergio Chejfec, me cont¨® una ap¨®crifa del autor El Aleph seg¨²n la cual a un acompa?ante que, durante un paseo, le daba la vara insisti¨¦ndole en que en los ¨²ltimos cien a?os la humanidad hab¨ªa hecho grandes conquistas en el conocimiento del tiempo, Borges replic¨® que no le extra?aba, porque en los ¨²ltimos cien metros ¨¦l mismo hab¨ªa hecho grandes conquistas en el conocimiento del espacio. A prop¨®sito de tiempo y espacio, y de su car¨¢cter relativo, estos d¨ªas abro de vez en cuando las p¨¢ginas de Albert Einstein, el libro definitivo de citas (editorial Plataforma) y leo al azar alguna de las m¨¢s de 1.500 del cient¨ªfico cuidadosamente documentadas y recogidas por temas y apartados (desde el patriotismo a los jud¨ªos, pasando por Dios o la educaci¨®n). Mis preferidas son algunas de las m¨¢s c¨¦lebres: la que afirma que la imaginaci¨®n es m¨¢s importante que el conocimiento (mejor que lo diga un cient¨ªfico que un novelista) o que la diferencia entre la estupidez y el genio reside en que el genio tiene sus l¨ªmites. Por cierto, a ver cu¨¢ndo se atreve alg¨²n editor con las citas del presidente Monago, que quiz¨¢s dieran para otro peque?o libro rojo de venta m¨¢s limitada que el de Mao.
Wolinski
Empec¨¦ a amar a Georges Wolinski, uno de los ilustradores asesinados en la masacre de Charlie Hebdo, cuando descubr¨ª sus dibujos anarcoides y salvajes en aquella legendaria revista que se llam¨® Hara Kiri y que ten¨ªa como lema, al que sin duda se aten¨ªa con rigor, el de journal b¨ºte et m¨¦chant. En seguida me gustaron sus dibujos agresivos y repletos de disparatadas historias crueles y de mujeres libres con una permanente tendencia al despelote y a ridiculizar a sus parejas. Wolinski me llev¨® luego a Charlie Hebdo, que hered¨® el magn¨ªfico plantel de dibujantes cuando Hara Kiri fue censurada por el ministro del Interior, tras publicar aquella m¨ªtica portada en la que se le¨ªa: Baile tr¨¢gico en Colombey: 1 muerto, publicada a la semana siguiente de la muerte del general Charles de Gaulle en su casa de Colombey-les-Deux-?glises. De hecho, y seg¨²n el propio Wolinski, el ¡°Charlie¡± del t¨ªtulo era un irrisorio homenaje al militar. Ahora, mientras por un lado siguen vivos el dolor y la rabia por la nueva matanza perpetrada por quienes han convertido su religi¨®n en un pretexto para el asesinato y, por otro, crece la inquietud ante las previsibles consecuencias liberticidas de la rampante pulsi¨®n islam¨®foba, me imagino que el gran dibujante se ha colado (s¨®lo por un rato) en la Yann¨¢ a la que aspiraban como premio sus asesinos, provisto de un juego de l¨¢pices con los que mejorar la imagen del profeta y dos o tres cosas m¨¢s que all¨ª necesitan retoques.
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