Tal y como se lo cuento
'Los cuentos de la peste' es un juguete dram¨¢tico con el que Mario Vargas Llosa vuelve a hacer un elogio de la fantas¨ªa como manera de ponerse a resguardo
Cada cierto tiempo hay una debacle que merma la poblaci¨®n y sanea la econom¨ªa. La Gran Depresi¨®n de 1929 se resolvi¨® con la sangr¨ªa de la II Guerra Mundial, y la crisis agraria europea del medioevo, con una epidemia de peste negra asi¨¢tica que se llev¨® por delante a entre un tercio y el 60% del censo. La mortandad provoc¨® escasez de mano de obra, una elevaci¨®n salarial generalizada y el acceso de muchos campesinos a la propiedad de las tierras. El intento de los se?ores feudales por revertir la situaci¨®n v¨ªa impuestos, provoc¨® una oleada de revueltas en todo el continente. En Florencia, donde Giovanni Bocaccio escribi¨® Decamer¨®n a la vuelta de la gran pestilencia, esta hab¨ªa acabado con uno de cada dos ciudadanos (en Barcelona, con seis de cada diez). En el proemio de la novela, su autor describe la epidemia, de la que sus protagonistas se han aislado encerr¨¢ndose en la quinta de Villa Palmieri, a unos pocos kil¨®metros de la ciudad, donde desgranan mil cuentos profanos para matar al gran matador.
Inspirado libremente en Decamer¨®n, Los cuentos de la peste es un juguete dram¨¢tico con el que Mario Vargas Llosa vuelve a hacer un elogio de la fantas¨ªa y de la literatura como manera de ponerse a resguardo, aunque, en realidad, hay que estar muy a resguardo para que la realidad literaria pueda servir de lenitivo en tiempos hostiles: son los muros de Villa Palmieri y no el generoso caudal narrativo de sus hu¨¦spedes lo que les salva de la Parca. Los cuentos¡ arranca con un extenso prefacio, le¨ªdo por su autor, quien, ante el atril, tiene un vago aire de sacerdote renacentista. Luego, sigue un relato en off, al que Joan Oll¨¦, director del espect¨¢culo, intenta dar apresto ritual, y una relaci¨®n de Aminta en primera persona, cuya voz, intencionadamente (porque la coprotagonista existe solo en el deseo del duque Ugolino, encarnado por el propio Vargas Llosa) o por efecto colateral de la amplificaci¨®n, parece venir no de Aitana S¨¢nchez-Gij¨®n, su int¨¦rprete, sino del ¨¦ter.
En la funci¨®n conviven dos niveles de realidad: el que habitan Ugolino y su ang¨¦lica pero fantasmal Aminta (en la cual la actriz pone generosamente alma, coraz¨®n y vida), y el que el duque comparte con el resto de hu¨¦spedes. En ambos niveles, hay un plano narrativo, un tanto pesante, en el que Vargas Llosa va trenzando relatos sucesivos, y otro dram¨¢tico, m¨¢s agradecido porque da juego al cabo a los actores, que est¨¢n mucho m¨¢s afinados en la historia de Dama Giovanna (donde encuentran por fin terreno firme en el que tensar el arco emocional y disparar al coraz¨®n del espectador) que en la de la encantadora Alibech, a cuya int¨¦rprete le han impuesto (o ha escogido) un subrayado innecesario en el ani?amiento de la voz.
Entre el reparto, cabe destacar el medido ¨ªmpetu de Pedro Casablanc, cuyas entradas insuflan acci¨®n a espect¨¢culo tan literario a la postre, a pesar del esfuerzo de todos. Aitana S¨¢nchez-Gij¨®n da lo mejor de s¨ª en la escena de la confesi¨®n de su n¨¢usea. En la atractiva y funcional escenograf¨ªa, que ocupa toda la platea, desmontada butaca a butaca (hubiera sido m¨¢s econ¨®mico instalarla en el Matadero), sobra un cad¨¢ver de mula omnipresente. El vestuario de Miriam Compte es elocuente y sugestivo. Encarnado por Vargas Llosa, Ugolino se convierte en su ¨¢lter ego exacto: entre uno y otro no media distancia.
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