Ant¨ªgona: alt¨ªsimas tensiones
Lo que est¨¢ pasando en La Abad¨ªa es todo un acontecimiento. Ahora le toca el turno a la hija de Edipo enfrentada a un Creonte femenino. Gran, gran funci¨®n.
Miguel del Arco ha hecho montajes enormes, pero su Ant¨ªgona es una cima: energ¨ªa en estado puro. Cada escena es mejor que la anterior. Nervio y emoci¨®n constantes, sin un momento de flacidez. Term¨®metro infalible: los silencios del p¨²blico. El director firma tambi¨¦n la versi¨®n, lib¨¦rrima, casi una reinvenci¨®n, ce?ida, imaginativa, teatral¨ªsima, profundamente r¨ªtmica, una de las mejores que he escuchado. Del telar pende una gran y misteriosa bola blanca que puede ser ojo divino, campo energ¨¦tico, ovillo, planta carn¨ªvora, luna de sangre. La iluminaci¨®n de Juanjo Llorens juega con sorprendentes gradaciones de penumbra en las que de repente destellan los rostros. Arnau Vil¨¤ es el responsable de una m¨²sica atmosf¨¦rica, tan sutil y bien colocada que se percibe sin apenas subrayados.
Las coreograf¨ªas, a cargo de Antonio Ruz, hacen pensar en una cinta continua, una de esas plantas submarinas que no dejan de temblar y agitarse, sacudidas por corrientes invisibles. En la primera escena, Polinices (Santi Mar¨ªn) ya est¨¢ muerto, pero se le aparece a Ant¨ªgona para pedir ¡°el don de la tumba¡±, movi¨¦ndose como si le descuartizaran cuatro caballos. En otros momentos, las energ¨ªas grupales se dir¨ªan guiadas por un electroim¨¢n: record¨¦ la Ant¨ªgona del Living Theater, que vi en flases filmados, hace mil a?os, y me volvieron de golpe como fragmentos de un sue?o turbador, con toda su potencia rediviva. Cada coro es distinto: ominoso, acongojado o burl¨®n. Los actores se reparten los parlamentos o quedan mudos, sus bocas desencajadas como la de aquella mujer de la escalinata de Odessa, y m¨¢s tarde ser¨¢n voces que parecen brotar del alucinado cerebro de la hero¨ªna. Cuando el coro se condensa en corifeo, toman regiamente la palabra Santi Mar¨ªn y Silvia ?lvarez. El corifeo del Otro Lado es el adivino Tiresias, que Crist¨®bal Su¨¢rez interpreta como si fuera un inquietante cruce entre Fuso Negro e Iggy Pop. La magn¨ªfica Manuela Paso est¨¢ perfecta en el rol titular. Es tr¨¢gica con un profundo lirismo y hay en ella una pureza casi virginal, de doncella guerrera: es Ant¨ªgona con la obstinaci¨®n y el punto de locura de Juana de Arco. ?ngela Cremonte inyecta pasi¨®n (un poco gritada en ocasiones) a su hermana Ismene, un personaje que tiende a interpretarse con un exceso de prudencia. En la versi¨®n de Del Arco, Ismene elige el acatamiento porque quiere vivir y olvidar el peso de la tragedia familiar. No resulta extra?o que le haga decir: ¡°?Baila conmigo, Ant¨ªgona!¡±, porque necesita ese impulso para la gran escena en la que la muchacha cruzar¨¢ la l¨ªnea para sumarse al sacrificio de Ant¨ªgona. ?L¨¢stima que S¨®focles no le diera m¨¢s papel!
La idea de convertir a Creonte en una mujer adquiere plen¨ªsimo sentido en su enfrentamiento con Hemon
La grandeza de esta tragedia radica en que todos tienen raz¨®n. Creonte es el que menos, porque la suya es una raz¨®n de Estado, siempre g¨¦lida. ¡°La ley es la raz¨®n¡±, dice Creonte, y Tiresias la clava cuando le responde: ¡°No hay raz¨®n en esa ley¡±. Digamos que Creonte no tiene demasiada raz¨®n, pero tiene razones. Su discurso al hacerse con el poder no lo mejora ni Enrique IV, pero ha puesto demasiado alto el list¨®n ¨¦tico. Y est¨¢ emparanoiado por enemigos internos, externos y mediopensionistas. Uso el g¨¦nero masculino, aunque a partir de aqu¨ª se impone el cambio, porque Creonte es Carmen Machi. No la llamo Creonta, y deber¨ªa. Ant¨ªgona, bell¨ªsima criatura, ¡°tiene¡± tragedia porque va hacia la muerte desde el minuto uno, pero de alg¨²n modo el suyo es un viaje inm¨®vil. (Otro mensaje para el se?or S¨®focles: ?por qu¨¦ no le concedi¨® usted una escena, solo una, con su amado Hem¨®n?). A mis ojos, Creonte ¡°tiene¡± m¨¢s drama, porque le crecen los conflictos como hongos en gimnasio. Conflicto con Ant¨ªgona, con Ismene, con su hijo Hem¨®n, con Tiresias, con el coro y, el peor, con su propia conciencia. Carmen Machi siempre me trae a la memoria a Mary Carrillo. Ahora me ha tra¨ªdo la fiereza de Anna Lizaran. Y la temperatura de Helen Mirren. En el careo de alto voltaje entre Creonte y Ant¨ªgona, Manuela Paso tiene algo de estoicismo samur¨¢i (¡°Todas nuestras acciones conllevan la misma pena?/ si la pago antes de tiempo lo tendr¨¦ por ganancia¡±), y Machi es una reina shakespeariana.
La idea de convertir a Creonte en mujer adquiere plen¨ªsimo sentido en su enfrentamiento con Hem¨®n, donde est¨¢ extraordinaria de fuerza y sentimiento, y Ra¨²l Prieto (hondo, doliente, reflexivo) brilla tambi¨¦n a gran altura. Me preguntaba: ?un padre puede querer as¨ª? Desde luego, pero es posible que haya una cierta distancia emocional. Con una madre la intensidad cambia: parirte es un grado. As¨ª sent¨ª esa escena. No solo eso: Machi/Creonte parece la madre de todos, la Supermadre. Madre de Hem¨®n, y a su manera, madre de Ant¨ªgona e Ismene, madre de sus s¨²bditos. Desgarrada entre el afecto y la encarnaci¨®n del No. Hay que verla tambi¨¦n junto al cad¨¢ver de su hijo. Demolida, estremecedora, como si una foto b¨¦lica de Agust¨ª Centelles hubiera cobrado vida. O Julieta madura en un universo paralelo o un salto cu¨¢ntico, condenada (ese ser¨ªa su infierno) a ver morir una y otra vez a su joven Romeo.
El Guardi¨¢n es Jos¨¦ Luis Mart¨ªnez. Brilla porque este formidable actor, con toneladas de oficio y de olfato, no intenta hacerlo ¡°gracioso¡±
El Guardi¨¢n es Jos¨¦ Luis Mart¨ªnez. Brilla porque este formidable actor, con toneladas de oficio y de olfato, no intenta hacerlo ¡°gracioso¡± y no pierde nunca la toma de tierra: el personaje es un fool, vale, pero sobre todo un hombre corriente desbordado por los acontecimientos. ?Podr¨ªa ser ese guardi¨¢n el padre de todos los fools? El portero de Macbeth, el trabucante Dogberry de Mucho ruido para nada. O incluso Bottom en El sue?o: la escena en la que le rodean unos dioses burlones, con m¨¢scaras de luchador mexicano, y la bola le aplasta como aquella (?recuerdan?) que achuchaba a Patrick McGoohan en El prisionero. Es el ¨²nico momento que roza poco el desafuero, pero asume con tanta alegr¨ªa la opci¨®n de que el coro pueda ser capullo que acaba funcionando. Y es que esta puesta sabe pasar sin tropiezos de lo sagrado a lo profano, de la racionalidad a la alucinaci¨®n. Ejemplo ¨²ltimo: esa suerte de crucifixi¨®n de Ant¨ªgona, que tiene algo de viaje astral, de salida del propio cuerpo. Atrapada en lo alto, volando hacia la muerte, pidiendo socorro a sus padres¡ Gran, gran Manuela Paso. No se me va esa escena, con la que muchos directores (y actrices) se hubieran dado un morr¨®n de ¨®rdago. El Teatro de la Ciudad es todo un acontecimiento, una fuente (con tres chorros) de emoci¨®n y ense?anza. Qu¨¦ bueno que est¨¦ sucediendo. En La Abad¨ªa, en Madrid.
Ant¨ªgona. De S¨®focles. Adaptaci¨®n y direcci¨®n: Miguel del Arco. Int¨¦rpretes: Manuela Paso, Carmen Machi, Ra¨²l Prieto, Crist¨®bal Su¨¢rez, Jos¨¦ Luis Mart¨ªnez, ?ngela Cremonte, Santi Mar¨ªn y Silvia ?lvarez. Teatro de La Abad¨ªa. Fern¨¢ndez de los R¨ªos, 42. Madrid. Hasta el 21 de junio.
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