Explosi¨®n torera de Sebasti¨¢n Castella
El tercero de la tarde fue un verdadero alarde de armon¨ªa que le permiti¨® a Castella salir por la puerta grande de Las Ventas
El comienzo de la faena de muleta de Sebasti¨¢n Castella al tercero de la tarde fue un verdadero alarde de armon¨ªa. El torero, plantado en el centro del ruedo; el toro, en la raya del tercio. La plaza, expectante. El animal acude con alegr¨ªa al cite y Castella lo recibe con dos pases cambiados por la espalda, que enlaza con un recorte y un pase de pecho; se pasa la muleta a la izquierda y, sin soluci¨®n de continuidad, se suceden molinetes ¡ªel toro fijo en la muleta y el hocico arando la arena¡ª, trincherillas, remates y un pase de pecho final que coincide con la explosi¨®n de j¨²bilo de un p¨²blico enardecido ante tanta expresi¨®n de torer¨ªa. Un comienzo verdaderamente espectacular, de los que justifican una tarde de toros.
ALCURRUC?N / MORANTE, EL JULI, CASTELLA
Toros de Alcurruc¨¦n, correctos de presentaci¨®n, mansos, descastados y nobles; excepcional para la muleta el tercero, al que se le dio la vuelta al ruedo.
Morante de la Puebla: estocada desprendida (silencio); estocada (silencio).
Juli¨¢n L¨®pez, El Juli: pinchazo y estocada trasera (silencio); estocada (silencio).
Sebasti¨¢n Castella: casi entera ca¨ªda ¡ªaviso¡ª (dos orejas); estocada baja (silencio). Sali¨® a hombros por la puerta grande.
Plaza de Las Ventas. 27 de mayo. Vig¨¦sima corrida de la feria de San Isidro. Lleno de no hay billetes. Asisti¨® el rey don Juan Carlos desde la meseta de toriles.
Ahora, hab¨ªa que torear, y estar a la altura de un toro que hab¨ªa ido a m¨¢s en cada embestida, incansable, nobilis¨ªmo y entregado en cada muletazo. Y ese torero, transformado ya en un artista, la muleta en la zurda, dibuj¨® all¨ª mismo, en el centro del anillo, tres naturales de ensue?o, largos, profundos, hermosos, tras un desarme olvidable. Gan¨® enteros, si cabe, la obra por redondos, henchidos cada uno de ellos de sentimiento y gusto. Y ese toro era ya una aut¨¦ntica m¨¢quina de embestir, dulce como el alm¨ªbar, pero exigente, a un tiempo, con el due?o del enga?o. Surgieron de nuevo los naturales, mientras la plaza, entregada y arrebatada, rug¨ªa de placer. Lo intent¨® otra vez con la mano derecha, pero el animal, ya agotado por tanto derroche, pidi¨® tiempo para descansar antes de la suerte final. Se acerc¨® el torero a las tablas por el estoque verdadero, y el toro a¨²n tuvo resuello para embestir con largura a unos preciosos ayudados con la pierna flexionada que pusieron el colof¨®n a una faena bell¨ªsima, de trazo art¨ªstico, en la que toro y torero se fundieron en una obra admirable.
Inexplicable resulta a la postre narrar lo vivido cuando se produce con una intensidad que supera la capacidad de los sentidos para aprehender lo vivido.
?Silencio! Se perfila el torero para la suerte suprema. Castella se echa materialmente encima del morrillo del animal, pero la espada no queda en todo lo alto.
Se piden las orejas, y el presidente, reticente al principio, las concede y premia al toro con la vuelta al ruedo. Premio excesivo parece. La buena ejecuci¨®n de la muerte es requisito imprescindible para la concesi¨®n de la segunda oreja, y el toro, excepcional para la muleta, manse¨® descaradamente en varas y se doli¨® en banderillas.
La corrida de hoy
Toros de Victoriano del R¨ªo para los diestros Diego Urdiales, El Fandi e Iv¨¢n Fandi?o.
Pero fue bonito mientras dur¨®. Precioso. La vuelta al ruedo a un toro, aun exagerada, es una experiencia inenarrable, espont¨¢neo homenaje de admiraci¨®n, respeto y veneraci¨®n a la bravura, y ese toro imperfecto fue una expresi¨®n desbordante de clase, ritmo, dulzura, fijeza y prontitud. Imperfecto, tambi¨¦n, Castella, al que le falt¨® reposo en algunos compases y una mejor colocaci¨®n.
Y un apunte m¨¢s aunque suene a justificaci¨®n: cuando se produce una explosi¨®n de j¨²bilo, las emociones se atropellan unas con otras; se decretan indulgencias para los defectos y se exageran los placeres. Pero as¨ª de maravilloso puede ser el toreo¡
Sebasti¨¢n Castella sali¨® a hombros por la puerta grande ¡ªla cuarta en su carrera¡ª con todo merecimiento tras intentar un nuevo triunfo, esta vez en vano, ante un marmolillo deslucido que no le permiti¨® florituras. O sea, que el p¨²blico acudi¨® al reclamo de Morante y se encontr¨® con un franc¨¦s transfigurado en artista. As¨ª es la vida.
No tuvo el de La Puebla una tarde para los honores. Con dos ver¨®nicas suaves recibi¨® a su primero, otra atisb¨® en el segundo y pare de contar. Soso y noble fue su primero, y se entretuvo en pases de tanteo por alto, por bajo, preocupado por una racha de viento que se levant¨®, m¨¢s probaturas por aqu¨ª, otras por all¨¢, un enganche, mal colocado siempre, vulgar, insulso, el toro va y viene, busca y no encuentra el adorno¡ Y as¨ª se le pas¨® el tiempo y desenga?¨® a todos. La plaza parec¨ªa tener una necesidad compulsiva por aplaudir, pero el torero no ofreci¨® oportunidad alguna para tal desahogo. Y ante el quinto qued¨® justificada su ausencia, pues carec¨ªa de fuerzas y de la m¨ªnima casta exigible. Lo mat¨® y acab¨® sin pena ni gloria su r¨¢pido e in¨¦dito paso por esta feria.
Y quedaba El Juli, a quien algunos no quieren en esta plaza y se lo expresan con injustificadas protestas. Fue el torero m¨¢s anodino posible, el m¨¢s ventajista, el m¨¢s despegado todav¨ªa, pero tiene derecho a intentarlo entre el respeto general.
Soso y noble fue su primero, al que mulete¨® acelerado ¡ªun autob¨²s cab¨ªa entre el toro y el torero¡ª, de perfil siempre, enganchados los pases y no dijo nada a nadie. Lo intent¨® de veras ante el quinto, sin fuelle y moribundo, y pronto se esfum¨® toda esperanza.
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