P¨¢jaro
Esa semana hab¨ªa muerto Valent¨ªn, el hijito de mi hermano. Por eso est¨¢bamos todos de vuelta en la casa materna, en esas reuniones extra?as que promueve la tristeza. Cocinando como se cocina en las fiestas, sabroso y abundante, pero sin ganas. Comiendo sin hambre, mientras la conversaci¨®n decae y los est¨®magos se cierran como pu?os.
Unos a?os antes hab¨ªamos hecho el mismo camino, reuniones parecidas, para ver a mi hermano entrar a la iglesia del brazo de su novia. Un poco despu¨¦s para bautizar a su hija. Un poco antes de esa semana, meses atr¨¢s, para bautizar a ese mismo ni?o. Ahora ellos dos volv¨ªan a caminar la nave central llevando entre los brazos el cajoncito de su beb¨¦.
Fueron los d¨ªas m¨¢s dolorosos para mi familia.
Era fin de agosto, principios de setiembre y la primavera se hab¨ªa adelantado con esos d¨ªas h¨²medos y calurosos y un poco de viento. Hab¨ªan pasado dos o tres d¨ªas desde el entierro y mi hermana propuso ir al vivero, salir con nuestra sobrina, distraernos. Fuimos y nos quedamos un rato en el sopor verde de los galpones de pl¨¢stico. Pero la nena se aburr¨ªa y fue ella quien nos se?al¨® la puerta, a un costado: animales de granja. Por un m¨®dico precio entramos a ese microzoo sin esperar demasiadas sorpresas. Apenas pasamos el umbral, el olor a mierda de ave y a comida balanceada, untuoso y dulz¨®n, nos llen¨® el pecho. Decenas de jaulas con gallinas de distintas clases, algunas rar¨ªsimas, de otros hemisferios, todas feas como son las gallinas en general. Corrales con cabras y un guanaco con el cuello largo y esos ojos almendrados y pesta?udos de los cam¨¦lidos que nos escupi¨® cuando pasamos e hizo re¨ªr, por fin despu¨¦s de tanta amargura, a mi sobrinita.
Pero casi todo estaba ocupado por jaulas con gallinas y pajareras donde las cotorritas saltaban y chillaban, mare¨¢ndonos. Hasta que llegamos a una, m¨¢s grande que el resto, alta, ubicada debajo de un ¨¢rbol.
Mi hermana lo vio primero: parece un pr¨ªncipe, exclam¨® y me toc¨® el brazo para que girara despacio, para no asustar al fais¨¢n dorado que brillaba en su jaula con su melenita de oro y esa cola tan larga. Se nos humedecieron los ojos y nos vinieron unas ganas locas de re¨ªrnos porque el mundo era una porquer¨ªa y sin embargo hab¨ªa lugar para un p¨¢jaro que parec¨ªa un pr¨ªncipe.
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