Edad Media
Si me disculpan la primera persona, les contar¨¦ que, como algunos se mueren sin entender el fuera de juego, mi abuela se muri¨® sin entender la elipsis. No comprend¨ªa que en las telenovelas un personaje llamase al portero autom¨¢tico y un segundo despu¨¦s estuviera en el s¨¦ptimo piso. Nacida en 1907, tuvo una relaci¨®n rara con la imagen en movimiento: igual que manten¨ªa desde el comedor largas charlas con Manuel Campo Vidal mientras este presentaba el Telediario (llegaron a ser ¨ªntimos), no soportaba las pel¨ªculas de guerra porque cre¨ªa que los personajes mor¨ªan de verdad. Hoy no le pasa a nadie. La vanguardia de ayer ya es pura convenci¨®n. El espectador va siempre por detr¨¢s de lo nuevo. Desde?oso porque no lo entiende o fascinado sin tratar de entenderlo.
Entretanto, el arte se mueve. A empujones. Y muchas veces la que empuja es la t¨¦cnica. En la fachada del New Museum de Nueva York pueden verse los restos de una obra pintada por un dron. Al resultado le cuadra bien la etiqueta de interesante: la idea de cambiarle a Jackson Pollock los pinceles por un joystick es buena; siempre, claro, que tengas a Jackson Pollock. La necesidad del ser humano de medirse con las m¨¢quinas que crea se parece mucho a la que tiene de medirse con los animales: la clave est¨¢ en el ego. El hecho de que la ingenier¨ªa hiciera posible la c¨²pula de la catedral de Florencia y el Guggenheim de Bilbao demuestra que hace falta algo m¨¢s que un programa inform¨¢tico para crear una obra maestra.
Si reparamos en lo que el vertiginoso WhatsApp comparte con la oralidad medieval y en lo que un emoticono tiene de jerogl¨ªfico, entenderemos la peque?a revoluci¨®n que se cierne sobre el arte de contar historias (con sus fetichistas y sus emoticonoclastas). Todo el mundo tiene tel¨¦fono m¨®vil, faltan egos cualificados que sepan explotarlos. Algunos hay. Pensemos, sin salir de los formatos tradicionales, en una novela y una pel¨ªcula recientes. Si en Blitz, publicada por Anagrama, un mensaje de texto enviado a la persona equivocada le sirve a David Trueba para desencadenar una tragicomedia, en Hermosa juventud Jaime Rosales emplea los WhatsApps que se cruzan dos veintea?eros para dar una lecci¨®n de elipsis sobre la que un d¨ªa se escribir¨¢n tesinas.
La pel¨ªcula de Rosales, un soberbio retrato de la crisis y de su efecto entre los j¨®venes, pas¨® por cierto sin pena ni gloria por los ¨²ltimos Premios Goya. Raro. O no. Habla tan crudamente del presente que tal vez se adelanta a su tiempo. T¨ªpico de la Edad Media. Nuestras abuelas no habr¨ªan entendido el mecanismo, pero en cualquiera de los protagonistas habr¨ªan reconocido a sus bisnietos.
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