Cuando el para¨ªso era el infierno
Alberto Garc¨ªa Alix solo disparaba su c¨¢mara si ve¨ªa su propia vida reflejada en los seres que fotografiaba
Tal vez alg¨²n compa?ero del instituto le hab¨ªa hablado de un desierto donde hab¨ªa palmeras o puede que solo fuera una rebelde con demasiados sue?os. Ten¨ªa 16 a?os aquella adolescente cuando levant¨® el vuelo una madrugada. Fue la madre a despertarla y encontr¨® su cama vac¨ªa. La ni?a ha volado, le dijo la mujer al marido. No entend¨ªan nada. ¡°?Qu¨¦ hemos hecho mal?¡±, se pregunt¨® el hombre mir¨¢ndose en el espejo del ba?o. ?l regentaba un famoso despacho de abogados. Ella era psic¨®loga y hab¨ªa citado a varios pacientes esa ma?ana. La ni?a en una gasolinera de las afueras llevaba ya una hora suplicando a cualquier conductor que la llevara al sur.
Breve repaso a una larga carrera
Alberto Garc¨ªa Alix fue Premio Nacional de Fotograf¨ªa en 1999 e invitado especial de EL PA?S en la feria ARCO 2010. Nacido en Le¨®n en 1956, su familia se mud¨® a Madrid en 1967. En 1975 empez¨® y abandon¨® Derecho.
Junto a Ceesepe funda en 1977 Cascorro Factory, con la que editan y venden fanzines. Un a?o despu¨¦s editan el ¨¢lbum Vicios modernos, con texto y dibujos de Ceesepe, sobre fotograf¨ªas de Garc¨ªa Alix. Expone individualmente por primera vez en la Galer¨ªa Buades en 1981.
En 1989, ya tras varias exposiciones y publicaciones, funda el colectivo y la revista El Canto de la Tripulaci¨®n. Su trabajo se ha visto en todo tipo de revistas por todo el mundo: desde Vanity Fair y Vogue a British Journal of Photography. En 1998 PhotoEspa?a le dedic¨® una retrospectiva.
En los ¨²ltimos a?os, aunque mantiene su pasi¨®n por la fotograf¨ªa, con estilo claro y en el blanco y negro adem¨¢s de una pasi¨®n casi documental por lo que le rodea, desde sus largas estancias en Francia y China de 2007 y 2008, ha hecho una incursi¨®n en el v¨ªdeo para documentar sus im¨¢genes con su voz y sus textos.
Despu¨¦s de varias negativas, finalmente su plegaria fue atendida por un camionero, que la dej¨® en una ciudad con puerto de mar. En el muelle hab¨ªa un chico que tambi¨¦n andaba extraviado y como los dos iban igualmente perdidos juntaron las mochilas y compartieron tambi¨¦n el primer tatuaje, una serpiente, ¨¦l enroscada en un brazo, ella alrededor del ombligo. Un caso entre mil en aquel tiempo.
Tuvieron que pasar algunos a?os y muchas ca¨ªdas para que, de regreso a Madrid, el fot¨®grafo Alberto Garc¨ªa Alix certificara con una imagen los estragos que en los cuerpos de estos fugitivos dejaron los vanos sue?os. El estudio de este fot¨®grafo en la calle Atocha era el ¨²ltimo apeadero de ese viaje de donde ya no se vuelve. Garc¨ªa Alix (Le¨®n, 1956) examin¨® de arriba abajo con mirada de forense a aquellos dos seres que pretend¨ªan convertirse en sus posibles criaturas, la c¨®rnea color fresa de los ojos, las venas del antebrazo, los fieros tatuajes que cubr¨ªan de tigres sus carnes macilentas, la pelambrera rapada con crestas de gallo, los garfios y cadenas como arreos de caballo. Les dijo: ¡°No est¨¢is todav¨ªa lo bastante muertos. Seguid vuestro viaje al Hades¡±. Aquella pareja que anta?o fueron espl¨¦ndidos reto?os de una burgues¨ªa feliz abandonaron el estudio de Garc¨ªa Alix y se adentraron por las calles de Malasa?a, por los t¨²neles de Azca, por los descampados de Entrev¨ªas para madurar un poco m¨¢s.
Sin trampas
A partir de 1975, mientras el dictador segu¨ªa agonizando sucesivamente en todas las esquinas, sonaban en los garitos y colmados del rollo las descargas de los Ramones, de Sex Pistols, de Dead Boys. El fot¨®grafo Garc¨ªa Alix hab¨ªa convertido su leica en un arma de guerra y con ella comenz¨® a coleccionar los futuros cad¨¢veres que iba a traer la libertad. No se permiti¨® hacer trampas. El propio fot¨®grafo daba ejemplo de estar comprometido con sus propias criaturas; compart¨ªa con ellas las mismas camas deshechas, los mismos cubos de pl¨¢stico para vomitar, el mismo sexo perforado, el mismo af¨¢n de cabalgar la moto hacia un horizonte de hormig¨®n, la misma p¨®cima del olvido, la dama p¨¢lida cuya calavera estaba coronada con diamantes o cualquier otra sustancia que introducida por los siete orificios del cuerpo y alguno m¨¢s sirviera para expulsar la conciencia por las orejas. Alberto Garc¨ªa Alix dec¨ªa: ¡°Tiro cuando siento miedo¡±. Solo disparaba si ve¨ªa su propia vida reflejada en los seres que fotografiaba.
Eran aquellos d¨ªas en que en este pa¨ªs al final de la dictadura, bajo un mismo pistoletazo de salida, galgos y caballos comenzaron a ladrar y relinchar juntos en una carrera hacia la nada por los t¨²neles de la ciudad. A Garc¨ªa Alix le excitaba disparar su c¨¢mara sobre los ojos melanc¨®licos de los perros perdedores, sobre las violentas fauces erizadas de colmillos de perros sangrientos, sobre los perros que en brazos de mujeres maduras y desamparadas eran el ¨²ltimo recipiente donde ellas arrojaban todo su amor. Por los s¨®tanos de la contracultura discurr¨ªan las tribus urbanas en busca de abrevadero y Garc¨ªa Alix era el inspector de alcantarillas que daba los certificados. Sab¨ªa que en aquel tiempo la imagen de una chica con minifalda de cuero camino de la panader¨ªa era m¨¢s detonante que cualquier ensayo de sociolog¨ªa.
Le excita retratar los ojos melanc¨®licos de los perros perdedores
El exorcismo
Si fotografiaba seres al l¨ªmite no era para buscar un exorcismo. Su c¨¢mara no emit¨ªa ning¨²n juicio. Las cosas son as¨ª, dec¨ªa. Paredes desconchadas, perros desolados, lavabos sucios, p¨²giles cubiertos de tatuajes bajo cremalleras con candados, macarras espatarrados, travestis y transexuales, adolescentes turbios y desafiantes con chupas de cuero duro, jeringuillas, vulvas y erecciones violentas, orgasmos sobre colchones infectos, preservativos anudados que encerraban millones de frustrados habitantes de este perro mundo, pero de pronto su estudio lo atravesaba un ¨¢ngel con un halo po¨¦tico. Hay un extra?o poema fotogr¨¢fico debajo de este arsenal humano que trajo a este pa¨ªs el env¨¦s de la democracia. En medio del nihilismo anarquista y la neurosis autodestructiva de la est¨¦tica punk, el talento para captar la belleza entre la rebeld¨ªa y la soledad, convirti¨® a Garc¨ªa Alix en protagonista de su propia leyenda. Tambi¨¦n su cuerpo era una frontera. En su piel lleva grabados todos sus deseos. El desamparo de los para¨ªsos perdidos lo expresa en su autorretrato con la mirada melanc¨®lica de aquel tiempo en que emprendi¨® viaje en perpetua fuga. Garc¨ªa Alix es su propio modelo de cuero a bordo de la moto a doscientos con el pelo electrificado.
Aquella pareja de adolescentes que en los primeros a?os de la libertad viajaron al sur, de regreso a la ciudad atravesaron el Madrid de los a?os ochenta y ya batidos por el hormig¨®n desolado del extrarradio se presentaron de nuevo a examen ante Garc¨ªa Alix. A este artista solo le interesaban los ojos de aquellas criaturas, la melanc¨®lica soledad de su mirada para estar seguro de que ya eran replicantes urbanos. En efecto, ellos hab¨ªan visto naves en llamas m¨¢s all¨¢ de Ori¨®n en los t¨²neles de Azca. ¡°Vale, me dais miedo. Ya sois de los m¨ªos¡±. A su modo el disparo de la leica de Garc¨ªa Alix era el rayo C en la puerta de Tannh?user.
Su c¨¢mara no emite ning¨²n juicio. Las cosas son as¨ª, dec¨ªa
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