Spotlight y los cazadores de conejos
La pel¨ªcula que narra con maestr¨ªa una investigaci¨®n de The Boston Globe deja sin argumentos a los agoreros que predican el fin del periodismo de calidad
Calculo que ten¨ªa 20 a?os. Era mi primer empleo como periodista: becario de una agencia de noticias. Mi jefe era un viejo editor, un hombre recto y meticuloso que hab¨ªa reporteado el tardofranquismo y los primeros compases de la democracia. Fue ¨¦l quien dio la primicia de la legalizaci¨®n del Partido Comunista. Al enterarme de que necesitaba un ayudante de redacci¨®n consegu¨ª el tel¨¦fono de su casa y le estuve llamando durante d¨ªas. Una noche su esposa me dijo que no pod¨ªa atenderme porque hab¨ªa bajado a tirar la basura. Insist¨ª quince minutos m¨¢s tarde, el tiempo que imagin¨¦ que tardar¨ªa en llegar al contenedor y fumarse un cigarrillo. Al fin se puso al aparato, como le gustaba decir a Gila, y un tanto hastiado por mi insistencia me convoc¨® al d¨ªa siguiente en su oficina.
Hasta ese d¨ªa yo hab¨ªa visto a muy pocos periodistas de cerca. El escritorio lleno de papeles, el jersey de lana, la chaqueta en el perchero y hasta el mal humor del viejo editor me impresionaron. Como prueba de redacci¨®n escrib¨ª un teletipo sobre un accidente de tr¨¢fico. Superado el examen, hablamos un rato del horario, el peque?o sueldo que iba a cobrar y la lata que le resultaba tener a la suegra en casa. Despu¨¦s me dijo que le trajera al d¨ªa siguiente un par de historias.
Entonces le¨ªa peri¨®dicos sin parar -sobre todo este en el que escribo- y ten¨ªa algunas ideas robadas de informaciones ya publicadas. Sin embargo, quer¨ªa sorprender al editor con algo totalmente nuevo. Val¨ªa la pena intentarlo. Un amigo me hab¨ªa contado que en una nueva zona residencial del norte de Madrid, reci¨¦n urbanizada, quedaban un par de nost¨¢lgicos que cazaban conejos en los descampados de alrededor, sin importarles que cerca ya se hubieran abierto colegios y sucursales de bancos. Aquel era su coto particular. Pas¨¦ varias ma?anas, antes del horario de oficina, recorriendo el barrio. Consegu¨ª un par de testimonios de gente que hab¨ªa escuchado ¡°escopetazos¡± y ladridos de lo que parec¨ªa "una jaur¨ªa de perros" persiguiendo a una presa, pero nadie que hubiera visto con sus propios ojos a un montero. Llam¨¦ a la polic¨ªa nacional, la polic¨ªa local, asociaciones de vecinos, bomberos¡ me dec¨ªan que estaba persiguiendo a un fantasma. Volv¨ª a la redacci¨®n, extenuado, y el editor se estuvo riendo un buen rato con la sucesi¨®n de hechos que le fui relatando.
¡°Bueno, eso es b¨¢sicamente lo que tiene que hacer un reportero: buscar. Aunque podr¨ªas tirarte toda la vida tras esos cazadores¡¡±, dijo. M¨¢s o menos.
Viendo esta semana Spotlight, la pel¨ªcula sobre la investigaci¨®n de los reporteros de The?Boston Globe nominada a seis Oscars, pens¨¦ que Martin Baron y sus muchachos hab¨ªan logrado encontrar a los cazadores de conejos. El que es ahora director del Washington Post, de quien la revista Esquire se pregunta si es el mejor editor de noticias de todos los tiempos, dirigi¨® junto a un editor-jefe y cuatro periodistas la investigaci¨®n sobre el encubrimiento sistem¨¢tico de la Iglesia a los curas pederastas. El trabajo de los periodistas logr¨® el Pulitzer. Si de mi dependiera, la adaptaci¨®n al cine de Tom McCarthy se llevar¨ªa el galard¨®n a mejor pel¨ªcula.
Por varios motivos. El primero es que retrata con verosimilitud la vida de un peri¨®dico. A diferencia de otros filmes en los que los periodistas reciben carpetas en callejones oscuros, o cuentan con hackers que acceden a la informaci¨®n de la instituciones como Lisbeth Salander en Millenium, los reporteros del Boston Globe trabajan sobre una historia ya publicada, como ocurre en muchos casos, a la que solo hay que enfocarla desde un ¨¢ngulo fresco, en este caso el de Baron.
Los reporteros se enfrentan a los obst¨¢culos de cualquiera que quiera dedicarse a este oficio. Abogados sujetos a cl¨¢usulas de confidencialidad, el rechazo de una parte de la sociedad que no quiere ventilar los trapos sucios de la Iglesia, v¨ªctimas que han sufrido demasiado y no quieren contar su intimidad al primer desconocido con libreta y grabadora que se presenta en su casa. Mi esposa, tambi¨¦n periodista, llor¨® en este carrusel de escenas sobre el trabajo del reportero, y no en el desenlace final, donde uno en teor¨ªa debe emocionarse. Ella sabe lo que cuesta tocar a puertas donde lo m¨¢s seguro es que encuentres rechazo.
Adem¨¢s, muestra una cara no tan idealizada de la profesi¨®n. El periodista m¨¢s veterano puede ser un maestro pero tambi¨¦n un trampero. No son pocas las veces que en Spotlight los mayores le dicen a los j¨®venes enfrascados en la investigaci¨®n que van por el camino equivocado, que la historia ya est¨¢ contada, y que sus fuentes no son m¨¢s que unos chalados.
He le¨ªdo estos d¨ªas, acerca de Spotlight, que la pel¨ªcula retrata una forma de hacer periodismo en extinci¨®n, de otro tiempo. Es cierto que la crisis de los medios ha menguado las redacciones y ha impuesto la dictadura de los clics, pero es como si los escritores pusieran como pretexto el Kindle para no escribir la gran novela de su ¨¦poca. Es solo una excusa m¨¢s para no salir a la calle en busca de los cazadores de conejos.?
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