Arco: la d¨¦cada en la que abrimos los ojos
Ahora que la cultura sale del discurso pol¨ªtico, es grato revisar los a?os en que empezamos a mirar el mundo como parte implicada
En 1980, en el Museo Municipal de Madrid, se inauguraba Madrid DF, exposici¨®n en la que un grupo de pintores presentaba sus obras figurativas para el improvisado DF en el Estado de las autonom¨ªas. Poco antes hab¨ªa accedido a la alcald¨ªa Tierno Galv¨¢n, quien despu¨¦s de traducir el Tractatus de Wittgenstein llenaba la ciudad de un aire desinhibido, y la sociedad, ¨¢vida de ver lo que llevaba casi medio siglo ocurriendo fuera, se sumerg¨ªa en la nueva realidad, feliz de que la cultura ¡ªy la contempor¨¢nea en particular¡ª hubiera dejado de ser semiclandestina; un asunto para minor¨ªas subversivas. En medio de aquella atm¨®sfera de cambio se abr¨ªa Arco gracias al empe?o y el entusiasmo de Juana de Aizpuru. Se trataba de una feria necesariamente diferente: no aspiraba s¨®lo a ¡°vender¡±, sino que actuaba como escaparate de lo novedoso ¡ªsus primeros foros de debate fueron un referente imprescindible¡ª.
Am¨¦rica Latina, al igual que Asia o ?frica, forma ya parte de la rutina de cualquier exposici¨®n o evento art¨ªstico
All¨ª se reflexion¨® sobre la inesperada vuelta a la pintura de los ochenta, despu¨¦s de a?os repletos de obras donde el proceso primaba sobre el producto. Las huellas de la Transvanguardia, ¡°inventada¡± por Bonito Oliva, se expandir¨ªan hacia Nueva York con los neoexpresionistas y hasta con los rusos, a los cuales se iban incorporando creadores como Kabakov, cuyas instalaciones revolucionar¨ªan Manhattan con su temprana ¡°cr¨ªtica institucional¡±.
De hecho, la d¨¦cada de 1980 fue mucho m¨¢s que una mera representaci¨®n visual de la manoseada ¡°posmodernidad¡±. Durante esos a?os se consolidaron las propuestas de g¨¦nero y se cre¨® un lenguaje donde proceso y producto encontraban un punto de contacto sorprendente: la foto ¡°conceptualizante¡± llenaba galer¨ªas y museos. Los fot¨®grafos volv¨ªan la mirada hacia un medio que a su vez buscaba nuevos coleccionistas entre la clase de moda, los yuppies ¡ªj¨®venes profesionales urbanos¡ª, sin tanto dinero pero con una enorme pasi¨®n por coleccionar algo acorde con su ¨¦poca, y quiz¨¢s, aunque la discusi¨®n no tendr¨ªa hoy ning¨²n sentido, eran m¨¢s ¡°artistas¡± que fot¨®grafos ¡ªlo escrib¨ªa Woodward en el dominical de The New York Times en octubre de 1989¡ª. Lorna Simpson, Louise Lawler, Richard Prince, Barbara Kruger, Cindy Sherman, Robert Mapplethorpe o William Wegman acaparaban una atenci¨®n que no ha deca¨ªdo, si bien la foto ¡°art¨ªstica¡± ha sido sustituida por la ¡°documental¡±, tendencia a la moda que ha rescatado los archivos y sus documentos pol¨ªticos ¡ªa veces no sin cierta incongruencia¡ª para las salas de los museos, nuevo objeto a venerar, e incluso para las ferias de arte.
Tal vez la fascinaci¨®n por dejar a un lado las ¡°ficciones¡± y volver a lo ¡°real¡± hab¨ªa comenzado con las propuestas de los Young British Artists, quienes en los noventa develaban su cama deshecha ¡ªEmin¡ª o al padre borracho ¡ªBilligham¡ª, construyendo una nueva manera de enfrentar los valores tradicionales del ¡°arte¡±. Se trataba de un juego perverso, igual que ocurre con el ¡°documento¡±, ahora un producto m¨¢s de transacci¨®n en el mercado, quiz¨¢s porque la cr¨ªtica institucional no es sino una contradicci¨®n en los t¨¦rminos: pese a que Foucault dijera que el sistema hay que dinamitarlo desde dentro, dicho sistema es tan poderoso que acaba por deglutir cualquier cosa que se le acerca.
Ha ocurrido incluso con los artistas que en los noventa entraron en el circuito desde ¨¢reas ¡°perif¨¦ricas¡±. Am¨¦rica Latina es el ejemplo m¨¢s paradigm¨¢tico, con su aparici¨®n en ferias, bienales, subastas, museos¡, primero a trav¨¦s de los artistas m¨¢s j¨®venes en los noventa que dieron paso al rescate de creadores anteriores. En el momento actual, Am¨¦rica Latina, al igual que Asia o ?frica, forma ya parte de la rutina de cualquier exposici¨®n o evento art¨ªstico, en un mundo que convierte a un activista como Ai Weiwei en el personaje medi¨¢tico que habla de refugiados casi al tiempo que inventa el gangnam style.
Qui¨¦n sabe si debido a esas paradojas, en los ¨²ltimos 35 a?os, hemos presenciado ¡°la vuelta de la pintura¡± ¡ªy posterior fascinaci¨®n hacia el dibujo de tantos artistas j¨®venes¡ª; un arte de consumo con calaveras plagadas de brillantes; la consolidaci¨®n masiva del arte de g¨¦nero, la foto o el v¨ªdeo; la puesta en valor de ¨¢reas geogr¨¢ficas tradicionalmente olvidadas, ahora main stream; la consolidaci¨®n del arte p¨²blico y el site specific; el arte llamado ¡°relacional¡± porque implica directamente al espectador; el rescate y posterior desactivaci¨®n del arte pol¨ªtico; el auge del documento; la cr¨ªtica institucional como una de las bellas artes; los activistas convertidos en artistas, igual que antes los artistas hab¨ªan sido activistas¡ Hemos sido testigos de tantos cambios que el tiempo se ha pasado muy r¨¢pido, sobre todo aqu¨ª, donde era necesario correr para alcanzar el futuro y recuperar el pasado oculto. Pero ahora que la cultura ¡ªotra forma de educaci¨®n¡ª ha salido de los discursos pol¨ªticos ¡ªcasi un asunto superfluo¡ª resulta gratificante volver los ojos hacia aquellos primeros a?os de la democracia, cuando se nos abrieron los p¨¢rpados y empezamos a mirar el mundo como quien forma parte del acontecimiento.
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