Un sonido inolvidable, un tango para la eternidad
El m¨²sico argentino Gato Barbieri cre¨® sensaciones memorables con su saxo, tocando como los dioses
Ser¨ªa complicado, fatigoso o imp¨²dico para cualquier mel¨®mano explicarles a los dem¨¢s las razones por las que determinados discos ocupan un lugar a perpetuidad en sus fibras m¨¢s ¨ªntimas desde la primera vez que los escucharon. Despu¨¦s de miles de audiciones (de acuerdo que los LP se rayaban, o expulsaban despu¨¦s de colocarlos 10 veces en el plato aquel ruidito que ahora recuerdas como algo m¨¢s entra?able que molesto, y que los CD tampoco garantizan eterna duraci¨®n, algo al parecer eliminado en las audiciones a trav¨¦s del prodigioso Internet, pero los trogloditas siempre identificaremos la m¨²sica con los discos de vinilo) les siguen emocionando, giran en su cabeza y en su coraz¨®n, se han convertido en la banda sonora de lo que han vivido, querido y sufrido. Y tal vez ese amor, obsesi¨®n, complicidad, no la protagonicen incuestionables obras maestras de la m¨²sica, esa condici¨®n con atributos intocables llamada clasicismo, sino que esos sonidos o esas voces que alborotan permanentemente el alma obedecen a motivos que solo conocen ellos, aunque haya otras personas, muchas o pocas, que compartan ese amor.
Aquella m¨²sica y el saxo que rug¨ªa, lloraba, gritaba, eran inseparables de las im¨¢genes, eran pura seducci¨®n
Descubr¨ª al mismo tiempo y en id¨¦ntico lugar a un pintor y a un m¨²sico que me perturbaron. Ocurri¨® en un cine de Perpi?¨¢n hace cuarenta y tantos a?os. En los t¨ªtulos de cr¨¦dito de ?ltimo tango en Par¨ªs aparec¨ªan pinturas fascinantes de gente deformada y desgarrada, en proceso de descomposici¨®n, mientras que el sonido de un saxo expresaba lamentos. Eran el anticipo y la simbiosis perfecta de una historia febril, brutalmente emocional, en carne viva, de un lirismo que hace da?o, con una interpretaci¨®n de Brando que est¨¢ m¨¢s all¨¢ del elogio, en la que volc¨® muchas y dolorosas cosas de s¨ª mismo. Las pinturas iniciales eran de Francis Bacon y la banda sonora la hab¨ªa creado Gato Barbieri, con la impagable colaboraci¨®n en los arreglos del gran Oliver Nelson.
Aquella m¨²sica y ese saxo que rug¨ªa, lloraba, gritaba, inquietaba, reflejaba el luto, el romanticismo m¨¢s duro, desesperaci¨®n, resultaban inseparables de las im¨¢genes, eran estados de ¨¢nimo, era pura seducci¨®n. Los sonidos que ambientan la febril carrera en el amanecer de Par¨ªs de ese Brando borracho persiguiendo a su ¨²ltimo tren vital, representado por esa mujer joven, sofisticada y ya desencantada de un juego tan sensual como peligroso con un desconocido blasfemo y er¨®tico pero que tambi¨¦n est¨¢ envuelto en tragedia, o al final del estremecedor mon¨®logo de Brando ante el cad¨¢ver de su suicidada esposa, te alborotan el coraz¨®n para el resto de tu existencia. O por lo menos el m¨ªo. Y ya s¨¦ que versiones edulcoradas de aquella banda sonora suenan pl¨¢cidamente en los ascensores y en los escenarios m¨¢s descafeinados. Tambi¨¦n suena Van Morrison. Y no me extra?ar¨ªa que se atrevieran con las canciones m¨¢s broncas de Tom Waits. ¡°Para que la desesperaci¨®n se venda bien, solo es preciso encontrar una f¨®rmula¡±, aseguraba L¨¦o Ferr¨¦. Como casi siempre, ten¨ªa raz¨®n.
Despu¨¦s de aquel hermoso conocimiento, segu¨ª durante varios a?os las huellas de Gato Barbieri. Recuerdo discos irregulares con momentos sublimes, como la volc¨¢nica entrada de su saxo despu¨¦s de ir presentando todos los instrumentos de la banda que le acompa?a en el disco The Third World, Chapter One: Latin America. ?O era en el tema final, grabado en directo en Brasil, de Chapter Two: Hasta siempre¡±. Da igual. Solo s¨¦ que desde el maravilloso John Coltrane, ning¨²n saxo me hab¨ªa llegado tan dentro como el de Gato Barbieri.
Tiempo habr¨ªa para la decepci¨®n. Y lleg¨®. Primero en un concierto lamentable que dio en Madrid. Le hab¨ªan precedido los d¨ªas anteriores el arte torrencial que desprend¨ªan la trompeta de Dizzy Gillespie y el piano de McCoy Tyner, dos leyendas con causa. Pero no recuerdo que Gato Barbieri me provocara ninguna sensaci¨®n perdurable. Solo hab¨ªa ruido ca¨®tico y presuntamente vanguardista. Sonaba como un colgado in¨²tilmente obsesivo. Eran los a?os en los que molaba cantidad el free jazz. Pero no todo el mundo pod¨ªa tocar como Ornette Coleman ni navegar con tanta personalidad y estilo como ¨¦l por terrenos inexplorados y ariscos. Y despu¨¦s llegaron discos repetitivos y prescindibles, aunque te encontraras su m¨²sica hasta en la sopa. Durante un tiempo no excesivamente largo fue bastante popular, pero sus temas sonaban a f¨®rmula con dudoso encanto.
Durante un tiempo no excesivamente largo fue bastante popular, pero sus temas sonaban a f¨®rmula con dudoso encanto
Y de repente pareci¨® que hab¨ªa desaparecido. Lo reencontr¨¦ en la pel¨ªcula de Fernando Trueba Calle 54. Y su breve actuaci¨®n era impresionante. Te devolv¨ªa el sonido que alguna vez amaste. Fernando me cont¨® que se encontr¨® con alguien afable pero transparentemente machacado. Alguien que todav¨ªa se iluminaba un poco recordando sus trabajos con Bertolucci y con Glauber Rocha, a?orando la ¨¦poca dorada de la nouvelle vague. Y Fernando me tra¨ªa un regalo perdurable. Era el enmarcado LP de la banda sonora de?ltimo tango en Par¨ªs con una dedicatoria muy cari?osa del hombre que la cre¨®, rematada con el dibujo de un gato. Han pasado muchos a?os, pero no me canso de mirar la portada de ese disco ni la firma que le acompa?a. Es la de Brando vestido de negro y con los ojos cerrados tumbado en una poltrona. Da miedo imaginar lo que pasa por la cabeza y por el coraz¨®n de ese tipo crepuscular, a punto de definitiva derrota. Y tengo claro que, si tuviera que salir un d¨ªa corriendo de mi casa por riesgos inminentes, intentar¨ªa ante todo llevarme conmigo esa portada, otra dedicada por Brassens en el ¨²ltimo disco que public¨® y algunas fotograf¨ªas de ni?os y adultos muy queridos.
Leo que Gato Barbieri ha muerto arruinado y solo. Y me conmueve. Tambi¨¦n me entero de su convicci¨®n de que los m¨²sicos de jazz no le consideraban uno de los suyos y que los m¨²sicos latinos tampoco le consideraban de su gremio. Ojal¨¢ que su orgullo o la creencia en su arte le evitaran sentirse demasiado solo. Y qu¨¦ bien le sentaba la ropa, los sombreros, a ese se?or que parec¨ªa m¨¢s chulo que un ocho. Y que alguna vez cre¨® sensaciones memorables con su saxo, tocando como los dioses.
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