La sonrisa escocesa y ?vivan las cadenas!
Se me queda la sonrisa 'escocesa' del Joker al enterarme de que las encuestas siguen d¨¢ndole la mayor¨ªa a Rajoy
El hampa escocesa, como muy bien sab¨ªa R. L. Stevenson, no s¨®lo era experta en la profanaci¨®n de cad¨¢veres (recu¨¦rdense a los siniestros Fettes y Macfarlane en el relato Los ladrones de cuerpos, 1884), sino que se vanagloriaba de utilizar una peculiar german¨ªa minuciosamente elaborada para designar cualquier eventualidad que pudiera presentarse a sus miembros en el desempe?o de sus tareas. As¨ª, por ejemplo, la expresi¨®n Glasgow smile (sonrisa de Glasgow) les serv¨ªa para designar la horripilante mueca que quedaba impresa en el rostro de sus enemigos (polis, delatores, rivales) cuando les propinaban sendos tajos desde la comisura de la boca hasta el centro de las mejillas. Para que lo visualicen mucho mejor: la sonrisa que exhibe el Joker (Heath Ledger) en El caballero oscuro (Christopher Nolan, 2008) es un ejemplo perfecto de la glasgow smile. Tengo para m¨ª que los or¨ªgenes literarios de tal cirug¨ªa facial se remontan a El hombre que r¨ªe (1869), la novela de Victor Hugo que acaba de publicar Pre-Textos (en traducci¨®n de Victor Goldstein). Se trata de una historia prolija, barroca, enorme (mil p¨¢ginas) e inclasificable que desaf¨ªa a todas luces las reglas esenciales de la novela en un punto fundamental: los personajes son, antes que criaturas dotadas de autonom¨ªa y vida (literaria) propia, encarnaciones aleg¨®ricas de ideas m¨¢s o menos expl¨ªcitas. Perm¨ªtanme que, sin convertirme en spoiler, les resuma su trama: Ursus (oso), una especie de buhonero y charlat¨¢n de ampl¨ªsima y atrabiliaria cultura, y su perro Homo (hombre) encuentran en su peregrinaje por la Inglaterra del siglo XVII a un ni?o reci¨¦n huido de una pandilla de delincuentes ¡°comprachicos¡± (Hugo utiliza en espa?ol ese t¨¦rmino inventado); el ni?o (Gwynplaine), que tiene el rostro mutilado con una mueca que le da la apariencia de estar permanentemente sonriendo, lleva consigo a una beb¨¦ ciega (Dea) que hab¨ªa encontrado entre la nieve, arrebujada junto al cad¨¢ver de su madre. La novela cuenta la peripecia ¡ªsi as¨ª puede llamarse¡ª de esos cuatro personajes a lo largo de los a?os finales del siglo XVII y, m¨¢s tarde, durante el reinado de Ana, cuando los chicos ya han crecido y, dirigidos por Ursus, forman una especie de compa?¨ªa teatral itinerante que malvive con lo que obtiene representando en pueblos y ciudades dudosos dramas breves de contenido m¨¢s o menos cr¨ªtico. La inquietante ¡°sonrisa¡± de Gwynplaine (el hombre que r¨ªe) ¡ªes decir, su deformidad¡ª fascina al auditorio y, m¨¢s tarde, y una vez producida la inevitable anagn¨®risis que explicar¨¢ su origen, provoca la humillante hilaridad de la aristocracia cortesana, blanco principal de la cr¨ªtica de Hugo. La novela, cuyo difuso mensaje social y revolucionario es a menudo tedioso, resulta, sin embargo, interesante por diversos aspectos que tienen que ver con las fantasmagor¨ªas del autor (las arquitecturas fant¨¢sticas, por ejemplo); por su inter¨¦s, t¨ªpicamente huguesco, por los seres moral o f¨ªsicamente deformes (recu¨¦rdese a Quasimodo), y por los ambientes nocturnos y g¨®ticos, tres caracter¨ªsticas presentes tambi¨¦n con distinta intensidad en Los cantos de Maldoror, que Isidore Ducasse, conde de Lautr¨¦amont, public¨® en Par¨ªs en el mismo a?o. En cuanto a la ¡°sonrisa de Glasgow¡± (que en la primera versi¨®n cinematogr¨¢fica de la novela, dirigida por el expresionista Paul Leni en 1928, exhib¨ªa el gran actor Conrad Veidt), les aclaro que para hacerse acreedor a ella no siempre es necesario que a uno le den un tajo con una faca o fragmento de cristal: a m¨ª se me ha quedado permanentemente una estupefacta y monstruosa mueca de oreja a oreja al enterarme de que, despu¨¦s de lo que hemos visto y vivido, las encuestas siguen d¨¢ndole la mayor¨ªa a Rajoy. Como dec¨ªan nuestros simp¨¢ticos absolutistas al regreso del rey Fel¨®n (1814),?vivan las caenas!
Mujeres
Confieso con verg¨¹enza profesional que lo ¨²nico que hasta la fecha hab¨ªa le¨ªdo del navarro (y catal¨¢n de adopci¨®n) Gregorio Luri (Azagra, 1955) era una brillante Introducci¨®n al vocabulario de Plat¨®n publicada, creo, por la editorial sevillana La Isla de Siltol¨¢, que no veo muy citada en sus bibliograf¨ªas m¨¢s recientes. No conozco, en cambio, ninguno de sus ensayos sobre educaci¨®n que le han dado m¨¢s reconocimiento p¨²blico, ni tampoco su m¨¢s reciente?Matar a S¨®crates? (Ariel, 2015). Como lo hab¨ªa clasificado torpemente como fil¨®sofo y pedagogo, me extra?¨® ver su nombre en la cubierta de El cielo prometido. Una mujer al servicio de Stalin (Ariel), en la que tambi¨¦n aparece, en letra m¨¢s peque?a, el paratexto aclaratorio ¡°La historia de la familia Mercader¡± (por cierto, un experto en mercadotecnia juzgar¨ªa excesiva la cantidad de mensajes de la tapa). En realidad, el estupendo ensayo biogr¨¢fico (a pesar de cierto desorden expositivo, producto quiz¨¢ de la presi¨®n de una ampl¨ªsima documentaci¨®n testimonial) es, a su manera at¨ªpica y nada intimidante, una reflexi¨®n hist¨®rica (y filos¨®fica) con vocaci¨®n pedag¨®gica. La mujer, afirma Luri con lucidez, ¡°fue la gran sorpresa de la guerra espa?ola¡±, y eso tambi¨¦n qued¨® claro para los fot¨®grafos extranjeros, que, fascinados por la novedad, tomaron innumerables placas de milicianas y combatientes revolucionarias ataviadas con el mono que publicaron profusamente los diarios de la ¨¦poca; mujeres, en todo caso, a las que el formidable trueque de valores morales a que dio lugar la Rep¨²blica hab¨ªa liberado de las ataduras que constre?¨ªan su libertad: la Iglesia, la obediencia paterna o conyugal y el ¡°sentido del decoro¡± socialmente impuesto. El cielo prometido es, por tanto, muchas cosas. En primer lugar, una apasionante biograf¨ªa de la matriarca y jefa de clan Caridad Mercader ¡ªun personaje cuya resonancia pol¨ªtica y repu?taci¨®n van mucho m¨¢s all¨¢ de ser la madre del asesino de Trotski¡ª; en segundo lugar, un retrato de grupo (necesariamente incompleto e impresionista) de un conjunto de enigm¨¢ticas mujeres comunistas ¡ªmayoritariamente j¨®venes surgidas de las clases medias cultas que abrazaron el comunismo en su versi¨®n estalinista en pleno ardor revolucionario¡ª, y entre las que figuran ?frica de las Heras, Paulina Odena, Marina Ginest¨¤ o Lena Imbert, de cuyas peripecias y avatares el lector se queda con ganas de saber m¨¢s. Y por ¨²ltimo, un tel¨®n de fondo del comunismo espa?ol de la ¨¦poca, en el que se destaca la ejecutoria de algunos de sus dirigentes propios y for¨¢neos, de sus intrigas y venganzas, de sus luchas intestinas, de sus fabricadas denuncias de revolucionarios antiestalinistas, de su feroz dogmatismo, pero tambi¨¦n de su organizaci¨®n, determinaci¨®n y coraje. Luri se interroga, a su manera, sobre la ¡°ilusi¨®n del comunismo¡± y, de modo especial, sobre lo que considera ¡°el mayor esc¨¢ndalo intelectual del siglo pasado¡±, es decir, la ¡°sumisi¨®n gozosa¡± de muchos intelectuales a la tiran¨ªa. O dicho al modo de Albert Camus: del letal abrazo de muchos intelectuales ¡°cansados de su libertad¡± a doctrinas y l¨ªderes dispuestos a acabar con ellas en aras del cielo (en la tierra) prometido.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.