Retornos de Torres-Garc¨ªa
El pintor uruguayo es un artista en voz baja; requiere de una cercan¨ªa f¨ªsica igual que un solo de Monk o Lester Young o una frase de Onetti
Quien le ense?¨® a Joaqu¨ªn Torres-Garc¨ªa a hacer pajaritas de papel ¡ªen Barcelona, hacia 1900¡ª fue Miguel de Unamuno. Torres-Garc¨ªa est¨¢ siempre entre la filosof¨ªa y la papiroflexia, entre la carpinter¨ªa y el misticismo, entre los signos primarios dibujados en cuevas prehist¨®ricas y en callejones de Par¨ªs y las avanzadas m¨¢s valerosas del arte moderno. Contaba en sus memorias que de ni?o, en la periferia de Montevideo, ya era pintor antes de enterarse de que existiera la pintura. En los desvanes del almac¨¦n de todo tipo de mercader¨ªas de su padre dibujaba las cosas que ve¨ªa en sus paseos por el puerto de Montevideo, las anclas de los barcos, el reloj del faro, las chimeneas pintadas de blanco y de rojo de las que sub¨ªan nubes de vapor, el sol en las banderas de Uruguay. Torres-Garc¨ªa se dejaba fascinar por la misteriosa variedad de los objetos que estaban a la venta en la tienda de su padre, y tambi¨¦n por los olores y las formas puras de los bloques de madera que ve¨ªa en el taller de carpinter¨ªa de su abuelo materno.
Viajando en un buque de vapor de Montevideo a Barcelona a los 16 o 17 a?os, Torres-Garc¨ªa completaba un camino de aprendizaje que no era el de los estudios acad¨¦micos, sino el de la historia entera de las representaciones visuales. En Montevideo no hab¨ªa visto cuadros, ni revistas, ni casi nada que fuera contempor¨¢neo, a excepci¨®n de los barcos y las gr¨²as del puerto. En Barcelona, en Matar¨®, lo trastorn¨® el espect¨¢culo de la ciudad moderna y de la agitaci¨®n industrial y artesana. En los talleres de Matar¨® donde se cardaba la lana le impresionaron grandes balanzas que no dejaron nunca de aparecer como jerogl¨ªficos, como una taquigraf¨ªa del recuerdo, en sus pinturas y dibujos de la madurez. Ten¨ªa una memoria visual infalible. Esas parrillas o tr¨¦bedes que tambi¨¦n est¨¢n en sus cuadros son las que serv¨ªan para asar la carne en las cocinas de su infancia.
Torres-Garc¨ªa lleg¨® a Barcelona y descubri¨® de golpe una cultura y una ciudad muy tupidas que eran el reverso de los grandes espacios en blanco de su vida en Uruguay. Todo lo aprend¨ªa desor?denadamente y de golpe. Descubr¨ªa la pintura, aunque fuera la aparatosa pintura hist¨®rica de la ¨¦poca; descubr¨ªa la literatura y la filosof¨ªa, y sobre todo la m¨²sica, las sinfon¨ªas de Beethoven que se tocaban por primera vez en Barcelona, la m¨²sica de piano en las casas burguesas donde iba a dar clase de dibujo a los ni?os, la obertura de Tannh?user, que estremeci¨® tanto su o¨ªdo ¨¢vido que tuvo la sensaci¨®n de que por primera vez estaba escuchando de verdad la m¨²sica.
Torres-Garc¨ªa, autodidacta y zurdo, devoto de los misticismos simbolistas de la ¨¦poca y de la carpinter¨ªa, absorbi¨® en Barcelona todo lo mejor que se pod¨ªa aprender all¨ª y se march¨® pronto en busca de nuevos horizontes, contagiado del desasosiego viajero que hab¨ªa llevado a su padre a emigrar a Am¨¦rica y a volver sin mucha fortuna a su tierra natal. Pero Torres-Garc¨ªa no es el artista solitario y raro y egoc¨¦ntrico hasta el capricho canonizado por las vanguardias: es un marido afectuoso y un padre muy dedicado a los hijos que le iban naciendo en sus destinos sucesivos. Para ganarse la vida y sostener a su familia aceptaba todo tipo de encargos. Para entretener sin mucho gasto a sus hijos y explorar posibilidades de negocio se dedic¨® durante unos a?os a fabricar juguetes, inspirado tambi¨¦n por las ideas pedag¨®gicas ilustradas en las que basaba la ense?anza para sus alumnos. Los juguetes de Torres-Garc¨ªa tienen las formas simples y angulosas de las pajaritas que le hab¨ªa ense?ado a hacer Unamuno, y tienen tambi¨¦n la materialidad de la carpinter¨ªa del taller de su abuelo. No eran juguetes de porcelana o cart¨®n para ni?os burgueses que debieran tratarlos respetuosamente y depositarlos sobre anaqueles. Eran juguetes s¨®lidos para que soportaran los golpes y las sacudidas de las manos infantiles, juguetes que se desarmaban sin romperse y que pod¨ªan organizarse de nuevo. Sus bloques puros de materia y color todav¨ªa lo llenan a uno de j¨²bilo cuando los mira tras una vitrina. Le despiertan el deseo de adelantar la mano y disfrutarlos con el tacto y con el olfato tan plenamente como de la mirada.
En Torres-Garc¨ªa, me dice con raz¨®n Guillermo de Osma, no hay diferencia entre el gran empe?o y el boceto, entre el cuadro muy elaborado, el apunte a l¨¢piz o a tinta, el bloque de madera pintada. Es uno de esos raros artistas que est¨¢n ¨ªntegramente en cualquier cosa que hacen, como est¨¢ el c¨®digo gen¨¦tico completo en cada c¨¦lula, en una gota de sangre o saliva. Torres-Garc¨ªa es como Paul Klee, o Giorgio Morandi, o Bu?uel, o Thelonious Monk, o Juan Carlos Onetti: un artista de una contundencia definitiva y al mismo tiempo sigilosa, original y completo en todo lo que hace, hasta lo m¨¢s m¨ªnimo, y al mismo tiempo huidizo, como tanteando siempre, como a punto de irse o de desvanecerse.
El uruguayo es un artista en voz baja. Requiere de una cercan¨ªa f¨ªsica igual que un solo de Monk o Lester Young o una frase de Onetti
Torres-Garc¨ªa tuvo una vida errante y un ¨¦xito incierto, quiz¨¢s en parte porque hasta la ¨²ltima ¨¦poca no se asent¨® en ning¨²n sitio. Volvi¨® con 60 a?os a la Montevideo de donde se hab¨ªa marchado cuando era un adolescente. Igual que las obras de otros huidizos y esquinados como ¨¦l, la de Torres-Garc¨ªa perdura y se agranda con el paso de los a?os. En Nueva York, el oto?o pasado, el MOMA le dedic¨® una de sus grandes exposiciones canonizadoras, la misma que ha estado durante unos meses en Madrid en las salas de la Fundaci¨®n Telef¨®nica. Yo las he visto las dos, con la alegr¨ªa de ver que por fin se hace plena justicia a un artista que no puso en la promoci¨®n de s¨ª mismo la desorbitada energ¨ªa de los grandes egoc¨¦ntricos del siglo. Pero donde me he encontrado de verdad con ¨¦l no ha sido en esas amplitudes, con su proliferaci¨®n de obras y sus cat¨¢logos enormes. Donde he visto a Torres-Garc¨ªa en un espacio que se corresponde con quien ¨¦l era y con su manera de entender el arte ha sido en una exposici¨®n mucho m¨¢s recogida, en una zona tranquila y arbolada de Madrid, en una ma?ana por fin respirable de septiembre. En dos salas de la galer¨ªa Guillermo de Osma hay una selecci¨®n muy bien hecha y muy reveladora de casi todos los periodos y todas las facetas del arte de Joaqu¨ªn Torres-Garc¨ªa. En un espacio as¨ª, el tama?o siempre modesto de las obras y la falta de ¨¦nfasis del estilo cobra toda su presencia verdadera. Hay unos cuantos ¨®leos muy representativos y muy bien trabajados, pero a m¨ª lo que m¨¢s me gusta ver, casi tocar, son los bocetos a tinta, los dibujos hechos sobre un papel cualquiera, los juguetes con su simplicidad de dibujos animados cubistas, las tablas hendidas con un buril como muros de yeso de jerogl¨ªficos egipcios. Torres-Garc¨ªa es un artista en voz baja. Requiere la cercan¨ªa f¨ªsica igual que un solo de Thelonious Monk o Lester Young, o una frase de Onetti. ?
Torres-Garc¨ªa y el objeto, arte y dise?o. ?Galer¨ªa Guillermo de Osma. Madrid. Hasta el 11 de noviembre.
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