Mahler para no dormir
El director de orquesta Vladimir Jurowski apuesta por una visión extrema de la ‘Cuarta Sinfonía’ del compositor austriaco
En la Cuarta sinfonía de Mahler nada es lo que parece. El comienzo no representa los cascabeles de un trineo, sino el gorro de un bufón. Y el final tampoco es una estampa de la vida celestial, sino una parodia de la terrenal. La apariencia seráfica de esta sinfonía esconde, en tono de? humoresque, el terror del mundo que habitamos. Y del que inocentemente queremos proteger a nuestros hijos. Vladimir Jurowski (Moscú, 1972) asumió esta visión extrema de la partitura mahleriana en la primera de sus actuaciones en Espa?a dentro del ciclo de Ibermúsica al frente de la London Philharmonic Orchestra. El inicio de una gira que, tras Madrid, continuará por Valencia y Alicante.
London Philharmonic Orchestra
Obras de Dvorak y Mahler. Adolfo Gutiérrez, violonchelo. Sofia Fomina, soprano. London Philharmonic Orchestra. Dir.: Vladimir Jurowski. Ibermúsica. Auditorio Nacional, 9 de diciembre.
Hubo bromas, caricias, pero también angustia y mucha amargura. Una cuidada interpretación de aires camerísticos que se alargó casi hasta la una de la madrugada de este sábado. Entre el público se escuchaba con los ojos cerrados. Pero en vigilia. Lo comprobamos en el súbito fortissimo con que arranca la coda del Ruhevoll, donde Mahler muestra por una rendija ese paraíso idealizado de fanfarrias, arpegios y glissandi. Nadie se sobresaltó. Tal era la sensación de alerta creada por Jurowski con esas maneras de elegante espadachín sobre el podio. El ruso extremó las dinámicas, licuó los tempi, retorció los vientos, estiró la cuerda y paladeó cada portamento.
Una Cuarta planificada compás a compás, con una orquesta en estado de gracia, pero sin una visión de conjunto. Se notó especialmente en la transición al Das himmlische Leben final que Jurowski condujo con extrema lentitud y sin ninguna credibilidad dramática. Bien vocalmente la soprano rusa Sofia Fomina, a pesar de su descuidada pronunciación del alemán.
Jurowski aplicó en la primera parte una variante incisiva de la misma fórmula mahleriana al popular Concierto para violonchelo, de Dvorak. Una forma interesante de traer a ambos compositores a nuestro tiempo. Pero, en este caso, a costa de imponerla al solista. El violonchelista espa?ol Adolfo Gutiérrez (Múnich, 1979) consiguió lucir con dificultad el exquisito sonido de su instrumento cremonés de 1673. Uno de los mejores momentos de su interpretación fue el desarrollo Molto sostenuto del Allegro inicial. Y todo a pesar del empe?o del director ruso por convertir la obra de Dvorak en una especie de sinfonía concertante con flauta solista, que tocó magistralmente Juliette Bausor. Gutiérrez optó por una lectura más íntima y cantable que la propiamente brillante y virtuosa del director moscovita. Mostró más claramente sus credenciales al final dejando hablar a su instrumento en la desnuda zarabanda de la Quinta Suite, de Bach.
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