Payasos terror¨ªficos
Silvio Berlusconi y Donald Trump son inmunes al rid¨ªculo porque agotan en su comportamiento todas las posibilidades de la caricatura
Hacen falta con urgencia nuevas est¨¦ticas y nuevas po¨¦ticas para responder al nuevo mundo en el que ya estamos viviendo y para representarlo. Una obra de arte verdadera representa y desmiente, atestigua y pone en duda. Hablo de arte en el sentido m¨¢s amplio de la palabra: una pel¨ªcula, una novela, una instalaci¨®n, una pintura, un poema, una fotograf¨ªa. Durante m¨¢s de un siglo el adjetivo ¡°nuevo¡± ha tenido un valor universalmente positivo, a pesar de que muchas de las novedades que ven¨ªan con ¨¦l fueron atroces. Reinaba por encima de todo la convicci¨®n del progreso. Lo nuevo de alg¨²n modo iba a ser mejor. El arte nuevo por definici¨®n iba a superar al arte anticuado, a lo que era obsoleto por el hecho mismo de pertenecer al pasado. En una ¨¦poca dedicada a la celebraci¨®n comercial de lo joven y lo juvenil y la juventud se nos olvida de manera conveniente que la exaltaci¨®n de la juventud a toda costa fue un invento de los totalitarismos, el fascista y el comunista, los dos empe?ados en hacer tabla rasa de cualquier rasgo de la vida social o de la condici¨®n humana que limitara su doble aspiraci¨®n al dominio absoluto. Lo anunciado como nuevo fue muchas veces lo m¨¢s visceral y oscuro del pasado. Y en la literatura y en las artes la ortodoxia de lo nuevo a lo que conduce no es a una creatividad incesantemente desatada, sino a la monoton¨ªa de las unanimidades sucesivas de la moda.
Nos conviene ir acostumbr¨¢ndonos a que lo nuevo sea no lo resplandeciente y lo prometedor, sino lo terror¨ªfico, lo gradualmente siniestro, lo desbordado m¨¢s all¨¢ de cualquier l¨ªmite de verosimilitud. La desmesura y el delirio ven¨ªan siendo desde los tiempos de Rimbaud elementos fundamentales del arte de vanguardia. A donde han llegado m¨¢s lejos no ha sido en el arte sino en la realidad. A los periodistas culturales les gustan mucho los adjetivos ¡°transgresor¡± y ¡°rompedor¡±. Pero las rupturas y transgresiones de las artes, comparadas con las del espect¨¢culo pol¨ªtico, se quedan en travesuras irrisorias. Para rompedores, George W. Bush y Tony Blair cuando arrastraron al mundo en 2003 al despe?adero de la guerra de Irak, o Silvio Berlusconi cuando traslad¨® a la vida pol¨ªtica la desverg¨¹enza m¨¢xima y la basura que ya hab¨ªa llevado con tanto ¨¦xito a la televisi¨®n, o los dirigentes de Polonia o de Hungr¨ªa que agitan sin el menor escr¨²pulo las pasiones xen¨®fobas y potencialmente genocidas durante tantos a?os disimuladas y latentes en sus pa¨ªses. Rompedor, de la Uni¨®n Europea, y de la convivencia en su pa¨ªs, es ese Boris Johnson que exhibe la risa turbia del c¨ªnico regocij¨¢ndose en el desastre que ¨¦l mismo ha colaborado a provocar. Y m¨¢s rompedor que nadie, en lo pol¨ªtico y en lo est¨¦tico, en el descontrol de sus impulsos, de su peluca y de sus corbatas, es este Donald Trump que despierta una simpat¨ªa casi enternecedora en el sector m¨¢s cavernoso del columnismo pol¨ªtico espa?ol.
En una ¨¦poca dedicada a la celebraci¨®n comercial de lo joven se nos olvida que la exaltaci¨®n de la juventud a toda costa fue un invento de los totalitarismos, el fascista y el comunista
Algo tienen en com¨²n todos estos personajes, aparte de las obsesiones capilares: su triunfo sigue siendo inveros¨ªmil aun despu¨¦s de que se haya impuesto su pavorosa realidad; y son tan inmunes al escarnio como a la parodia. Valle-Incl¨¢n concibi¨® el esperpento como una respuesta de parodia y degradaci¨®n est¨¦tica al espect¨¢culo degradado de la pol¨ªtica y de la vida espa?olas de su tiempo. Pero el esperpento pierde su fuerza cuando el personaje o el espect¨¢culo que quiere satirizar son m¨¢s esperp¨¦nticos todav¨ªa. Lo pens¨¦ el oto?o pasado, viendo en la televisi¨®n americana los informativos sobre las elecciones, los debates entre Hillary Clinton y Donald Trump y las parodias de Trump que hac¨ªa cada s¨¢bado por la noche Alec Baldwin en Saturday Night Live. Baldwin es un excelente imitador y tiene un gran talento c¨®mico, y los guionistas del programa se han educado en una tradici¨®n incomparable de s¨¢tira pol¨ªtica. La s¨¢tira, como el esperpento, o como las caricaturas gr¨¢ficas del XIX, deriva su eficacia de la exageraci¨®n. Pero no hay s¨¢tira posible cuando por mucho que el imitador se esfuerce nunca llegue, ni de lejos, a un grado de exageraci¨®n tan extremo como el que despliega a cada momento el imitado. Lo quiera o no, el imitador impone l¨ªmites a sus aspavientos, por miedo a no resultar cre¨ªble, a caer en lo grosero y lo panfletario. El imitado carece de ese escr¨²pulo, como de cualquier otro. Silvio Berlusconi y Donald Trump son inmunes al rid¨ªculo porque ellos mismos agotan en su comportamiento todas las posibilidades de la caricatura. Los dos deben su celebridad a la ostentaci¨®n grosera del dinero y al risue?o embrutecimiento p¨²blico impartido por la televisi¨®n, con la a?adidura, en el caso de Trump, de ese gran regalo de lo nuevo que es Twitter. Si uno se fija en los ademanes de los dos, particularmente en el modo de apretar la mand¨ªbula y alzar la barbilla entornando los p¨¢rpados, comprende enseguida que tienen un modelo com¨²n, Mussolini. Los ap¨®stoles de las nuevas tecnolog¨ªas quieren hacernos creer que gracias a ellas progresa la humanidad. Progresa, desde luego, unas veces para bien, otras para mal. Sin las nuevas tecnolog¨ªas del cine, de la radio, de la publicidad y de la amplificaci¨®n del sonido en grandes espacios, Mussolini habr¨ªa sido tal vez un Berlusconi sin televisi¨®n, un Trump sin Fox News ni Twitter.
En las calles de las ciudades, en los aeropuertos a los que se cierra arbitrariamente el paso a los emigrantes legales, los ciudadanos improvisan respuestas pol¨ªticas. La vuelta a la actualidad de 1984 y de los dict¨¢menes luminosos de George Orwell sobre la corrupci¨®n del lenguaje y las mixtificaciones pol¨ªticas de la realidad son la prueba de una demanda urgente de respuestas est¨¦ticas. La insuficiencia de la parodia de Alec Baldwin comparada con la parodia en carne y hueso que es Donald Trump nos sugiere que hay trances de desbordamiento y ruptura de lo real que ya no pueden ser abarcados por formas est¨¦ticas o narrativas que fueron creadas a la medida de mundos m¨¢s manejables. Como en las pel¨ªcu?las desquiciadas de terror de los a?os setenta, con su tecnicolor extremado para retratar la sangre y las v¨ªsceras, hay que aprender a contar esta nueva era de los payasos terror¨ªficos.
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