Perder las formas
No hay un Trump entre nosotros, pero demasiadas veces la chuler¨ªa se celebra como coraje y la mala educaci¨®n como campechan¨ªa
Hay que prestar atenci¨®n cuando personas que parecen situadas en extremos ideol¨®gicos opuestos usan los mismos argumentos, repiten las mismas palabras y consignas, en un tono parecido. Las palabras ¡°¨¦lite¡± y ¡°elitista¡±, por ejemplo. Nunca se hab¨ªan usado tanto como ahora. Y nunca en un tono tan homog¨¦neo, de acusaci¨®n y desprecio. Hay que o¨ªrlas en boca de Donald Trump, de sus asesores y sus animadores, para los cuales tienen adem¨¢s la repugnancia a?adida de ser unas palabras francesas. Para un reaccionario americano, Francia y lo franc¨¦s provocan una animadversi¨®n morbosa, que resume todo lo que desprecia: la buena alimentaci¨®n, el vino, la libertad sexual, el Estado de bienestar, el tabaco, el laicismo, las mujeres que se ponen tacones altos y se pintan los labios para ir al supermercado o llevar los ni?os al colegio.
Durante las campa?as electorales y los ocho a?os de la presidencia de George W. Bush, la palabra ¡°¨¦lite¡± ya se us¨® mucho. Fue tambi¨¦n una ¨¦poca en la que empezaba a volverse meritoria la exhibici¨®n de la rudeza y la ignorancia. George W. Bush hablaba como un ¡°hombre com¨²n¡± de Texas, un regular guy, con el acento adecuado, con un amaneramiento de rudeza en los gestos. Expres¨¢ndose de una manera descuidada y hasta grosera probaba que ¨¦l no era un elitista, que estaba cerca del pueblo, la gente llana, el trabajador de casco y mono azul, el cazador rudo y saludable que sale a cazar con los amigos y lo celebra luego campechanamente con una barbacoa. La gente com¨²n no hab¨ªa tenido oportunidades de estudiar y de refinarse, y ni hab¨ªa podido permitirse viajar al extranjero ni le hab¨ªa hecho ninguna falta: por eso pod¨ªa reconocerse en ese hombre que era igual que ellos, que no se hab¨ªa reblandecido con las aficiones culturales ni con el cosmopolitismo.
Se trataba de una mentira, desde luego, salvo en un solo aspecto, el de la ignorancia. George W. Bush era tan ignorante como parec¨ªa, pero no porque hubiera tenido una vida dif¨ªcil y pobre como muchos de quienes lo votaban. Era un ignorante por vocaci¨®n, por gusto, por descaro, pues hab¨ªa ido a los colegios y a las universidades m¨¢s caras. Desde luego que no pertenec¨ªa a la ¨¦lite del conocimiento: pero s¨ª a la mucho m¨¢s restringida del dinero, a la ¨¦lite de los que nacen ya privilegiados y disponen desde ni?os de redes de contactos que los protegen y les garantizan que necesitar¨¢n muy poco esfuerzo para ganar m¨¢s privilegios todav¨ªa y legarlos a sus hijos, en esa cadena hereditaria de la desigualdad y el dinero que no se rompe nunca. Una de las cosas que m¨¢s hostilidad provocaban hacia Hillary Clinton era su indudable brillantez intelectual, la manera clara y precisa en la que se expresaba. Como Barack o Michelle Obama, pero sin el atractivo de ellos dos, Hillary Clinton ten¨ªa la temeridad de no ocultar que era una persona inteligente, muy cultivada y preparada, con un dominio impecable de la lengua.
En los ¨²ltimos tiempos he adquirido la costumbre morbosa de no perderme un discurso ni una rueda de prensa de Donald Trump. El camino hacia la celebraci¨®n gozosa y desafiante de la ignorancia que empez¨® Bush lo ha culminado Trump con una vehemencia que deber¨¢ de espantar hasta a su predecesor y modelo. En la lengua inglesa, las diferencias culturales y educativas est¨¢n m¨¢s marcadas que en la espa?ola: se depositan en las formas primarias del habla, en el acento, en el modo que se pronuncian o no ciertas terminaciones, en la prosodia. Trump es del gran barrio trabajador y emigrante de Queens, pero su habla no es la de una persona de clase obrera: es la de un rico marrullero y tramposo, que se jacta lo mismo del dinero que ha hecho como de su desprecio por todo aquello que no le ha hecho falta saber ni estudiar. ?l no tiene que fingir que le gusta la ¨®pera o el ballet, ni disimular su ¨¦xito ni su rapacidad con filantrop¨ªa, a la manera de otros millonarios. No necesita pronunciar bien los nombres de dignatarios o de pa¨ªses extranjeros. Puede decir No nothin con un acento de magnate dudoso de la recogida de basuras. En cualquier caso, ¨¦l no es elitista. La prueba de su autenticidad, de su legitimidad popular, es su groser¨ªa. Los responsables de la pobreza y la incultura en la que han ca¨ªdo muchos de sus votantes no son los multimillonarios como ¨¦l, que han comprado a fuerza de dinero el sistema pol¨ªtico y est¨¢n dispuestos a despojar todav¨ªa de m¨¢s derechos a la gente trabajadora. Los responsables son unas vagas ¨¦lites cultas y arrogantes que tienen su forma m¨¢s visible en los medios de comunicaci¨®n y en Hollywood. Los presupuestos que el Gobierno federal destina a cultura son ¨ªnfimos, por comparaci¨®n con los de cualquier pa¨ªs eu?ropeo normal, pero Trump y los republicanos se disponen belicosamente a erradicarlos: los fondos para la televisi¨®n y la radio p¨²blica, el National Endowment for the Arts y el de las Humanidades. El ahorro es m¨ªnimo, y los resultados ser¨¢n calamitosos, pero Trump y los suyos demostrar¨¢n una vez m¨¢s que ellos no les hacen juego a las ¨¦lites.
En nuestro pa¨ªs, ¡°¨¦lite¡± tambi¨¦n se ha vuelto una palabra sucia, y tambi¨¦n el desprecio al saber y la exhibici¨®n de la ignorancia parece que dan buenos r¨¦ditos pol¨ªticos. La derecha espa?ola ha despreciado y desprecia el saber porque est¨¢ convencida de que no sirve para nada, salvo para alimentar a disidentes y a holgazanes. La izquierda doctrinaria alienta con plena deliberaci¨®n una atm¨®sfera social de hostilidad hacia el m¨¦rito, hacia las formas cuidadas, hacia la soberan¨ªa individual: como si tambi¨¦n entre nosotros la incultura fuese una prueba de autenticidad, y la b¨²squeda personal de la excelencia en el ejercicio de una profesi¨®n o de una vocaci¨®n ¡ªa no ser la futbol¨ªstica¡ª volviera a quien se dedica a ella culpable de elitismo. No hay un Donald Trump entre nosotros, pero demasiadas veces la chuler¨ªa se celebra como coraje, la mala educaci¨®n como campechan¨ªa, lo desgre?ado como signos de rebeli¨®n; cada vez es m¨¢s virulenta la agresividad contra quien ejerce su derecho soberano a no rendirse a lo ofensivo o lo grosero por el simple motivo de que parezca ser mayoritario.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.