Si el avi¨®n se retrasa, toque el piano
Millones de personas le dan a las teclas en los aeropuertos y estaciones y los v¨ªdeos de aficionados y virtuosos triunfan en Internet
Una sala de espera. En un aeropuerto, en una estaci¨®n. Uno de esos lugares perfectamente intercambiables, que son iguales en todo el mundo. Las espaldas se revuelven en el asiento, hay quien trata de tumbarse. El reposabrazos met¨¢lico se lo impide. La mayor¨ªa de los que aguardan miran el m¨®vil. Y, de pronto, levantan la vista. Suena un piano.
En Francia es una escena cotidiana. Hay uno en todas las grandes estaciones de tren y aeropuertos del pa¨ªs, con un cartel invitando a sentarse y tocarlo. A no sentir reparo. Tambi¨¦n en Holanda. En Italia, hay uno en la terminal tres de Fiumicino; en las estaciones de Roma, Tur¨ªn, N¨¢poles y Florencia. Y en Londres, Fr¨¢ncfort, Praga, Budapest¡ Pero no en Espa?a, y tampoco lo habr¨¢ pronto. Jordi Vivancos es el director del concurso de m¨²sica Mar¨ªa Canals, que este s¨¢bado celebra su edici¨®n 63? y que cada a?o? siembra de pianos el Paseo de Gracia o la Plaza de Catalunya, en Barcelona, y luego otras ciudades. ¡°Representa como ning¨²n otro instrumento la sacralizaci¨®n, la percepci¨®n elitista de cierta tradici¨®n musical: tan caro, tan inaccesible. Colocarlo al alcance de la gente es una manera de declarar que la m¨²sica es una sensaci¨®n, una experiencia, y que cualquiera puede tocar¡±. Vivancos negoci¨® con AENA instalar uno de cola en el Prat y, tal vez, en Barajas, y rechazaron su ofrecimiento.
Ga?lle le Ficher, director de comunicaci¨®n de SNCF, la empresa estatal francesa de ferrocarriles, asegura que se cuentan por millones los que por unos instantes se sientan a hacer sonar las teclas, y tal ha sido el ¨¦xito en las estaciones que ahora han invitado a escritores noveles a leer o repartir sus textos. Jordi Vivancos desisti¨® de tratar con las instituciones, por el momento, pero llev¨® pianos a patios de colegio para que sean esos chiquillos los que en un futuro reclamen una mayor presencia de la m¨²sica.
El Auditorio Nacional (Madrid) tiene 2.324 butacas; el Palau de la M¨²sica Catalana 2.049; los v¨ªdeos de aficionados y virtuosos grabados en los aeropuertos alcanzan el ¨¦xito en Internet. El de un catal¨¢n ¡ªcamiseta del Bar?a incluida¡ª al que se le une un espont¨¢neo en una estaci¨®n de Par¨ªs para tocar una improvisaci¨®n a cuatro manos ha superado los 24 millones de reproducciones en YouTube. La pianista ucrania Valentina Lisitsa, que dio su primer recital con cuatro a?os, ofreci¨® a los pasajeros un repertorio de Rachmaninov, Chopin o Liszt en la estaci¨®n de tren de St. Pancras, en Londres. Suele hacerlo cuando viaja y encuentra un piano. Silas Bassa, argentino de Santa Fe y parisiense adoptivo,?aprovech¨® para ensayar mientras esperaba su tren de Lyon a Grenoble y para escrutar la reacci¨®n de un p¨²blico desprevenido.
Recuerda la pianista Mar¨ªa Parra una an¨¦cdota de Joshua Bell. A eso de las ocho de la ma?ana, con un stradivarius de 1713, toc¨® durante 43 minutos en la estaci¨®n de L'Enfant Plaza de Washington. Solo los ni?os se detuvieron a escuchar. Recaud¨® 32 d¨®lares (29 euros). Tres d¨ªas antes hab¨ªa dado un concierto en el que la entrada m¨¢s barata costaba 100 d¨®lares. ¡°Hay que desmitificar el envoltorio y revitalizar la sensibilidad hacia la m¨²sica¡±, dice Parra, que explica con pelos y se?ales c¨®mo hace tres d¨¦cadas en Nueva York los pianistas de los mejores conservatorios ped¨ªan cita para tocar el piano de la Estaci¨®n Central, y los representantes para verlos y fichar al siguiente gran talento.
Patrick Alfaya resid¨ªa en Barcelona cuando se top¨® un piano por la acera por la que caminaba. Ahora dirige la Quincena Musical donostiarra y en cada edici¨®n invita a los conciertos a gente que jam¨¢s ha asistido a uno y, luego, a cervezas, para conversar sobre las impresiones que les haya causado. ¡°De la misma forma que no se parece oler el papel mientras uno lee a tocar una pantalla para pasar p¨¢gina, escuchar una canci¨®n a solas con auriculares no tiene nada que ver con recibir el impacto de los vientos, la energ¨ªa de una banda¡±. Dice Alfaya, parafraseando al fil¨®sofo Zygmunt Bauman, recientemente fallecido, que ¡°somos solitarios en contacto permanente¡± y que reivindicar un piano en una estaci¨®n podr¨ªa ser una trinchera desde la que reclamar experiencias v¨ªvidas. ¡°Necesitamos sentir m¨¢s¡±.
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