Avatares
Sonido global no siempre empastado, excesivos contrastes din¨¢micos, articulaci¨®n original a menudo no respetada e innecesarios gestos efectistas
Haydn: Cuarteto op. 76 n¨²m. 1. Rihm: Grave. Beethoven: Cuarteto op. 130. Cuarteto Artemis. Auditorio Nacional, 30 de marzo.
Un cuarteto de cuerda es, en esencia, la suma de las cuatro partes que lo integran. Pero, al mismo tiempo, es tambi¨¦n much¨ªsimo m¨¢s que eso de resultas de la interacci¨®n de cuatro personalidades que deben ser necesariamente fuertes, contrastantes y complementarias. El Cuarteto Artemis fue, en los a?os del tr¨¢nsito del viejo a nuevo milenio, uno de los principales exponentes de lo que enseguida se confirm¨® como un tiempo nuevo para el g¨¦nero, que vivi¨® de mano de la formaci¨®n alemana y algunos otros grupos j¨®venes el comienzo de un per¨ªodo de esplendor como no hab¨ªa conocido quiz¨¢ nunca anteriormente.
Pero la riqueza de un cuarteto es, al mismo tiempo, el germen de su propia destrucci¨®n y ning¨²n gran cuarteto ha experimentado esta paradoja con m¨¢s crudeza que el Artemis. Desde su fundaci¨®n se han producido numerosos cambios en su plantilla, algunos de ellos simult¨¢neos y producidos no solo por las habituales disensiones (la convivencia hace el roce) sino por la enfermedad e, incluso, la muerte. De aquellos cuatro j¨®venes que formaron el grupo en L¨¹beck en 1989 solo queda ya su veterano violonchelista, Eckart Runge, al que tambi¨¦n debe de costarle reconocer en el grupo actual las virtudes y la personalidad arrolladora de aquella formaci¨®n inicial. En Madrid tocaron a menudo en el Liceo de C¨¢mara, por lo que muchos de los asistentes del fidel¨ªsimo p¨²blico madrile?o amante de la m¨²sica de c¨¢mara que llen¨® ayer la sala peque?a del Auditorio Nacional bien ha podido llegar ahora a id¨¦ntica conclusi¨®n.
El complejo juego de equilibrios de anta?o se ha roto, en parte porque las piezas ya no encajan con esa perfecci¨®n. De entrada, Vineta Sareika, que toca el primer viol¨ªn, es una instrumentista sin la suficiente personalidad para desempe?ar su cometido. Toca muy bien, por supuesto, pero no a la altura y con el magnetismo que cabe esperar de un cuarteto de primer¨ªsima fila. Anthea Kreston suele estar demasiado agazapada entre sus compa?eros y quien fue durante a?os el extraordinario segundo viol¨ªn del cuarteto (y, en ocasiones, tambi¨¦n primero), Gregor Sigl, es ahora, sorprendentemente, un violista en buena medida irrelevante: su sonido y sus maneras interpretativas siguen siendo m¨¢s las de un violinista y su aportaci¨®n a la personalidad global del grupo se ha reducido considerablemente. Su paso por tres atriles diferentes debe de constituir un fen¨®meno ¨²nico en la historia del cuarteto de cuerda. Eckart Runge conserva muchas de las esencias de aquellos gloriosos primeros a?os, pero ¨¦l solo no puede contrapesar esta acumulaci¨®n de cambios, desequilibrios y diferencias t¨¦cnicas ostensibles entre sus cuatro miembros actuales.
El cuarteto de Haydn que abri¨® el concierto marc¨® una pauta que se mantendr¨ªa inalterable hasta el final: sonido global no siempre empastado, excesivos contrastes din¨¢micos, articulaci¨®n original a menudo no respetada e innecesarios gestos efectistas (como esos arcos suspendidos en el aire en algunos rotundos acordes conclusivos). Wolfgang Rihm compuso su Grave en memoria de Thomas Kakuska, quien fuera el violista del legendario Cuarteto Alban Berg, los principales mentores y valedores de los cuatro miembros del Artemis fundacional. Hay una grabaci¨®n en v¨ªdeo de 1996 en la que vemos a los maestros ense?ando a sus disc¨ªpulos c¨®mo tocar el Cuarteto ¡°La muerte y la doncella¡± de Schubert, y es justamente Kakuska quien imparte la clase m¨¢s interesante. Tres de los miembros actuales probablemente no conocieron siquiera al vien¨¦s, tantas veces presente asimismo en esta misma sala con el Cuarteto Alban Berg. La pieza de Rihm, un r¨¦quiem sin palabras en toda regla, lo tocaron poco despu¨¦s de su muerte los compa?eros de Kakuska en Madrid y la versi¨®n ahora escuchada ha sido mucho menos emocionante e intensa que la interpretada entonces (con una disc¨ªpula de Kakuska, Isabel Charisius, ocupando el que fuera su atril durante d¨¦cadas). El duelo de entonces ha estado ausente, as¨ª como el sentido de la gran forma y la gradaci¨®n de las tensiones, esencial en esta obra f¨²nebre.?
Esta ¨²ltima fue la principal lacra de la obra que ocup¨® toda la segunda parte, el Cuarteto op. 130 de Beethoven con su final original, la casi incomprensible Gran Fuga. Apenas hubo una sola traducci¨®n adecuada y significativa de los cruciales sforzandi de los dos primeros movimientos, mientras que el tercero son¨® estructuralmente deslavazado. Mejor la danza alemana y la metaf¨ªsica cavatina, y de nuevo demasiado domesticada la colosal fuga, muy lejos de la que tocaba en su d¨ªa ¨Cun verdadero cicl¨®n¨C el otro Cuarteto Artemis. Una cr¨ªtica contempor¨¢nea del estreno afirm¨® que la Gran Fuga pod¨ªa ser disfrutada ¨²nicamente por ¡°los marroqu¨ªes¡±, una pintoresca manera de expresar que no resulta en absoluto f¨¢cil adentrarse en esta jungla ¡°perpetuamente moderna¡±, como la calific¨® Igor Stravinski. Hubo detalles para el recuerdo, pero demasiado aislados como para poder ensalzar un conjunto en el que no faltaron varias incongruencias en el planteamiento formal y en las soluciones elegidas para los m¨²ltiples problemas t¨¦cnicos que plantea la obra. En el que es, de momento, el ¨²ltimo de su larga secuencia de avatares, el Cuarteto Artemis ya ha dejado de ser el grupo excepcional, fresco, vigoroso, compacto y original que nos arrebat¨® durante a?os. Ahora es un buen cuarteto de cuerda, a ratos muy bueno, pero ese peque?o trecho que existe entre aquel que recordamos y este que acaba de visitarnos es el que marca la diferencia.
Babelia
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