Los pasos tempranos de Annie Leibovitz
La fot¨®grafa desempolva sus primeras im¨¢genes, m¨¢s de 2.000 instant¨¢neas disparadas durante sus a?os como reportera para la revista ¡®Rolling Stone¡¯, en una exposici¨®n in¨¦dita en Arl¨¦s
Antes de convertirse en la m¨¢s cotizada retratista de las estrellas, Annie Leibovitz fue otro tipo de fot¨®grafa. No iluminaba a sus personajes con focos dignos de una superproducci¨®n de Hollywood, sino con un peque?o flashport¨¢til, cuando no con luz natural. Sus im¨¢genes no eran estudiadas puestas en escena aprobadas por un escuadr¨®n de publicistas, sino peque?os formatos de aire improvisado que disparaba en la trastienda de conciertos de rock y m¨ªtines electorales. Ni rastro de ese color fastuoso y reluciente sobre el papel cuch¨¦ que ha convertido en marca de f¨¢brica. Por aquel entonces, prefer¨ªa un blanco y negro rugoso, pero elegante.
Esa etapa arranc¨® en 1970 con el principio de su colaboraci¨®n con la revista Rolling Stone, biblia de la contracultura fundada pocos a?os atr¨¢s en San Francisco. Leibovitz era una posadolescente de ojos ca¨ªdos que estudiaba pintura en la ciudad californiana mientras tomaba clases nocturnas de fotograf¨ªa, tras haber regresado de un viaje inici¨¢tico a Israel para trabajar en un kibutz. Termin¨® en 1983 con su fichaje por parte de Vanity Fair, donde desarrollar¨ªa una fotograf¨ªa m¨¢s conceptual, exuberante y aburguesada, poniendo fin a la d¨¦cada larga que pas¨® indagando en los m¨¢rgenes. ¡°Viv¨ªa encadenando un encargo con el siguiente, con la nevera vac¨ªa, llena de energ¨ªa y de obsesi¨®n. Me pareci¨® que no podr¨ªa vivir as¨ª durante mucho m¨¢s tiempo¡±, se justifica Leibovitz, una atalaya de 67 a?os que arrastra sus botas de cuero por su nueva exposici¨®n en la Fundaci¨®n Luma de la localidad francesa de Arl¨¦s, titulada Annie Leibovitz, los primeros a?os: 1970-1983.
De las paredes de la muestra cuelgan m¨¢s de 2.000 im¨¢genes de min¨²sculo formato, de esas que obligan a acercar la retina, como en una hoja de contactos de tama?o gigante. Muchas de ellas son in¨¦ditas. ¡°La exposici¨®n es una lecci¨®n dirigida a un joven fot¨®grafo. Da cuenta del tipo de energ¨ªa y de trabajo que se requiere para llegar a alg¨²n sitio¡±, explica Leibovitz en el principio del recorrido. La muestra narra, de forma cronol¨®gica, lo que sucedi¨® despu¨¦s de que esta fot¨®grafa precoz se presentara ante Robert Kingsburg, director art¨ªstico de Rolling Stone, para ofrecerle sus servicios con cierto descaro. No ten¨ªa ninguna experiencia, pero vio algo especial en ella. Pocas semanas despu¨¦s, firmaba su primera foto en la revista: un retrato del poeta Allen Ginsberg fumando marihuana con un joven ataviado con un turbante. Le sigui¨® un seguimiento de las campa?as presidenciales de McGovern (perdi¨®) y Carter (gan¨®), adem¨¢s de retratos de Andy Warhol, Jack Nicholson, Jane Fonda, Patti Smith, Roman Polanski, Muhammad Ali o Dal¨ª, entre otros popes de la cultura de la ¨¦poca.
Un reportero siempre quiere saber m¨¢s que lo que le sirven en bandeja¡±
Leibovitz tambi¨¦n acompa?¨® en sus reportajes a algunas de las grandes firmas de Rolling Stone, como Hunter S. Thompson o Tom Wolfe. ¡°El primero preparaba sus art¨ªculos bebiendo en los bares. La gente cre¨ªa que era solo un tipo simp¨¢tico, pero en realidad estaba trabajando¡±, recuerda la fot¨®grafa. Sobre Wolfe, dice que ¡°siempre iba de traje, pero nunca sudaba¡±. Los m¨¦todos e intenciones del nuevo periodismo parecen encontrar un reflejo gr¨¢fico en las im¨¢genes de Leibovitz. ¡°En las campa?as electorales, fotografi¨¦ lo que rodeaba al candidato, como la prensa que lo segu¨ªa¡±, explica. Es decir, el otro lado del decorado. ¡°Ahora lo vemos todo el tiempo. Un reportero siempre quiere saber m¨¢s que lo que le sirven en bandeja¡±. La muestra recoge tambi¨¦n su brillante serie sobre la dimisi¨®n de Nixon. Leibovitz, que no ten¨ªa acceso al presidente, prefiri¨® capturar detalles m¨¢s significativos y aleg¨®ricos, como un grupo de soldados que recogen la alfombra despu¨¦s de que Nixon abandone la Casa Blanca en helic¨®ptero.
Tomar el relevo
Su gran cometido en los setenta fue su seguimiento de las giras de The Rolling Stones. Leibovitz tom¨® el relevo de uno de sus ¨ªdolos, el gran fot¨®grafo Robert Frank, que rod¨® un documental sobre la banda que nunca se har¨ªa p¨²blico. Supuestamente, por el profuso consumo de sustancias ilegales del que hicieron gala todos los implicados. Leibovitz admite haber terminado en rehabilitaci¨®n. ¡°Me cost¨® ocho a?os abandonar esa gira. Casi me mata, pero sobreviv¨ª¡±, confiesa. Al observar las im¨¢genes, no cuesta entender que a Leibovitz siempre le interes¨® m¨¢s el magnetismo sobrecargado de sensualidad de Mick Jagger que el desapego cool de Keith Richards, que en sus im¨¢genes cobra un papel bastante secundario.
Esa ¨¦poca empez¨® a cerrarse en 1977, cuando el m¨ªtico editor de Rolling Stone, Jann Wener, consider¨® que San Francisco se hab¨ªa convertido en ¡°un remanso cultural¡± y traslad¨® su cuartel general a Nueva York. ¡°Una transici¨®n dif¨ªcil para todos¡±, reconoce Leibovitz a media exposici¨®n. En las noches de insomnio que precedieron a esa traum¨¢tica mudanza, la fot¨®grafa sol¨ªa subirse a su coche para respirar el asfalto californiano por ¨²ltima vez. Tomaba el puente de la bah¨ªa de San Francisco en direcci¨®n al este, o bien la autopista 580 hacia el norte, y consum¨ªa su dep¨®sito hasta las ¨²ltimas gotas.
Muchos de sus personajes tambi¨¦n conducen. Por ejemplo, Bruce Springsteen aparece dentro de un coche. Tambi¨¦n Tina Turner, Peter Falk, Brian Wilson o Norman Mailer. El actor Tommy Lee Jones agarra el volante con sombrero de cowboy en la cabeza. El propio Jagger lo hace, como buen s¨²bdito de la reina Isabel, desde el carril opuesto de la autopista. El conjunto desprende una irrefrenable nostalgia por un tiempo que no volver¨¢. Leibovitz admite que, en la madrugada previa a la inauguraci¨®n, mientras daba los retoques finales a la muestra, le cay¨® alguna l¨¢grima al colgar las ¨²ltimas im¨¢genes. ¡°Sigo so?ando con California¡±, revela en el cat¨¢logo, a?adiendo que la escritora Joan Didion, a la que retrata en una imagen que captura su distinguida esencia, pudo haber escrito sobre su desarraigo.
Durante cuatro o cinco a?os, hice un trabajo espantoso¡±
Casi al final del recorrido aparece John Lennon. Est¨¢ totalmente desnudo, en algo parecido a la posici¨®n fetal, abrazado a Yoko Ono sobre la moqueta de su apartamento en el edificio Dakota. Puede que esta sea su fotograf¨ªa m¨¢s conocida. ¡°Quer¨ªa que los dos se desnudaran, pero Yoko se neg¨®. Cuando tomamos la foto, John me dijo: ¡®Esto resume mi relaci¨®n¡¯. Horas m¨¢s tarde, lo asesinaron¡±, relata Leibovitz. Era diciembre de 1980. Despu¨¦s de su muerte, la imagen se convirti¨® en un icono. ¡°Es fascinante c¨®mo una fotograf¨ªa cambia en funci¨®n de los acontecimientos¡±, observa su autora. Nunca tendr¨¢ la inelegancia de escogerla como su retrato favorito, pero salta a la vista que es una imagen especial para ella. ¡°Una buena fotograf¨ªa es aquella que, cuando cualquier persona la observa, logra volcar en ella sus propias experiencias y sentimientos¡±, resume.
Para Leibovitz, como para el resto de la humanidad, el asesinato de Lennon ser¨¢ un punto de inflexi¨®n. Los setenta terminar¨¢n de golpe. Su valeroso optimismo dejar¨¢ lugar al cinismo de los ochenta, mientras Reagan llega al poder e impone su doctrina neoliberal. La fot¨®grafa empezar¨¢ a experimentar con otro tipo de im¨¢genes, pre¨¢mbulo de sus espectaculares retratos para las ediciones estadounidenses de Vanity Fair y Vogue. La semilla de este nuevo periodo se encuentra en la exposici¨®n: una serie de retratos de poetas, como Tess Gallagher y Robert Pen Warren, que aspiran a traducir en im¨¢genes sus turbulentos mundos interiores. Leibovitz se encierra en el estudio y se pone a experimentar, aunque el resultado no siempre haya envejecido bien. ¡°Durante cuatro o cinco a?os, hice un trabajo espantoso. Todav¨ªa hoy me cuesta observarlo¡±, admite la interesada. ¡°En realidad, creo que soy mejor sobre el terreno. No soy una gran fot¨®grafa de estudio. No soy como Irving Penn o Richard Avedon, que fueron maestros en ese campo. Yo me considero, m¨¢s bien, una observadora¡±. Sus pasos m¨¢s tempranos en el ¨¢mbito fotogr¨¢fico parecen darle la raz¨®n.
Luma Arles, un nuevo triunfo del mecenazgo privado
La exposici¨®n dedicada a Annie Leibovitz tiene lugar en Luma Arles, la nueva fundaci¨®n privada para el arte, la imagen y la danza erigida por la mecenas suiza Maya Hoffmann en los antiguos talleres del ferrocarril de la capital de la Camarga. Este enclave posindustrial, ocupado durante los meses de verano por el reputado festival fotogr¨¢fico que tiene lugar en Arl¨¦s, estar¨¢ presidido por una monumental torre, todav¨ªa en construcci¨®n, proyectada por Frank Gehry, que deber¨ªa ser inaugurada a finales de 2018. Sus primeros pasos apuntan maneras (y medios cuantiosos). Entre los primeros invitados de su programaci¨®n, al margen de la fot¨®grafa, figuran el core¨®grafo Benjamin Millepied, en su primera reaparici¨®n tras su sonada despedida del Ballet de la ?pera de Par¨ªs, y el d¨²o de artistas suizos Peter Fischli y David Weiss, en cuyas obras reina el absurdo y el humor.
Si Leibovitz expone en un lugar tan alejado de las capitales del arte es porque Hoffmann acaba de comprar su archivo fotogr¨¢fico, dentro de un novedoso programa que pretende reexaminar y reinterpretar el legado de los grandes fot¨®grafos de nuestro tiempo a trav¨¦s de distintas exposiciones. Leibovitz es la encargada de abrir el baile con esta muestra, que permanecer¨¢ expuesta hasta el 24 de septiembre en la ciudad donde Van Gogh se cort¨® una oreja. ¡°Es un honor¡±, asegura. Tambi¨¦n una operaci¨®n lucrativa, de la que no ha trascendido el importe, pero que podr¨ªa haber saneado las cuentas de Leibovitz, que roz¨® la ruina en 2010 al ser incapaz de hacer frente a una deuda millonaria.
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