Sobre el estilo elevado
El autor explica c¨®mo Fray Luis dignific¨® la prosa castellana para luego caer en decadencia y ofrece algunas pautas para su restauraci¨®n en el siglo XXI
?Qu¨¦ es el estilo elevado en la prosa? El sujeto a las reglas del arte. Pero ?qu¨¦ arte? El ret¨®rico. Como el verso se ajusta a los preceptos del arte po¨¦tico, as¨ª la prosa ¡ªhablada o escrita¡ª se acomoda tambi¨¦n a los del arte ret¨®rico. La ret¨®rica es, pues, el arte que establece las reglas de una prosa elocuente.
Nacieron las lenguas vulgares en la Edad Media como corrupci¨®n del lat¨ªn para satisfacer las nuevas urgencias vitales de un pueblo que desconoc¨ªa el idioma oficial de canciller¨ªas, universidades y conventos. En el siglo XVI, las modernas lenguas romances, al principio excluidas de las reglas del arte, consiguieron elevarse despu¨¦s a una perfecci¨®n semejante a las antiguas mediante el estudio y la imitaci¨®n de sus modelos y se constituyeron en las nuevas lenguas nacionales en sustituci¨®n del lat¨ªn.
En torno a 1300, Dante hab¨ªa se?alado la direcci¨®n a este proceso en su tratado latino De vulgari eloquentia. Se trataba de la creaci¨®n colectiva de un volgare illustre, una lengua vulgar¡ ilustre. Vulgar porque el pueblo la produce como fruto espont¨¢neo de su naturaleza; la aprendemos, se?ala Dante, ¡°sin regla alguna, imitando a nuestra nodriza¡±. Pero, adem¨¢s de vulgar, tambi¨¦n ilustre, porque aspira a participar de la dignidad de las lenguas cl¨¢sicas.
La ocasi¨®n hist¨®rica que encontraron las lenguas romances para constituirse en lenguas nacionales de estilo elevado fue la traducci¨®n de la Biblia instada por la Reforma protestante. Esa traducci¨®n obedec¨ªa a hondas motivaciones teol¨®gicas y pol¨ªticas, porque, al permitir la lectura de la Biblia por un pueblo no versado en el lat¨ªn y llevarla por primera vez a la escuela y el hogar, se democratizaba la palabra de Dios esquivando la secular mediaci¨®n del magisterio romano. Lutero tradujo la Biblia al alem¨¢n en 1522; la primera traducci¨®n inglesa, la Biblia de Ginebra, se public¨® en 1560, y la segunda, la c¨¦lebre King James Version, en 1611.
Las lenguas romances consiguieron elevarse imitando las reglas del arte de los modelos cl¨¢sicos
Destinada a la edificaci¨®n de la comunidad creyente, la traslaci¨®n deb¨ªa servirse de una lengua romance de sabor popular que cualquier sencillo devoto sin muchas letras pudiera comprender. Pero, por otro lado, la seriedad del asunto narrado en la Biblia ¡ªla revelaci¨®n de Dios y la historia de la salvaci¨®n de la humanidad¡ª exig¨ªa una elevaci¨®n del estilo que s¨®lo la imitaci¨®n de los cl¨¢sicos estaba en condiciones de proveer. Y de este modo se conformaron el alem¨¢n y el ingl¨¦s modernos, lenguas al mismo tiempo populares y cultas, que congregan al pueblo llano en oraci¨®n tanto como inspiran, a?os despu¨¦s, el estilo de los escritores m¨¢s excelsos de la gran literatura de uno y otro pa¨ªs.
Un proceso semejante tuvo lugar en algunos de los pa¨ªses cat¨®licos fieles a Roma, pero en Espa?a fue abortado por el Concilio de Trento y la Contrarreforma en esa modalidad rigorista impuesta por Felipe II a sus reinos. Aqu¨ª el inquisidor general, Fernando de Vald¨¦s, aprob¨® en 1559 un ?ndice que prohib¨ªa leer la sagrada escritura en lengua castellana, con grav¨ªsimas consecuencias para la religi¨®n popular ¡ªtutelada por la autoridad pol¨ªtica y eclesi¨¢stica¡ª y para la maduraci¨®n de la lengua nacional.
S¨®lo un poco despu¨¦s de aprobarse el ?ndice, en 1561, un fray Luis de Le¨®n de 34 a?os, qui¨¦n sabe si por juvenil insumisi¨®n o por descuido, inicia su tard¨ªa carrera literaria componiendo una Traducci¨®n literal y declaraci¨®n del Libro de los Cantares de Salom¨®n, obra deslumbrante donde las haya, ¡°adorable, prodigioso c¨¢ntico¡±, en palabras de Jorge Guill¨¦n; ¡°uno de los libros er¨®ticos m¨¢s bellos del mundo¡±, seg¨²n dictamen del profesor Valbuena Prat. No lo public¨® pero circularon copias y, andando el tiempo, debido al atrevimiento de haber traducido el Cantar de los Cantares b¨ªblico desde su original hebreo al romance y de salirse de la letra de la Vulgata de san Jer¨®nimo, traducci¨®n oficial de la Biblia al lat¨ªn, fray Luis, despose¨ªdo de la c¨¢tedra, sufri¨® prisi¨®n casi cinco a?os en la c¨¢rcel de la Inquisici¨®n en Valladolid. En cautiverio inici¨® la redacci¨®n de Los nombres de Cristo, que termin¨® fuera del presidio y, por mandato del superior de su orden agustina, public¨® en 1583.
En la dedicatoria se lamenta de que, ¡°por la triste condici¨®n de nuestros siglos¡±, haya venido ahora a ser ponzo?a lo que siempre hab¨ªa sido medicina para el devoto cristiano (la lectura directa de la Biblia en su lengua materna). Comoquiera que el vulgo ha sido apartado del conocimiento directo de las escrituras sagradas, suele ahora apetecer de otras lecturas vanas pero gustosas por su estilo, por lo que se le impone a fray Luis, con miras pastorales, la urgencia de escribir sobre asuntos b¨ªblicos con una elegancia que se atreva a rivalizar con la de esos libros perniciosos y por ah¨ª atraer al mayor n¨²mero a la consideraci¨®n de las verdades de la religi¨®n cat¨®lica.
Los nombres de Cristo constituy¨® un resonante ¨¦xito editorial y ya en 1586 sali¨® una segunda edici¨®n, en cuya dedicatoria el autor aprovecha para contestar dos clases de reparos que entretanto se le han dirigido, ambos relacionados con el uso de la lengua vulgar.
Despu¨¦s del Renacimiento el literato espa?ol perdi¨® el apetito de grandeza, sali¨® del olimpo y entr¨® en la taberna
Todav¨ªa en el siglo XVI se conced¨ªa al romance el campo menor de la novela y los amores, mientras que las materias graves, como la teolog¨ªa o la filosof¨ªa, segu¨ªan reserv¨¢ndose al lat¨ªn. El mismo fray Luis de Granada, en el llamado pr¨®logo Galeato de 1583, defiende el uso de la lengua com¨²n para ense?ar a vivir conforme a la religi¨®n, como ¨¦l hizo en sus libros doctrinales, pero la excluye para ¡°cosas altas y oscuras¡± y ¡°cuestiones de teolog¨ªa¡±. Para fray Luis de Le¨®n, en cambio, esta exclusi¨®n es un enga?o que ¡°ha nacido de lo mal que usamos de nuestra lengua, no emple¨¢ndola sino en cosas sin ser¡±. As¨ª, Los nombres de Cristo diserta ampliamente sobre negocios de la mayor sustancia ¡ªla persona del Hijo de Dios¡ª y lo hace en romance castellano, demostrando que esta lengua popular, entendible por todos, es apta para tan alto cometido. La elevaci¨®n del contenido reclama una pareja elevaci¨®n formal del estilo, en suma, la transformaci¨®n del castellano de la calle en una lengua igualmente vulgar pero ilustre, estilo desconocido y nuevo en aquel momento, circunstancia que explicar¨ªa la sorpresa de algunos objetores que, escribe fray Luis, ¡°hallan novedad en mi estilo¡± y dicen ¡°que no hablo romance porque no hablo desatadamente y sin orden¡±.
Quien se mostr¨® tan comedido en la presentaci¨®n de sus poes¨ªas calific¨¢ndolas simplemente de ¡°obrecillas¡± que se le cayeron de sus manos casi sin querer durante la mocedad no se retrae ahora de afirmar con marcado ¨¦nfasis que ¨¦l, con este libro, ha abierto para la prosa castellana un camino ¡°nuevo y no usado por los que escriben en esta lengua¡±, ¡°levant¨¢ndola del decaimiento ordinario¡±. Y para este levantamiento estil¨ªstico de la lengua nacional, a la que querr¨ªa ver alzada a la misma dignidad que las lenguas cl¨¢sicas, fray Luis de Le¨®n, el primero que en Espa?a trabaja la prosa con la ambici¨®n de una obra de arte, recurre por descontado a las reglas del arte de la prosa, componiendo la suya a imitaci¨®n de los modelos latinos de elocuencia, singularmente de Cicer¨®n.
El tratado ciceroniano que sigue fray Luis m¨¢s expl¨ªcitamente es El orador. All¨ª aconseja Cicer¨®n a quien desee no s¨®lo recte dicere, sino bene dicere, que procure combinar los tres estilos existentes ¡ªsencillo, medio y grande¡ª conforme a un sentido del tacto que entre los romanos recib¨ªa el nombre de decorum.
El estilo sencillo de la prosa es aquel que, como la lengua coloquial, fluye suelto y natural, sin sujeci¨®n a medida, y del que apenas hay que esperar m¨¢s que respeto a la gram¨¢tica. Lo prefiere fray Luis cuando se ocupa de exponer did¨¢cticamente las escrituras y tambi¨¦n en las escasas partes dialogadas del texto. La mayor parte del libro, sin embargo, discurre en ese estilo templado, de dilatados y sim¨¦tricos periodos, que asociamos al clasicismo renacentista. La prosa entonces corre serena pero exacta, como si se recreara en la limpia armon¨ªa del mundo, y transmite ondas de apacible belleza al lector. Este estilo medio persigue persuadir al oyente y deleitarlo con elegancia, mientras que la finalidad del grande o sublime es conmoverlo con violencia de pasiones. El orador sublime, arrebatado por la embriaguez del momento, incurre en des¨®r?denes estil¨ªsticos, incluso en inelegancias, pero a cambio logra suscitar una impresi¨®n de grandeza por medio de la gravedad de sentencias y de una vehemencia de palabras que arrastran los ¨¢nimos del oyente. Y, en efecto, hay algunos momentos en el libro ¡ªsobre la belleza de la naturaleza, los juegos y fuegos del amor humano y divino, la figura ext¨¢tica de Cristo¡ª en los que la ret¨®rica se inflama por un s¨²bito ardor vivencial y se despliega con una majestuosidad literariamente memorable.
El actual estadio democr¨¢tico de la cultura segrega una prosa envilecida y torpe
A continuaci¨®n, Cicer¨®n se ocupa de los elementos fundamentales del ornatus, adorno en el discurso, causante del deleite que produce en el oyente. Primero, el orador ha de producir su discurso practicando una cuidadosa selecci¨®n de palabras entre aquellas que son de uso corriente en su lengua. En el castellano, Garcilaso hab¨ªa ya realizado, y de modo magistral, ese ideal ciceroniano de naturalidad y selecci¨®n en la poes¨ªa. En la generaci¨®n siguiente, fray Luis lo extendi¨® a la prosa:
¡ªPongo en las palabras concierto, y las escojo y les doy su lugar; porque piensan que hablar romance es hablar como se habla en el vulgo; y no conocen que el bien hablar no es com¨²n, sino negocio de particular juicio, as¨ª en lo que se dice como en la manera como se dice. Y negocio que de las palabras que todos hablan elige las que convienen, y mira el sonido de ellas, y aun cuenta a veces las letras, y las pesa, y las mide y las compone, para que no solamente digan con claridad lo que se pretende decir, sino tambi¨¦n con armon¨ªa y dulzura.
Esta alusi¨®n final al ¡°componer¡± de las palabras sugiere que el ornato del discurso no se agota en la elecci¨®n de palabras apropiadas, sino que comprende tambi¨¦n, en segundo lugar, la art¨ªstica combinaci¨®n de ellas conforme a las reglas del arte: de un lado, el recurso a las figuras de dicci¨®n y de pensamiento m¨¢s pertinentes, y de otro, la composici¨®n de periodos y oraciones de bellos sonidos y armoniosa estructura (en lat¨ªn, concinnitas).
Un elemento portador de gran elegancia dentro de la composici¨®n es el numerus, t¨¦rmino latino que se traduce por ritmo. Designa esa musicalidad emanada por la cuidadosa sucesi¨®n de s¨ªlabas largas y cortas organizadas en pies. Aunque este efecto mel¨®dico es propio del verso, algunos ret¨®ricos griegos, como Is¨®crates, lo aplicaron tambi¨¦n al discurso creando as¨ª la llamada prosa r¨ªtmica, a medio camino entre el verso y la prosa ordinaria, una novedad que Cicer¨®n import¨® al lat¨ªn y fray Luis al castellano (cambiando el ritmo cuantitativo por el intensivo o acentual), de lo cual presume abiertamente en la dedicatoria. Ha sido destacado por la cr¨ªtica el distintivo ¡°metricismo difuso¡± de nuestro autor, ¡°esa extra?a musicalidad acariciadora que brilla en las principales p¨¢ginas de la prosa del agustino, una fluidez f¨®nica que deriva de una consciente y continua atenci¨®n a los valores formales del lenguaje¡± (C. Cuevas).
En la construcci¨®n de una prosa romance art¨ªstica, vulgar ilustre, empresa com¨²n a los escritores del siglo XVI, aventaja fray Luis de Le¨®n a todos sus contempor¨¢neos ¡ªincluido el gran precursor, fray Luis de Granada¡ª en la particularidad de que ¨¦l es, adem¨¢s, un excelso poeta, grave y elevado, provisto de un sentido ¨²nico para la suavidad de las palabras, sus cadencias mel¨®dicas y la concentraci¨®n simb¨®lica de significado, y esa ventaja comparativa le confiere una posici¨®n aparte en la historia de la prosa espa?ola. Si fray Luis fue el Horacio de la poes¨ªa castellana, como se suele repetir, con igual fundamento puede afirmarse que fue tambi¨¦n el Cicer¨®n de su prosa.
Como hombre de religi¨®n, su tema de meditaci¨®n fue siempre la Biblia. Como humanista y clasicista, domin¨® el arte de la prosa imitando los modelos ret¨®ricos latinos. Como poeta, ennobleci¨® la prosa castellana con una elocuencia desconocida hasta entonces. Su obra representa para la historia de la literatura de Espa?a lo que la traducci¨®n luterana de la Biblia para Alemania o la King James para Inglaterra: la fundaci¨®n del estilo elevado en lengua castellana.
¡°Tengo la sensaci¨®n de que en la actualidad nuestra producci¨®n espiritual padece de cierta mediocridad, anemia y peque?ez¡±. Esta confidencia pertenece al libro En defensa del fervor, del poeta polaco Adam Zagajewski, ¨²ltimo premio Princesa de Asturias, quien a?ade: ¡°Me parece que uno de los principales s¨ªntomas de debilidad es la atrofia del estilo elevado y el predominio apabullante del estilo bajo, coloquial, tibio e ir¨®nico¡±.
En su ensayo La inspiraci¨®n y el estilo, Juan Benet apunt¨® algunas singularidades de la idiosincrasia espa?ola en este proceso general de decadencia estil¨ªstica. En determinado momento entre el Renacimiento y el Barroco, el literato espa?ol perdi¨® el apetito de grandeza, sali¨® del olimpo y cruz¨® el umbral de la taberna, donde permanece hasta ahora. En el ambiente tabernario, aquel primer estilo elevado, que merece s¨®lo el menosprecio de los buscavidas, p¨ªcaros y golfillos que por all¨ª pululan, es reemplazado por el casticismo y el costumbrismo, convertidos en estilo patrio. Al entrar en la taberna, el literato no pretendi¨® otra cosa, seg¨²n Benet, ¡°que la embriaguez y la delectaci¨®n en el rebajamiento¡±.
La modernidad europea, edificada sobre el principio de la autenticidad, despierta una ins¨®lita voluptuosidad por una vulgaridad tentadora transformada en objeto de fascinaci¨®n. Porque, en los siglos anteriores, la cultura hab¨ªa propuesto al pueblo paradigmas de comportamiento virtuoso, dignos de imitaci¨®n y generalizaci¨®n social, mientras que ahora una autenticidad exagerada alienta al yo a manifestarse p¨²blicamente, no conforme al antiguo paradigma de virtud, sino como uno realmente es, en su individualidad verdadera, con lo bueno pero tambi¨¦n con lo malo. Y comoquiera que lo bueno ya hab¨ªa sido reiterado por una tradici¨®n literaria moralista, la nueva literatura acaba propiciando una transgresora apropiaci¨®n de las delicias de lo vulgar en nombre de la sinceridad. La nueva religi¨®n moderna pone el ser sincero por encima de todo, incluso de ser virtuoso.
En el aspecto literario, nuestro h¨¦roe de la sinceridad ya no se preocupa tanto de escribir bien como de escribir verazmente, sin escamotear a la mirada p¨²blica nada, ni lo corrompido y abyecto de uno mismo, m¨¢s bien al contrario, reclam¨¢ndolo como territorio de exploraci¨®n, lucha y autorrealizaci¨®n personal, dando pie a una literatura que presume de exhibir los aspectos m¨¢s degradantes de la condici¨®n humana. Y en cuanto al estilo, las viejas reglas de la ret¨®rica, que sujetaban art¨ªsticamente la prosa a medida, estorban ahora el en¨¦rgico desen?volvimiento de un yo libertario, que desea sacudirse viejas servidumbres y busca una forma m¨¢s suelta de expresi¨®n. La prosa se derrama por el papel como un chorro, obediente s¨®lo a la espontaneidad de su autor. El ?anhelo de elevaci¨®n, constantemente ridiculizado como afectaci¨®n de pedantes y de ¡°preciosas rid¨ªculas¡±, representa en la literatura contempor¨¢nea el papel de la impostura inveros¨ªmil, en suma, de la hipocres¨ªa. El entusiasmo por lo excelente se resfr¨ªa y deja paso a nuestro actual escepticismo ir¨®nico y descre¨ªdo. La vulgaridad triunfa y acaba constituy¨¦ndose, como se observa por todas partes, en el estado general de la democracia de masas.
Cualquier intento de elevar hoy el estilo requiere un programa completo de reforma de la vulgaridad triunfante. Se dice reforma de la vulgaridad y no su negaci¨®n, porque, ahora lo mismo que en tiempos de fray Luis de Le¨®n, cuando humanistas como ¨¦l fundaron ese vulgar ilustre de las literaturas nacionales, la elevaci¨®n presupone siempre selecci¨®n pero tambi¨¦n, no se olvide, naturalidad, y el criterio selectivo se ha de aplicar sobre el caudal vivo de la lengua popular y de uso com¨²n, si no quiere perderse el contacto con su fuente de vitalidad y producir una prosa de laboratorio, artificiosa. El escritor que se proponga recuperar el estilo elevado en este siglo habr¨¢ de arregl¨¢rselas para que ese lenguaje selecto, por mantenerse siempre dentro de los l¨ªmites de la naturalidad, suene cre¨ªble y convincente a un o¨ªdo como el nuestro, estragado por un mal gusto dominante que el auge de lo audiovisual ha convertido en normativo.
?C¨®mo reformar la vulgaridad democr¨¢tica para peraltarla a una posici¨®n m¨¢s elevada? Un empe?o de esa naturaleza tendr¨¢ que ver con una recuperaci¨®n de los grandes temas de siempre ¨²ltimamente olvidados ¡ªla metaf¨ªsica, el ideal moral, la est¨¦tica sublime¡ª, pero tratados a nuestro modo, evitando buscarlos en las espectaculares figuras del mito o la historia de anta?o y privilegiando, en cambio, una grandiosidad sorprendida en la vida cotidiana del ciudadano vulgar y corriente de las sociedades masificadas, llevados por la convicci¨®n de que no existe asunto m¨¢s elevado que la historia de la mortalidad humana, que concierne por igual a todos sin diferencia de clases; ni hay tampoco narraci¨®n m¨¢s sublime que la de las aventuras del aprendizaje por cada hombre de su condici¨®n mortal. ?Habr¨¢ cantado la literatura universal alguna vez cosa mayor que el drama de nuestra mortalidad doliente, con su dignidad de origen y su indignidad de destino? No: es el asunto elevado por excelencia, superior a todas las tragedias y epopeyas que se hayan escrito jam¨¢s.
El actual estadio democr¨¢tico de la cultura, que segrega una prosa envilecida y torpe, se halla a la espera de alg¨²n maestro del arte ret¨®rico que, cual Le¨®n del siglo XXI, contribuya a refundarla devolvi¨¦ndole la dignidad de gran estilo que un d¨ªa tuvo y luego perdi¨®.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.