La piel sospechosa
El escritor puertorrique?o destaca el impacto que tuvo en ¨¦l 'La pr¨®xima vez el fuego', del afroamericano James Baldwin
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Hay libros junto a los cuales se renace. Pues desaf¨ªan la sensibilidad, aguzan la inteligencia, orientan en el aprendizaje de saber qui¨¦n se es. Una vez uno se sabe, conoce o intuye, una vez se atreve a ser quien es, la dificultad se sobrelleva.
Hay libros que iluminan, tanta luz derraman sobre el lector. Luz intelectual. Luz moral. Luz espiritual. Luz sentimental. ?Luz er¨®tica?
No. Tengo por disparatada la creencia de que amar¨¢ con mayor soltura quien lea el pasaje de Madame Bovary donde Emma y Le¨®n se contentan en la feliz incomodidad de un carruaje en marcha. Aparte de que Flaubert omite las zalemas genitales intercambiadas por la pareja en deferencia a la fantas¨ªa del lector.
No, a amar no se aprende leyendo, a amar se aprende amando. La negativa a ser un mero aprendiz de amante y el anhelo de sobresalir como perito en caricias estimula el aprendizaje. O as¨ª lo supongo.
Tambi¨¦n supongo que del peritaje en caricias germina un singular estilo de amar. Sin la ocurrencia de la singularidad amativa no habr¨ªa sonetos garcilasianos ni d¨²os oper¨ªsticos entre Gilda y el Duque de Mantua ni borracho en el rinc¨®n de la cantina exigiendo o¨ªr La que se fue. ?Inciviles ser¨ªamos si vivi¨¦ramos hu¨¦rfanos de Garcilaso, de Verdi, de Jos¨¦ Alfredo!
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Hay versos que acompa?an para siempre. Deja que te sostenga con los dedos del sue?o encarece ?urea Mar¨ªa Sotomayor, la vibrante poeta puertorrique?a. En plan de equipaje que burla los controles de seguridad dicho verso viaja conmigo, como viajan otros de poetas en especial deleitables. Pienso en uno del espa?ol Luis Garc¨ªa Montero que reconcilia el amor y la servidumbre: T¨² me llamas amor, Yo cojo un taxi. Pienso en uno del chileno Gonzalo Rojas que reivindica la gui?ada como arma de persuasi¨®n: Ser¨ªa un error no amarnos.
Destaca entre los libros con los cuales sigo aprendiendo a conocerme La pr¨®xima vez el fuego, dueto epistolar de James Baldwin. Aprendiendo a conocerme y aprendiendo a conocer el mundo mixturado del cual vengo. La lectura del dueto me transform¨®. ?Influyeron en la transformaci¨®n el lugar donde efectu¨¦ la lectura y los sucesos pol¨ªticos que la enmarcaron? Acaso.
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Entonces estudiaba en la Universidad de Nueva York, pero resid¨ªa a tres cuadras de la Universidad de Columbia: 600 West de la calle 113 y esquina con Avenida Broadway. Resid¨ªa, pues, a minutos de Harlem, norma y para¨ªso de los negros seg¨²n Federico Garc¨ªa Lorca. Con frecuencia explor¨¦ aquella norma y aquel para¨ªso.
Entonces despabilaban la historia los sue?os de justicia racial que acariciaban Medgar Evers, Malcolm X y Martin Luther King. Unos sue?os y unos so?adores liquidados, a tiro limpio, por el supremacismo blanco, esa fe obscena con feligres¨ªa inn¨²mera.
La luz espiritual que irradia La pr¨®xima vez el fuego le dio una nueva perspectiva a mi ciudadan¨ªa racial: mulato de labios algo bembones y nariz de rancho. Tambi¨¦n me indujo a reevaluar dicha ciudadan¨ªa: abundan los compatriotas que desmienten el cultivo del racismo en nuestro pa¨ªs. Con sobrada raz¨®n apunta Isabelo Zen¨®n Cruz, en Narciso descubre su trasero, libro seminal sobre el tema: El dato m¨¢s original y omnipresente del racismo puertorrique?o es la negaci¨®n absurda y obstinada de su existencia.
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Ojo: no fue en Nueva York, s¨ª en suelo patrio donde me lastim¨® el vocabulario del prejuicio racial, disfrazado de chistoso para humillar en paz. 1. Labios bembones. 2. Nariz de rancho. 3.Pelo malo. Rest¨¦ importancia a las lastimaduras, m¨ªnimas en comparaci¨®n con las graves sufridas por familiares pr¨®ximos. Aun as¨ª la lectura de La pr¨®xima vez el fuego me alborot¨® la sesera.
No hay mal sin bien. Jur¨¦ contestar la indecencia que el prejuicio racial esparce, a la hora siniestra de justificarse: piel negra y sospecha son una misma cosa. Sospecha por los delitos a¨²n sin cometer. Sospecha de ruindad cong¨¦nita. Sospecha de mediocridad flagrante.
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Me enfervoriza el halo b¨ªblico que relampaguea por el t¨ªtulo del libro fundamental de Baldwin: la pr¨®xima vez que Dios pierda los estribos arrasar¨¢, mediante fuego, la jaula de locos apodada mundo. Me admira el rigor observado por el dueto epistolar a la hora de pormenorizar el discrimen que la abolici¨®n no aboli¨®. Me emociona el repaso de las batallas libradas por la humanidad de piel sospechosa.
El aplomo autoral agrega veracidad a los hechos incre¨ªbles en consideraci¨®n. Por otro lado, el manejo esmerado de la prosa remite a otras cartas de coyuntura diferente, pero que igualmente denuncian la afrenta y la perfidia tramit¨¢ndose, a diario, en el valle de l¨¢grimas. La que Franz Kafka le escribe a su padre Hermann, el gru?¨®n que no cesa. La que Oscar Wilde le escribe a su amante Lord Alfred Douglas, el cabr¨®n que no cesa.
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Escrib¨ª aplomo, pude escribir m¨²sculo moral. De significaci¨®n inequ¨ªvoca, dicha categor¨ªa del proceder debuta en el relato Paris- Austerlitz, de Rafael Chirbes. El relato, urdido con tino y garra que electrizan, se concentra en la agon¨ªa y muerte del deseo que junt¨® a dos hombres; agon¨ªa y muerte para las cuales s¨®lo existe un remedio infalible: dar la media vuelta e irse con el sol cuando muera la tarde.
El aplomo le a?ade sustancia a La pr¨®xima vez el fuego. Extraigo de la Carta a mi sobrino en el centenario de la emancipaci¨®n la oraci¨®n capital: No se supone que aspires a la excelencia, se supone que hagas las paces con la mediocridad. Extraigo de la Carta desde una regi¨®n de mi memoria la idea principal: los conflictos raciales se aten¨²an siempre y cuando el negro transija el arbitrio unilateral del blanco.
Faltar¨ªa m¨¢s: James Baldwin no hace las paces con la mediocridad, ni condesciende a tolerarla ni a ocupar el lugarejo que el blanco le asigna. Por lo contrario, asume el desaf¨ªo a los mil y un usos del abuso racial como principio rector de la existencia.
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Como A?o Baldwin celebran el 2017 sus admiradores. Celebran el andamiaje libertario que sostiene su trabajo. Celebran su versatilidad creativa: novelista, ensayista, dramaturgo. Celebran su elocuencia dondequiera justipreci¨® la negritud- el martinique?o Aim¨¦ C¨¦saire habilita la circulaci¨®n del galicismo.
La celebraci¨®n incluye el lanzamiento del excelente documental I Am Not Your Negro, del haitiano Raoul Peck. Narrado por el actor Samuel Jackson, lo inspiran las treinta p¨¢ginas del manuscrito in¨¦dito en que Baldwin rememora los asesinatos de Evers, Malcolm X y King.
El post-racismo, el nuevo post, le inyecta objeciones al A?o Baldwin. Algunos post-racistas alegan que la presidencia de Obama desbarata el prejuicio racial norteamericano. Bueno, la inteligencia y la distinci¨®n de Obama agrietan la indecencia de la piel sospechosa. Mas, lo sucede en el cargo Donald el Impeorable, capit¨¢n del barco Trumpanic. Apenas empu?ar el tim¨®n el sustentador de prejuicios improvisa otro: la piel mexicana es sospechosa, asimismo.
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El recuerdo atropella el orden. Mientras compongo estos fragmentos simples, en homenaje al libro como llave hacia la luz, me distraen unas palabras que Goethe asciende a decreto: Para hacer algo es preciso ser algo. Af¨ªn con el decreto reflexiono que James Baldwin consigue hacer algo porque es m¨¢s que algo.
Lo conoc¨ª durante una sesi¨®n dramat¨²rgica en el legendario Actors Studio. Me invit¨® a la misma el chileno Luis Alberto Heiremans, becario de la fundaci¨®n Fullbrigth tras estrenar en Santiago Versos de ciego y El abanderado.
Honrado en el discernimiento y el disentimiento, Baldwin me deslumbr¨® apenas escucharlo: todo puedo resistirlo menos la inteligencia. Despu¨¦s, para mi suerte, junto a Heiremans y Arthur Koppit, coordinador de las sesiones, aterrizamos en El deportivo, fonda boricua cerquita del Actors Studio. Despu¨¦s, arraigada la simpat¨ªa mutua, nos reencontramos cuantas ocasiones supimos necesarias para ensayar una amistad radical.
?Dato cumbre de tal amistad? Al gran James Baldwin le resultaba ajeno el yo de pecho. Tambi¨¦n le resultaba ajena cuanta actividad pudiera distanciarlo del clamor por su raza. El desglose apasionado de ese clamor transforma La pr¨®xima vez el fuego en un libro capaz de esperanzar aunque lo materializa el desamparo.
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