El tenor del pueblo
Diez a?os despu¨¦s de su muerte, crece el mito de Pavarotti y se demuestra que ha sido excepcional, insustituible y tambi¨¦n indolente
La cercan¨ªa de Juan Diego Fl¨®rez a Pavarotti en sus ¨²ltimos d¨ªas trasladaba los s¨ªntomas de un proceso sucesorio. Eran amigos. Ten¨ªan una "dacha" en la misma ciudad, P¨¦saro. Y pertenec¨ªan a la familia de los tenores l¨ªricos, pero la perspectiva de los diez a?os transcurridos desde la muerte del Big Luciano demuestra que el trono sigue vacante. No por dem¨¦rito de Fl¨®rez, demasiado as¨¦ptico para remplazarlo, incluso frustrado en el repertorio grande que cultivaba el maestro, sino porque Pavarotti es insustituible. No tuvo delfines, como tampoco hay antecedentes de su linaje.
Dec¨ªa Pavarotti (1935-2007) que su padre, Fernando, cantaba muy bien, es verdad, pero no se dedic¨® a la m¨²sica profesionalmente. Como estuvo a punto de sucederle a Pavarotti, pues cerca estuvo Luciano de dedicarse a la corredur¨ªa de seguros. Se hubiera malogrado una de las mejores y mayores expresiones solares del canto. Pavarotti cantaba con la naturalidad de quien da los buenos d¨ªas, pero sobre todo iluminaba el escenario con la prerrogativa de su timbre solar y su calidez mediterr¨¢nea.
Puede que el milagro tuviera que ver con la leche de su nodriza. Pavarotti fue ni?o de la guerra. Y adquiri¨® su primera revelaci¨®n del ritmo con el traqueteo de las metralletas, pero le confort¨® el regazo del gineceo donde creci¨®. Su madre, sus t¨ªas. Y esa nodriza cuya leche igualmente hab¨ªa templado las cuerdas vocales de Mirella Freni.
No es una leyenda. El tenor y la soprano nacieron en M¨®dena. Se amamantaron de la misma manera. Y volvieron a coincidir en los grandes teatros y en los estudios de grabaci¨®n. Juntos subieron a la cima de "La Boh¨¨me", una versi¨®n memorable que concibi¨® Karajan y que proyect¨® a Pavarotti como s¨ªmbolo comercial de Decca,
Es la raz¨®n por la que la compa?¨ªa discogr¨¢fica ha convertido el d¨¦cimo aniversario de la muerte de Pavarotti en el pretexto de un cofre recopilatorio cuyo t¨ªtulo, "El tenor del pueblo", tanto reconoce el origen popular de Pavarotti como su extrema popularidad. Antes de "los tres tenores" (1990). Y despu¨¦s de "los tres tenores".
El triunvirato que ungi¨® la reconciliaci¨®n de Luciano con Domingo -rivales irreconciliables hasta entonces- en el regreso a la vida de Carreras explor¨® hasta l¨ªmites desconocidos el fen¨®meno de la ¨®pera de masas, pero ya era Pavarotti un icono de la cultura occidental, un ¨ªdolo pop, un tipo carism¨¢tico, simp¨¢tico cuyo pa?uelo blanco dio la bienvenida a los aficionados que nunca hubieran frecuentado un teatro de ¨®pera.
La dimensi¨®n misionera le condujo a codearse con las estrellas del rock. Y a cantar junto a ellas, pero la dimensi¨®n comercial de Pavarotti no degrad¨® nunca la coherencia de su carrera oper¨ªstica. Un tenor l¨ªrico puro, pur¨ªsimo, que fue evolucionando hacia un repertorio m¨¢s exigente -"Trovador", "Payasos", "Turandot"- y que cruz¨® su ¨²ltimo l¨ªmite avini¨¦ndose a cantar -solo en versi¨®n de concierto y en estudio- el papel de Otello.
Pude que no haya habido un Nemorino ("Elixir de amor", Donizetti), mejor que ¨¦l, ni un Cavaradossi ("Tosca", Puccini) tan superdotado, ni un int¨¦rprete tan sensible del claroscuro verdiano, pero toda hagiograf¨ªa que pueda hacerse de Pavarotti requiere al mismo tiempo un reproche a su falta de ambici¨®n, a su conformismo, a su indolencia.
Ni quiso aprender una palabra de alem¨¢n, frecuent¨® poqu¨ªsimo a Mozart ("Idomeneo") y nunca se avino a manifestarse en un repertorio tan id¨®neo, tan propicio, como lo hubiera sido el romanticismo franc¨¦s: Werther, Romeo, Nadir, Hoffmann. Siendo enorme, Pavarotti pod¨ªa haber sido a¨²n mayor. M¨¢s en serio que en broma, dec¨ªa que su papel preferido era el cantante italiano de "El caballero de la rosa": una arietta, un cach¨¦ completo, tiempo para irse a cenar y regresar a tiempo de llevarse las ovaciones.
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