Nicholas Nixon, m¨¢s cerca
Antes de hacerse un fot¨®grafo del tiempo fue un fot¨®grafo del espacio: miraba desde tan lejos que no se distingu¨ªan las figuras humanas
Cada aprendizaje de un arte es una curva trazada en el tiempo. La curva del oficio de fot¨®grafo de Nicholas Nixon va del extremo de la lejan¨ªa al de la m¨¢xima proximidad: de los paisajes casi a vista de p¨¢jaro de extrarradios y desiertos y los himalayas de arquitecturas de Manhattan a la cercan¨ªa de los ojos que miran con descaro y confianza a la c¨¢mara; y a partir de ah¨ª hasta otra cercan¨ªa ya intraspasable que es la de la piel misma, la de los cuerpos abrazados y adheridos entre s¨ª, la del iris de un ojo tan abierto como la lente de un objetivo. Entonces parece que el fot¨®grafo quiere ir m¨¢s all¨¢, m¨¢s cerca todav¨ªa, m¨¢s hacia adentro, hasta la orograf¨ªa de los poros y las escamas de la epidermis, hasta ese t¨²nel que se abre en la pupila y da la impresi¨®n de mostrar la penumbra del alma, ese espejo que al mismo tiempo refleja y observa.
Al principio Nicholas Nixon miraba desde tan lejos que en sus fotos no se distingu¨ªan figuras ni huellas de presencias humanas. En una de sus fotos m¨¢s antiguas, una vista del R¨ªo Grande en Nuevo M¨¦xico, la sensaci¨®n de la soledad de la naturaleza es tan pura que podr¨ªa tratarse de una foto tomada en los primeros d¨ªas de la creaci¨®n, antes de que aparecieran los seres humanos, o en ese pasado de hace unos 15.000 a?os en el que a¨²n no hab¨ªan llegado los primeros pobladores al continente americano.
Antes de hacerse un fot¨®grafo del tiempo y de las vidas humanas, Nicholas Nixon fue un fot¨®grafo del espacio. Una extensi¨®n de asfalto es tan plana y sin l¨ªmites como el desierto mismo en el que ha sido roturada. Una iglesia, un motel, un restaurante de carretera podr¨ªan llevar abandonados tanto tiempo como los pueblos de casas de adobe en los que vivi¨® una tribu extinguida.
Antes de hacerse un fot¨®grafo del tiempo fue un fot¨®grafo del espacio: miraba desde tan lejos que no se distingu¨ªan las figuras humanas
Un artista tantea mundos diversos antes de encontrar el suyo. En las fotos de Nicholas Nixon de mediados de los a?os setenta hay una mirada de espectador en tr¨¢nsito, algo del romanticismo desolado de Robert Frank o de Stephen Shore, la c¨¢mara que dispara desde un coche en marcha o desde una esquina casi desierta donde el viajero acaba de llegar y a donde no piensa volver nunca. Como un zoom gradual, como uno de esos movimientos de c¨¢mara de cine suspendida muy alto de una gr¨²a, Nicholas Nixon llega por fin, desde la naturaleza y el suburbio apenas trazado en el desierto, al panorama de las grandes ciudades. Pero las ve como ver¨ªa cordilleras, ca?ones o barrancos, en el dramatismo del anochecer o de un d¨ªa de niebla y llovizna.
Fij¨¢ndose bien, gracias al tama?o y a la calidad extraordinaria de la placa fotogr¨¢fica, se distinguen ventanas en las que hay luces encendidas, coches que circu?lan al fondo de los desfiladeros de las calles. En Nicholas Nixon hay desde el principio una solvencia t¨¦cnica infalible, pero su mirada solo es suya cuando en ese gran viaje desde la lejan¨ªa a la proximidad baja al nivel de una acera y se encuentra en ella con figuras humanas. En una foto de 1977, tomada en Cambridge, se ve a un hombre de cuerpo entero, con gorra y abrigo, en una luz limpia de ma?ana de invierno, inclinado sobre una cartera abierta en la que est¨¢ guardando o buscando algo, delante de una alta valla de madera pintada de blanco. La luz solar perfila n¨ªtidamente su sombra contra la blancura de la valla: la espalda encorvada, la visera de la gorra, el perfil, la cartera. Hay una mezcla de instantaneidad y de quietud, una sensaci¨®n de anchuroso silencio, en una calle residencial de casas familiares con jardines y s¨®lidos ¨¢rboles sin hojas.
Pero todav¨ªa dura una distancia de cautela o respeto. El hombre de la gorra puede ser un desconocido, y est¨¢ tan absorto en su b¨²squeda que podr¨ªa no haber notado la presencia de la c¨¢mara. Sucede igual en otras fotos de ese a?o, en el mismo tipo de zonas residenciales confortables y muy arboladas de Nueva Inglaterra: unos ni?os juegan con una bicicleta mientras un hombre hace algo tumbado debajo de un coche; alguien, un fot¨®grafo, examina con inter¨¦s un almendro florecido.
Parece que Nixon ha medido con deliberaci¨®n cada paso que va dando hacia la cercan¨ªa. Se ha entrenado con lo m¨¢s familiar, retratando primero a su mujer y a sus hermanas. En 1979 hace fotos de gente en la playa, o en la orilla del r¨ªo Charles, quieto como un lago, con una lisura que favorece reflejos casi tan detallados, tan est¨¢ticos, como los que lograba Seurat con sus pinceles puntillistas. Un hombre y un ni?o, los dos con el torso desnudo, en lo que parece el calor brumoso del verano, se refrescan junto al agua, en una composici¨®n tan rigurosamente cl¨¢sica como la de un cuadro de ba?istas de C¨¦zanne. En la bruma ligera de la lejan¨ªa resaltan los edificios verticales de Boston. El hombre, con gafas de sol, con tatuajes en el cuerpo carnoso, mira hacia el agua. Es el ni?o el que se vuelve hacia la c¨¢mara, en una pose a medias casual y a medias dotada del simbolismo de las edades de la vida, porque es un ni?o gordito que al cabo de no muchos a?os se ve que se habr¨¢ convertido en un adulto semejante a su padre, quien debi¨® de ser muy parecido a ¨¦l cuando ten¨ªa su edad.
La t¨¦cnica es inseparable del estilo. El ni?o mira sin sorpresa, porque el fot¨®grafo no es un pasajero furtivo con una peque?a c¨¢mara en la mano, sino alguien que lleva un rato con ¨¦l y con su padre, que ha situado no sin esfuerzo su c¨¢mara voluminosa delante de los dos. No hay un artista y un modelo tan separados como un cient¨ªfico y un esp¨¦cimen por la lente de un microscopio, por la jerarqu¨ªa entre quien retrata y quien posa. En el itinerario de su formaci¨®n, Nicholas Nixon acierta a descubrir su propia mirada en el encuentro y en la aceptaci¨®n cordial de la mirada de los otros. Es justo en ese trance y no otro donde sucede la fotograf¨ªa, donde se detiene el curso del tiempo para permitirnos el lujo de que podamos verlo todo, con la atenci¨®n exclusiva que se merece, un ser humano en cualquiera de las edades de la vida, una pareja que se r¨ªe abraz¨¢ndose, una cortina de un dormitorio en la que empieza a filtrarse el d¨ªa.
¡®Nicholas Nixon¡¯. Fundaci¨®n Mapfre. B¨¢rbara de Braganza, 13. Madrid. Hasta el 7 de enero de 2018.
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