S¨®focles y Strauss, al rescate de Grecia
Se inaugura en Atenas el nuevo edificio de la ?pera Nacional con una notable interpretaci¨®n de ¡®Elektra¡¯ de Richard Strauss
Las calles de Atenas est¨¢n pobladas de las cicatrices que ha ido dejando la pertinaz crisis que azota al pa¨ªs: negocios cerrados, edificios abandonados, casas destartaladas que amenazan ruina y en cuyo interior malviven los m¨¢s pobres. Pero all¨ª donde la avenida Syggrou desciende decidida hace el mar, en el solar en que hace a?os se encontraba el hip¨®dromo y donde hasta hace poco se levantaban ¨²nicamente chabolas de inmigrantes, un flamante edificio, el del Centro Cultural de la Fundaci¨®n Stavros Niarchos, ha cambiado por completo el paisaje urbano de la zona, conocida en griego como Kallithea, es decir, Bella Vista.
El arquitecto encargado del proyecto, Renzo Piano, ha querido ser fiel a este nombre, devolverle en lo posible su sentido de anta?o, y la construcci¨®n que ha ideado, puro cristal, posee la extra?a virtud de parecer ingr¨¢vida y hallarse suspendida o flotando levemente sobre el suelo. El arquitecto genov¨¦s ha dise?ado tambi¨¦n a un lado, un gran canal (con agua de mar), y al otro, un enorme jard¨ªn lleno de olivos y plantas arom¨¢ticas. Desde la parte m¨¢s alta de este edificio provisto de la m¨¢s avanzada tecnolog¨ªa bioclim¨¢tica (los paneles solares de la cubierta suministran gran parte de la energ¨ªa que consume), un gran mirador convertido ya en un lugar de visita obligada para los atenienses ofrece un panorama de 360 grados de la ciudad, con la colina de la Acr¨®polis perfectamente visible hacia el norte. Si se llevan alg¨²n d¨ªa a buen puerto los planes de soterrar el bullicioso tr¨¢fico de la avenida Poseid¨®n, el mar ser¨¢ entonces su vecino casi puerta con puerta.
El Centro Cultural, construido y sufragado enteramente por la fundaci¨®n del famoso armador (ha costado alrededor de 650 millones de euros), fue cedido ¨ªntegramente el pasado mes de febrero al Estado griego, reserv¨¢ndose aquella la posibilidad de, durante una semana al a?o, organizar y programar en su interior actividades culturales de acceso gratuito. El Gobierno, por su parte, gestiona dos estandartes emblem¨¢ticos de su pol¨ªtica cultural: la Biblioteca Nacional Griega (a¨²n sin apenas libros, pero utilizada ya masivamente por los atenienses para estudiar y valerse de sus recursos inform¨¢ticos) y la ?pera Nacional Griega. Esta va a disfrutar de un aforo que dobla el que ten¨ªa en el modesto Teatro Olimpia y, sobre todo, ve ahora multiplicadas exponencialmente sus posibilidades t¨¦cnicas. Algunos de sus trabajadores m¨¢s veteranos confesaban tener que pellizcarse para cerciorarse de que el nuevo edificio, las lujosas instalaciones en las que podr¨¢n desarrollar ahora su trabajo, no eran un sue?o, sino reales.
En su inauguraci¨®n oficial, el domingo por la noche, se represent¨® Elektra, de Richard Strauss, ilustre visitante de la ciudad en 1926, cuando dirigi¨® aqu¨ª varias de sus obras (en 1930 ser¨ªa nombrado tambi¨¦n ¡°ciudadano honor¨ªfico¡± de Naxos). La ¨®pera jam¨¢s hab¨ªa sido llevada a escena por la ?pera Nacional Griega, probablemente por las severas limitaciones de espacio de su anterior sede. Otra circunstancia no menos ins¨®lita a?ad¨ªa un aliciente m¨¢s a esta velada inaugural: la presencia en el escenario de la que es sin duda la m¨¢s famosa cantante de ¨®pera griega del siglo XX (Maria Callas era estadounidense por haber nacido en Nueva York): la mezzosoprano Agnes Baltsa, que actuaba tambi¨¦n por primera vez en la historia de la ?pera Nacional Griega y que, como figura en un lugar destacado del programa de mano, ha decidido hacerlo gratuitamente.
Baltsa cant¨®, como no pod¨ªa ser de otra manera, el ¡°terror¨ªfico¡± personaje de Clitemnestra (as¨ª lo adjetiv¨® la cantante que lo estren¨®, Ernestine Schumann-Heink), abordado con frecuencia por cantantes en el ocaso de sus carreras (Baltsa est¨¢ a punto de cumplir 74 a?os). L¨¢stima que, como sucedi¨® en el conjunto de la representaci¨®n, la direcci¨®n esc¨¦nica fuera pr¨¢cticamente inexistente, ya que la griega conserva a¨²n su voz en un sorprendente buen estado y, en su larga y sinuosa escena con Electra, podr¨ªa haber causado un impacto emocional mucho mayor en el p¨²blico. Vestida espartanamente (Clitemnestra, supersticiosa y presa de todo tipo de temores y pesadillas, deber¨ªa ir cargada de joyas y amuletos), parec¨ªa abandonada a su suerte en un escenario bien dise?ado por el veterano Yannis Kokkos, mucho m¨¢s escen¨®grafo que director teatral.
La representaci¨®n de esta obra maestra de la ¡°polifon¨ªa ps¨ªquica¡± (un t¨¦rmino del propio Richard Strauss) gan¨® en inter¨¦s con la aparici¨®n del Orestes de Dimitris Tiliakos, mejor actor que cantante, que llen¨® de credibilidad y tensi¨®n el momento crucial de la anagn¨®risis con Electra, aunque los mejores destellos vocales los protagoniz¨® sin duda la Cris¨®temis de Gun-Brit Barkmin (la Elena de El P¨²blico de Mauricio Sotelo en el Teatro Real), que se mueve con soltura en escena, transmite admirablemente la avidez de futuro de su personaje y que es una soprano de la que cabe augurar un largo recorrido en estos exigentes papeles straussianos y wagnerianos. L¨¢stima que, no recuperada a¨²n de un accidente veraniego, cancelara su participaci¨®n en el ¨²ltimo momento la soprano sueca Irene Theorin, que podr¨ªa haber compuesto una gran Electra, una mujer que, al contrario que su hermana, vive aferrada al pasado.
Su lugar lo ocup¨® la alemana Sabine Hogrefe, cuya carrera ha transcurrido m¨¢s como cover (contratada como sustituta por los teatros para cualquier s¨²bita eventualidad) que cantando realmente sobre los escenarios. En exceso precavida, reserv¨® fuerzas para los pasajes en que su voz es m¨¢s exigida (agudos, finales de frases en fortissimo), lo que hizo que resultara casi inaudible en otros de no menor trascendencia dram¨¢tica. Aunque el reto le ven¨ªa algo grande, resolvi¨® la papeleta al teatro con gran profesionalidad, que no es poco, y lleg¨® con el fuelle justo a su fren¨¦tica danza final, tras la que muere a la manera de las grandes hero¨ªnas de Wagner: desplom¨¢ndose sobre el suelo, sin sangre ni violencia, ebria de esa m¨²sica que anega su interior.
La sorpresa m¨¢s grata de la noche fue la direcci¨®n musical de Vassilis Christopoulos, que ha debido de realizar un trabajo descomunal para obtener el excelente rendimiento que extrajo de una orquesta poco acostumbrada a enfrentarse a partituras tan desmesuradamente exigentes como esta. Desde el primer comp¨¢s, cuando suena rotundo el motivo de Agamen¨®n, qued¨® claro que sab¨ªa muy bien lo que se tra¨ªa entre manos (ya hab¨ªa dirigido la ¨®pera en Wiesbaden) y que le sobraban condiciones para dar a la orquesta el papel coprotagonista que tiene en todo momento. Ser¨ªa m¨¢s que interesante ver qu¨¦ podr¨ªa hacer Christopoulos con una orquesta que est¨¦ a su mismo nivel, ya que aqu¨ª supo compensar ¨¦l solo con creces la alarmante pobreza de ideas en la puesta en escena y el desigual nivel de los cantantes. El p¨²blico se dio cuenta y fue, quiz¨¢, el m¨¢s aplaudido al final, por delante incluso de Agnes Baltsa, poco acostumbrada a no ser la ¨²ltima en recibir las ovaciones del p¨²blico, o a no acapararlas.
Anuncia la ?pera Nacional Griega nuevas obras protagonizadas por los atridas (la estirpe de Atreo) en las dos pr¨®ximas temporadas: Iphig¨¦nie en Tauride de Gluck y Oresteia de Iannis Xenakis. M¨¢s all¨¢ de los aspectos mejorables de esta representaci¨®n inaugural, que los ha habido, la noticia es que Grecia cope por fin titulares culturales y no econ¨®micos o pol¨ªticos. La arriesgad¨ªsima decisi¨®n de arrancar esta nueva etapa con Elektra no ha podido ser m¨¢s acertada. El extraordinario libreto de Hugo von Hofmannsthal inspirado en la tragedia de S¨®focles (¡°No os aliment¨¦is del dulzor de mi sufrimiento, no os relam¨¢is en los espumarajos de mis espasmos¡±, canta una de las criadas en la escena inicial) y la m¨²sica rabiosa y descarnada de Richard Strauss (en parte un exorcismo para conjurar la enfermedad mental de su propia madre, ingresada varias veces en instituciones psiqui¨¢tricas aquejada de ¡°melancol¨ªa¡±) han venido a devolver a Grecia lo que es suyo y lo que nadie podr¨¢ arrebatarle nunca: el sost¨¦n ideol¨®gico y espiritual de nuestra cultura occidental.
Ocaso a la griega
En el llamado Escenario Alternativo, una sala de c¨¢mara que ser¨ªa el sue?o de cualquier director teatral, se representa tambi¨¦n estos d¨ªas en la nueva sede de la ?pera Nacional Griega El ocaso de las deudas, una inteligent¨ªsima adaptaci¨®n de El ocaso de los dioses, la tercera jornada de El anillo del nibelungo de Wagner. Jugando con la similitud fon¨¦tica en griego de ¡°dioses¡± (ze¨®n) y ¡°deudas¡± (jre¨®n), el adaptador de la m¨²sica (Khar¨¢mpalos Goy¨®s), el libretista (Dimitris Dimopoulos) y el director de escena (Alexandros Efklidis) construyen un relato a la vez amargo y burl¨®n de c¨®mo las deudas han acompa?ado en realidad a Grecia desde su independencia misma del imperio otomano. Al comienzo se establece un divertido paralelismo entre Siegfried y Alexis Tsipras, el actual primer ministro, pero las cosas no son luego tan di¨¢fanas.
Cantada en griego y con sobret¨ªtulos solo en el idioma original, no es f¨¢cil seguir las sutilezas del texto (rico en aliteraciones, como el de Wagner), que arranc¨® frecuentemente las risas del p¨²blico, como cuando la marcha f¨²nebre de Siegfried va acompa?ada del recitado por parte de dos de las hijas del Rin, casi como si se tratara de una ceremonia militar en honor de h¨¦roes ca¨ªdos, de un pu?ado de personajes de la historia griega, de Arist¨®teles a Demis Roussos, de Plat¨®n a Mikis Theodorakis, de Andreas Papandr¨¦u a Yanis Varoufakis. Tras cada nombre, un peque?o coro de cuatro voces masculinas amplificadas exclamaba: ¡°?Presente!¡± El Valhalla se transmuta, por supuesto, en la Acr¨®polis y su Leitmotiv se confunde ingeniosamente con el tema principal de Carros de fuego de Vangelis.
Hay gui?os a la tradici¨®n folcl¨®rica griega (en el vestuario, en la propia m¨²sica), pero no falta tampoco contenido filos¨®fico, ni mitol¨®gico, ni hist¨®rico, con una delirante aparici¨®n de Klemens von Metternich en forma de busto. Al final, Br¨¹nnhilde se inmola envuelta literalmente en armas y explosivos, como una moderna terrorista suicida. Excelentemente cantada, tocada y dirigida, El ocaso de las deudas sabe transformar la palabra m¨¢s detestada de la reciente historia griega en una invitaci¨®n a la risa. Y a aprender de los errores pasados.
Babelia
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