La subversi¨®n por la belleza
La creencia insensata en el progreso ilimitado parec¨ªa la ¨²nica forma de racionalidad. La realidad rescata del rid¨ªculo a los viejos utopistas
Simone Weil dice que una de las necesidades vitales de las personas de clase trabajadora es la belleza. Sin belleza en la vida cotidiana y en los procesos mismos y en los resultados del trabajo no hay justicia social. No s¨¦ si Weil lleg¨® a conocer los escritos y las obras materiales de William Morris, pero de un modo u otro le lleg¨® su influencia, en parte porque el movimiento de vindicaci¨®n del trabajo artesanal y de b¨²squeda de la educaci¨®n y la justicia que Morris y los amigos de su c¨ªrculo iniciaron se extendi¨® por toda Europa, en parte tambi¨¦n porque su sensibilidad personal est¨¢ empapada del mismo esp¨ªritu que alentaba en Weil, y que ya se hab¨ªa manifestado mucho antes en la obra de William Blake y en la de Thoreau: un rechazo de los poderes destructivos y esclavizadores desatados por el industrialismo; una defensa no tanto de para¨ªsos retr¨®grados anteriores a la Revoluci¨®n Industrial, sino de formas de relaci¨®n personal con el trabajo, la vida comunitaria y la naturaleza que equival¨ªan a una forma radicalmente alternativa de econom¨ªa y de desarrollo. Hasta hace no mucho, figuras como William Blake, Thoreau, John Ruskin, William Morris, Weil eran contempladas con una condescendencia despectiva. Una ortodoxia a la vez capitalista y marxista propon¨ªa que el ¨²nico progreso posible, bien hacia el socialismo o hacia la plenitud del libre mercado, era el crecimiento industrial, o lo que se llamaba en lenguaje marxista el desarrollo de las fuerzas productivas. La creencia insensata en el progreso ilimitado parec¨ªa la ¨²nica forma posible de racionalidad.
La obstinada realidad vuelve actuales y rescata del rid¨ªcu?lo a los viejos utopistas, los que avisaban de que el emponzo?amiento de los r¨ªos y la destrucci¨®n de los ¨¢rboles y de los delicados ecosistemas humanos de las ciudades eran algo m¨¢s que pecados contra la sensibilidad est¨¦tica de personas ilusas, cuando no rastros de sentimentalismo peque?oburgu¨¦s. Los mismos humos de carb¨®n y de gasolina que oscurecen los m¨¢rmoles de las estatuas envenenan con micropart¨ªculas hasta los ¨²ltimos reductos de los tejidos pulmonares y provocan c¨¢nceres y enfermedades respiratorias. Tormentas tropicales m¨¢s destructoras que nunca y fuegos que arrasan bosques en este oto?o con temperaturas de verano y desierto no son una advertencia de lo que puede venir, sino la prueba de lo que ya ha llegado y se agrava a mucha m¨¢s velocidad de la que nadie imagin¨®.
Morris sab¨ªa que la destrucci¨®n y la fealdad no eran hechos accesorios, sino elementos tan centrales de la injusticia como la brutalidad del trabajo en las f¨¢bricas y el sometimiento de los obreros a un sistema de producci¨®n en el que a nadie le estaba permitido disfrutar del resultado de su esfuerzo, y por tanto del sentimiento de la propia dignidad y de la posibilidad de la alegr¨ªa. Disc¨ªpulo de John Ruskin, Morris contrapon¨ªa la labor soberana y sabia del artesano a la monoton¨ªa humillante del trabajo proletario en la f¨¢brica, que convert¨ªa al ser humano en un accesorio de la m¨¢quina.
Morris sab¨ªa que la destrucci¨®n y la fealdad no eran hechos accesorios, sino elementos tan centrales de la injusticia como la brutalidad del trabajo en las f¨¢bricas
Construir objetos bellos y ¨²tiles o participar en su creaci¨®n es una fuente segura de felicidad; tambi¨¦n vivir en lo posible rodeado de ellos. La visi¨®n ut¨®pica de William Morris tiene un anclaje pr¨¢ctico en lo diario y lo cotidiano de la vida. Lo ¨²til de verdad siempre es bello. Lo superfluo, lo confuso, lo pesadamente ornamental ofenden a la vista y entorpecen la vida, y llenan el mundo de objetos innecesarios cuya ¨²nica raz¨®n de existir es el sostenimiento de la producci¨®n en masa y la opulencia de los poderosos. ¡°Bello es lo que el tiempo no hace vulgar¡±, dec¨ªa nuestro Juan Ram¨®n Jim¨¦nez, que tiene mucho del esteticismo humanista y social de William Morris, de su sentido del trabajo gustoso, el que ennoblece el esp¨ªritu y mejora la vida com¨²n.
A diferencia del iluminado te¨®rico, que dice una cosa y suele hacer la contraria, el visionario pr¨¢ctico a la manera de Thoreau y William Morris predica con el ejemplo. Thoreau se complac¨ªa en sus vuelos rom¨¢nticos de contemplaci¨®n, pero tambi¨¦n se esforzaba en perfeccionar los l¨¢pices que fabricaba su familia y se dedicaba a un oficio tan exigente de precisiones como el de agrimensor, y tomaba datos exactos sobre las fechas de floraci¨®n de las plantas, las pulgadas de nieve ca¨ªdas cada invierno, el espesor de la capa de hielo en el lago Concord. El ejemplo persuasivo con el que predic¨® Morris muchos a?os fue el de los objetos cotidianos que ideaba y produc¨ªa, los que comercializaba en su propia empresa, los que encargaba a otros o ayudaba a difundir: telas, papeles pintados, azulejos, vidrieras, muebles, tipograf¨ªas, libros enteros, editados con un m¨¢ximo de claridad y belleza, como los panfletos que empez¨® a escribir y a imprimir cuando comprendi¨® que su activismo pr¨¢ctico no ser¨ªa efectivo sin un valeroso activismo pol¨ªtico.
No hay nada que no sea singular y memorable en la exposici¨®n sobre William Morris reci¨¦n abierta en la Juan March: pero a m¨ª casi lo que m¨¢s me conmueve es esa vitrina dedicada a sus folletos de propaganda socialista, con sus ilustraciones de soles radiantes, de campos f¨¦rtiles, de trabajadores, hombres y mujeres, protegidos por alegor¨ªas clasicistas de la Libertad y la Justicia, exaltados en la defensa del sufragio universal, la jornada de ocho horas, la educaci¨®n para todos. Las consignas de emancipaci¨®n est¨¢n escritas con una tipograf¨ªa admirable. Un mismo impulso abarca la vindicaci¨®n de la igualdad entre los sexos, la del trabajo digno, la de los bosques preservados para el disfrute de todos. ¡°No creo en el arte para unos pocos, igual que no creo en la libertad ni en la educaci¨®n para unos pocos¡±, escribi¨® Morris. No se me ocurre una mejor declaraci¨®n ¨¦tica y est¨¦tica.
La belleza y la racionalidad pueden contagiarse, igual que se contagian la fealdad y el trastorno. El ejemplo de William Morris se extiende a la Secesi¨®n Vienesa de principios del siglo XX y de ah¨ª a la Bauhaus, al modernismo catal¨¢n, a las audacias visuales y formales de Lloyd Wright en Estados Unidos. La exposici¨®n en s¨ª misma incorpora en la pr¨¢ctica el esp¨ªritu de William Morris, adem¨¢s de mostrarlo: en la bella austeridad de las tarimas de madera, en los dinteles de las salas, en la limpieza y la claridad del espacio. Al visitarla ingresa uno en un par¨¦ntesis de serenidad y aprendizaje deslumbrado que es un consuelo en estos tiempos de encono est¨¦ril, sin esperanza ni belleza.
¡®William Morris y compa?¨ªa¡¯. Fundaci¨®n Juan March. Madrid. Hasta el 21 de enero de 2018.
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