Tres interludios tapat¨ªos
De Guadalajara me quedaron impresiones no siempre congruentes que procurar¨¦ poner a prueba durante los pr¨®ximos d¨ªas de la FIL
Uno
Podr¨ªa empezar parafraseando ¡ªen el a?o del centenario del nacimiento de Rulfo¡ª el ¨ªncipit de Pedro P¨¢ramo (1955), una de las cinco o seis mejores novelas escritas en espa?ol en la segunda mitad del siglo XX: vine a Guadalajara porque me dijeron que ac¨¢, etc¨¦tera. En todo caso, fue en el verano de 2010 y pens¨¦ que, despu¨¦s de un horroroso a?o repleto de pejigueras varias, me vendr¨ªa bien cambiar un poco el mesetario aire de Madrid ¡ªque, como dice la paremia, ¡°es tan sutil que mata a un hombre y no apaga un candil¡±¡ªpor otro un poco subtropical en el que las repentinas lluvias torrenciales del verano actuaran como met¨¢fora de la renovaci¨®n espiritual y f¨ªsica que precisaba. Vine tambi¨¦n porque me dijeron que en aquel tiempo, cuando en M¨¦xico la n¨®mina de asesinatos a causa del narcotr¨¢fico ya hab¨ªa superado la cota de los 25.000, Guadalajara era una de las capitales m¨¢s seguras (el ¡°oasis tapat¨ªo¡±) y menos expuestas a vengativas balaceras entre carteles rivales. Puse en duda la aseveraci¨®n a los pocos d¨ªas: el 29 de julio, mientras estaba muy cerca almorzando con unos amigos las inevitables tortas ahogadas, el Ej¨¦rcito mexicano irrumpi¨® en la exclusiva urbanizaci¨®n Colinas de San Javier (el precio actual de las casas oscila entre 15 y 40 millones de pesos) y apiol¨® (¡°una operaci¨®n quir¨²rgica¡±) al supernarco Nacho Coronel, lugarteniente del Chapo Guzm¨¢n y uno de los hombres clave del cartel de Sinaloa. No fue un buen comienzo: de repente, y durante un par de semanas, los extranjeros de la zona donde yo viv¨ªa (profesores hispanos y alumnos estadounidenses que asist¨ªan a cursos de verano) no nos atrev¨ªamos a salir si no era en grupo, y ni pensar en ir por la noche caminando al centro incluso por calles tan habitualmente seguras como L¨®pez Cotilla o Pedro Moreno, de las que a¨²n recuerdo en mis sue?os estupefactos la fuerza casi tel¨²rica con la que las ra¨ªces de los ¨¢rboles surg¨ªan del subsuelo reventando el asfalto de las aceras.
Dos
El gentilicio para los habitantes de Guadalajara es el de tapat¨ªos, a menudo usado, junto con ¡°jalisciense¡±, para designar a los de todo Jalisco. Una leyenda hace derivar el nombre del n¨¢huatl tapatiotl, una especie de peque?a funda con granos de cacao que se usaba como moneda de cambio. Sea o no cierto, la verdad es que, viniendo de Madrid ¡ªciudad esencialmente conservadora (a pesar de Luces de Bohemia) y cuyo m¨¢ximo rasgo identitario consiste en carecer de ¨¦l en absoluto¡ª, Guadalajara se me revel¨® el ejemplo m¨¢s a mano de ese ¡°pa¨ªs surrealista por excelencia¡± que para Andr¨¦ Breton era M¨¦xico. Un pa¨ªs, como tambi¨¦n asegura la franco-mexicana Elena Poniatowska, en el que la realidad siempre nos lleva a la ficci¨®n, a la imaginaci¨®n, y que tambi¨¦n cautiv¨® intelectualmente al forzoso exilio espa?ol (pensemos en Moreno Villa, en Larrea, en Cernuda, en Rejano, en Ayala, en Aub, en Garfias, en Zambrano, en Le¨®n Felipe, en Roces y en tantos, tant¨ªsimos otros) que, dejando atr¨¢s el pa¨ªs hecho trizas por el fascismo, encontr¨® en ¨¦l hospitalidad, asilo y trabajo. Aprovech¨¦ aquel verano para recorrer la ciudad, saber algo m¨¢s del pa¨ªs (lecturas preceptivas del turista improvisado: El laberinto de la soledad, de Paz, y el superventas del Colegio de M¨¦xico Historia m¨ªnima de M¨¦xico, nueva edici¨®n en Turner) y, sobre todo, completar la breve lista de autores tapat¨ªos y jaliscienses que ya conoc¨ªa: a Juan Jos¨¦ Arreola, cuyo Bestiario hab¨ªa le¨ªdo de adolescente (en frente de mi casa madrile?a estuvo la primera sucursal del FCE tras la guerra); a Juan Rulfo o a Mariano Azuela (Los de abajo, de 1916, se me antojaba una novela social-revolucionaria formalmente m¨¢s moderna que Central el¨¦ctrica, de L¨®pez Pacheco, o que La mina, de L¨®pez Salinas, ambas de finales de los cincuenta) se a?adieron entonces algunos libros de Agust¨ªn Y¨¢?ez, del ¡°ondero¡± Jos¨¦ Agust¨ªn ¡ªun moderno ¡°contracultural¡± de los sesenta¡ª o de Vicente Le?ero, cuya novela Los alba?iles hab¨ªa obtenido el Premio Biblioteca Breve de 1963, el segundo que recay¨® en un autor hispanoamericano (el primero, el a?o anterior, se lo llev¨® Vargas Llosa con La ciudad y los perros). A todos ellos a?ad¨ª aquel verano un importante ¡°descubrimiento¡± de otro autor tapat¨ªo: ?lvaro Enrigue, de quien pude leer Muerte de un instalador (Joaqu¨ªn Mortiz, 1996) y Vidas perpendiculares (Anagrama, 2008).
Tres
Tal como recordaba Octavio Paz, las relecturas, como los lugares a los que se vuelve, cambian con el tiempo y con nuestra diferente mirada. De Guadalajara me quedaron impresiones no siempre congruentes que procurar¨¦ poner a prueba durante los pr¨®ximos d¨ªas de la FIL: en mi imaginaci¨®n retengo la hermosura de sus iglesias atestadas, la monumentalidad barroca de sus edificios civiles, los tentadores mercados, la apacible hospitalidad de la Biblioteca Octavio Paz, su desparramamiento urban¨ªstico, la ferocidad de su lucha revolucionaria (que ejemplifica el impresionante retrato del incendiario cura Hidalgo que puede admirarse en uno de los frescos del Palacio del Gobierno, o en esa hermos¨ªsima suite mural del Hospicio Caba?as, dos muestras del modo de entender la pintura popular del gran expresionista Jos¨¦ Clemente Orozco), y el voluntarismo ut¨®pico y so?ador del nombre de un peri¨®dico insurgente de 1810: El Despertador Americano. De Guadalajara, por ¨²ltimo, me queda el persistente recuerdo de dos melanc¨®licos vers¨ªculos provenientes del Salmo 126 que dialogan ¡ªcon p¨¦trea resonancia teol¨®gica¡ª desde dos de sus monumentos m¨¢s emblem¨¢ticos: en la fachada de la imponente catedral puede leerse el primero: ¡°Si el Se?or no edifica la casa, en vano se fatigan los que la construyen¡±, y en el Palacio del Gobierno, el segundo: ¡°Si el Se?or no guarda la ciudad, in¨²tilmente se desvela quien la custodia¡±. Cerca de su 500? cumplea?os, Guadalajara parece existir para confirmarlos.
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