Quiten las manazas de la ¨®pera
La injerencia pol¨ªtica y la epidemia nacionalista abren otra crisis en el Palau de les Arts
El Palau de les Arts es el Valhalla del Turia, una fortaleza megal¨®mana y altiva que vadea un r¨ªo imaginario y permanece expuesta a las pulsiones autodestructivas. La codicia, el dinero, la injerencia pol¨ªtica conspiran para destruirla. Y no termina de ponerse a salvo de los vaivenes de la crisis. Cuando un incendio est¨¢ a punto de extinguirse, brota la llama de una nueva erupci¨®n.
Acaba de suceder con la dimisi¨®n de Davide Livermore, reputado gestor, reconocido director de escena y ¡°cabecilla¡± de un triunvirato italiano que redondean las personalidades musicales de Roberto Abbado y Fabio Biondi. Formaban los tres un buen equipo art¨ªstico. Y hab¨ªan logrado devolver al Palau la estabilidad y el criterio despu¨¦s de la intervenci¨®n policial y judicial con que hab¨ªa degenerado la gesti¨®n de Helga Schmidt.
Agonizaba el modelo de la opulencia y la desmesura ¡°populares¡±. Valencia era un teatro fascinante para el mel¨®mano y preocupante para el contribuyente. Quiere decirse que la fastuosidad de los hitos oper¨ªsticos en las primeras temporadas alojaban bastante preocupaci¨®n respecto a la sostenibilidad del modelo. El esfuerzo de ser los mejores costaba mucho dinero. Y convert¨ªa el Palau en un templo de la desmesura. Los milagros que obraron Maazel, Gergiev, Mehta; las producciones de la Fura; la imponente calidad de la orquesta, cultivaron una enso?aci¨®n que se malogr¨® entre las sombras de la corrupci¨®n y los aspavientos de la crisis econ¨®mica.
El cambio pol¨ªtico, se supone, garantizaba mesura, transparencia. Y optaba por un esquema menos grandilocuente, pero confiado a la solvencia de Livermore, a la implicaci¨®n de Pl¨¢cido Domingo y al equilibrio de los directores musicales. Tan reconocidos como Biondi y Abbado. Y tan prometedores? como el valenciano Ram¨®n Tebar, lejos de toda sospecha o protecci¨®n localistas.
La f¨®rmula acaba de liquidarse. O la han liquidado los poderes p¨²blicos. La Administraci¨®n. Y hasta la iracundia fundamentalista del conseller de Cultura Vicent Marz¨¤, diputado de Compromis y miembro del Bloc Nacionalista Valenci¨¤.
Tiene sentido recordar este ¨²ltimo pormenor de su ejecutoria porque Marz¨¤ entiende que el Palau debe sensibilizarse a la cultura valenciana, relamerse en el oscurantismo provinciano (esto ¨²ltimo lo deduce el autor del blog, yo mismo). Y que hasta debe introducirse una cuota de valencianos en la orquesta, aunque los pretextos identitarios revisten menos gravedad que su declaraci¨®n de guerra a la ¨®pera como tal -un espect¨¢culo para ricos que impide la democratizaci¨®n del Palau, tiene huevos- y en la pretensi¨®n del Gobierno valenciano de exponer las decisiones art¨ªsticas a criterios burocr¨¢tico-administrativos.
Los cantantes, se supone, deben acceder al papel de una ¨®pera a trav¨¦s de un concurso o de una audici¨®n. Ganarse el puesto como si fueran agentes de movilidad o ujieres. Esgrimir m¨¦ritos ¡°objetivos¡±. Y someterse al escrutinio de un tribunal como si pudiera objetivarse el dolor de Rigoletto, la euforia de Calaf o el misticismo de Isolda en el desenlace del Liebestod.
Inquietan semejantes injerencias e invasiones. Profanan el espacio empancipado de la gesti¨®n art¨ªstica. Debe ser ¨¦sta transparente y pulcra, pero inviolable en el ¨¢mbito de las decisiones vocales, dramat¨²rgicas y est¨¦ticas, m¨¢s todav¨ªa cuando pretende revestirse de autoridad una Administraci¨®n ignorante y fr¨ªvola en la comprensi¨®n misma del fen¨®meno oper¨ªstico.
Claro que la ¨®pera es cara, se?or Marz¨¤. Menos que el f¨²tbol, se lo garantizo. Y menos rentable todav¨ªa en la perspectiva del populismo, pero impagable, como el teatro,como el museo, en la formaci¨®n de una sensibilidad y en la educaci¨®n de una sociedad que tanto a usted deber¨ªa preocuparle. Porque es usted conseller de Educaci¨®n, Investigaci¨®n y Cultura.
La ¨®pera es cara, s¨ª. Es cara porque subir Don Carlo?al escenario requiere cinco funciones de cuatro horas,? siete semanas de ensayo, la cooperaci¨®n 120 profesores de orquesta y coristas, la abnegaci¨®n de un equipo t¨¦cnico cualificado, el concurso de voces superdotadas -Pl¨¢cido Domingo estrena este s¨¢bado la ¨®pera de Verdi-, la elaboraci¨®n de un espacio esc¨¦nico y de una dramaturgia, la implicaci¨®n de un director de orquesta. Que en este caso es valenciano, Ram¨®n Tebar, y muy competente, pero que no acostumbra a ser valenciano, como no es berlin¨¦s el director de la Filarm¨®nica de Berl¨ªn, qu¨¦ cosas.
Ni falta que hace, se?or Marz¨¤, porque la ¨®pera ser¨¢ cara, pero representa la comuni¨®n de las artes y la supresi¨®n de las barreras. Constituye un fecundo mestizaje cultural. Conjura el veneno del nacionalismo. Habla en un idioma que todos entienden. No hay exclusi¨®n ling¨¹¨ªstica en la partitura. Pregunte usted cu¨¢ntos flautistas, trompetistas o m¨²sicos de trompa valencianos abastecen las grandes orquestas de Europa y de Am¨¦rica. Y a cu¨¢ntos de ellos les piden el carnet de identidad. O los excluyen por venir de otro pa¨ªs, de otra ciudad.
La ¨®pera es cara, se?or Marz¨¤, pero no tiene precio. No lo tiene porque la ¨®pera no es la se?ora Castafiore haciendo gorgoritos, sino puede que la mayor contribuci¨®n de Occidente a la Cultura universal. En la ¨®pera se canta y se recita. Se baila y se pinta. Se piensa, se llora, se muere y se resucita. Se aloja el eco de las tragedias de Eur¨ªpides. Y se incorpora el cine, la vanguardia. Mire usted si no una producci¨®n de Davide Livermore, ahora, que han decidido aceptar su dimensi¨®n para convertir el Palau de les Arts en un puesto de barraca.
Babelia
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