La extinci¨®n olvidada
Solo hay dos certezas absolutas sobre los campesinos: de su trabajo proced¨ªa todo el sustento y siempre sufrieron el despotismo del poder
Un buen libro act¨²a en dos direcciones simult¨¢neas. Abre los ojos a la novedad de lo exterior y remueve en la conciencia y la memoria lo que ya estaba dentro de uno, olvidado o latente. Vidas a la intemperie, de Marc Badal, tiene ese efecto sobre m¨ª. Es un libro riguroso y muy bien documentado que est¨¢ hecho con una factura liviana, una riqueza de erudici¨®n y experiencia que sin embargo no pesa. La buena escritura se distingue porque se alza del suelo con una cierta ingravidez. Como un poema, que siempre parece estar en suspensi¨®n encima de la p¨¢gina, sostenido en el aire. Las vidas a la intemperie a las que alude el t¨ªtulo de Badal son las de los campesinos, las generaciones innumerables que desde los tiempos del Neol¨ªtico fueron modelando el mundo, a fuerza de trabajo, tal como existe a nuestro alrededor, y a continuaci¨®n desaparecieron, tan radicalmente como esas civilizaciones perdidas de las que quedan solo ruinas cicl¨®peas, tan inexplicables en su simbolismo como en la haza?a de su construcci¨®n. La diferencia es que la desaparici¨®n del mundo de los campesinos no sucedi¨® hace milenios: en Espa?a fue casi ayer mismo, hace apenas dos generaciones, tan poco tiempo que hay todav¨ªa personas que pueden dar testimonio de esa civilizaci¨®n abolida. Parec¨ªa haber durado desde siempre y estar destinada a prolongarse id¨¦ntica en el porvenir, y desapareci¨® de la noche a la ma?ana, o casi, en el tr¨¢nsito de unos pocos a?os.
El libro de Marc Badal ha tenido tanto efecto sobre m¨ª porque yo soy una de esas personas que recuerdan. Me he acordado de la dureza de los trabajos del campo, pero sobre todo de algo que es m¨¢s dif¨ªcil de preservar, y hasta de explicar, lo peculiar de la mentalidad campesina, que yo observaba en las personas m¨¢s pr¨®ximas a m¨ª. Cuando yo era ni?o me daba cuenta de la diferencia radical que exist¨ªa entre nuestras vidas y las de la gente que no depend¨ªa para su subsistencia del trabajo en el campo: ten¨ªan otro color de cara, manos m¨¢s blancas y menos poderosas, viv¨ªan en barrios alejados del nuestro, en casas muy distintas, que a m¨ª me produc¨ªan admiraci¨®n y m¨¢s desconcierto que envidia cuando las visitaba. Eran casas en las que no hab¨ªa cuadras para los animales, ni graneros, ni jaulas de madera y alambre para los conejos. A veces ni siquiera eran casas, sino pisos en edificios modernos. Yo estaba convencido de que vivir en un piso era un signo de riqueza.
Vidas a la intemperie, de Marc Badal, est¨¢ hecho con una factura liviana, una riqueza de erudici¨®n y experiencia que? no pesa
Viv¨ªan de otro modo, pero tambi¨¦n las mentalidades de los adultos con los que yo me encontraba, los maestros en la escuela, los profesores en el instituto, los padres de mis compa?eros que no eran del campo, no se parec¨ªan en nada a las de las personas de mi familia y a las que encontraba trabajando en la huerta de mi padre o en las cuadrillas de aceituneros. Los campesinos miraban y hablaban de otra manera, y habitaban una geograf¨ªa exclusivamente suya. La forma del mundo se correspond¨ªa con la del territorio en el que viv¨ªan su vida y en el que trabajaban. Fronteras invisibles para cualquiera que no fuera ellos delimitaban lugares con rasgos espec¨ªficos, m¨¢s propicios para el cultivo de unas especies que el de otras, designados con nombres de una meticulosa geograf¨ªa oral que no estaba escrita en ning¨²n mapa. La vida campesina es m¨¢s f¨¢cil de falsificar porque en ella no hay o no hab¨ªa casi nada que pudiera someterse a una generalizaci¨®n. Un campesino conoce su territorio, pero se pierde f¨¢cilmente unos kil¨®metros m¨¢s all¨¢. Los nombres que da a las cosas son muy precisos pero var¨ªan en la comarca o en la provincia contigua. Marc Badal despliega conocimientos muy extensos de la historia de los movimientos campesinos y de los dogmas ideol¨®gicos, favorables u hostiles, que se les han aplicado a lo largo de los siglos. Pero ley¨¦ndolo se le nota mucho que tambi¨¦n ha escuchado y se ha fijado mucho, ha interrogado a supervivientes, y les ha prestado una atenci¨®n respetuosa, sin idealizarlos ni caricaturizarlos, que es lo que han hecho a lo largo de los siglos la mayor parte de los estudiosos y los te¨®ricos, los que quer¨ªan ver en el campesino al Buen Salvaje del para¨ªso primitivo y los que se burlaban de su tosquedad o ve¨ªan en ¨¦l un s¨ªmbolo del mundo arcaico y retr¨®grado que deb¨ªa ser abolido cuanto antes por la modernidad. Solo hay dos certezas absolutas sobre los campesinos, y las dos son indelebles: de su trabajo proced¨ªa pr¨¢cticamente todo el sustento y toda la riqueza; siempre ocuparon la escala m¨¢s baja en el orden social y sufrieron el despotismo de los poderosos.
Una tarde, hace a?os, en ?beda, estaba asomado al mirador de la muralla, que da a las laderas f¨¦rtiles de las huertas, ahora casi todas perdidas, y m¨¢s all¨¢ al oleaje mon¨®tono de los olivares. A mi lado hab¨ªa unos turistas haciendo fotos, admirando la vista del valle del Guadalquivir. Entonces pens¨¦ que ellos, aunque miraban lo mismo, no ve¨ªan lo mismo que yo. Ellos ve¨ªan un paisaje, hecho de valores est¨¦ticos. Yo ve¨ªa, en ese campo y en esos caminos que fueron los de mi vida hasta los 18 a?os, las marcas poderosas del trabajo humano. La est¨¦tica del paisaje eliminaba el tiempo y la presencia humana: a los ojos de los turistas aquellas laderas y aquel valle pose¨ªan una belleza intemporal, impersonal. Yo ve¨ªa el proceso hist¨®rico tan cercano que hab¨ªa dado forma a aquella vista: cercas y tejados de chalets en lo que hab¨ªan sido huertas; espesores de maleza cubriendo antiguos canteros de cultivos; y los olivares invadi¨¦ndolo todo, eliminando la diversidad y el contraste del cereal, la vi?a, el barbecho, los ca?averales y arroyos que antes marcaban algunas lindes, el trazado de los bancales y de las acequias.
En la mirada del campesino no exist¨ªa el paisaje. Lo he recordado leyendo, con emoci¨®n gradual, este libro que me ha tomado por sorpresa, en el que me he sumergido tan favorablemente en el silencio del primer d¨ªa del a?o. Marc Badal ha escrito la cr¨®nica de una extinci¨®n, y en ella hay una velada declaraci¨®n de amor, y tambi¨¦n un manifiesto pol¨ªtico, un gesto de disidencia frente a la abrumadora coacci¨®n de que este mundo, tal como existe ahora, es el mejor y tambi¨¦n el ¨²nico posible. Yo he visto contada en ¨¦l una parte de mi vida. Leo y voy recobrando voces, miradas, palabras, actitudes: aquel escepticismo inmune a cualquier entusiasmo, aquella incredulidad en el fondo sarc¨¢stica hacia la impostura y la palabrer¨ªa. Me crie entre algunos de los ¨²ltimos supervivientes del universo campesino. Soy uno de ellos.
¡®Vidas a la intemperie¡¯. Marc Badal. Pepitas de Calabaza y Cambalache, 2017. 224 p¨¢ginas. 17 euros.
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