?Qu¨¦ hacer con el arte de hombres monstruosos?
Hicieron o dijeron algo horrible y crearon algo maravilloso. ?Debe la biograf¨ªa de un artista influir en la apreciaci¨®n de su obra? Las denuncias por acoso reabren la pregunta
![Escena de la película Manhattan de Woody Allen.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/CQPYF7Z4FOKTYUCCEVP5QPTJT4.jpg?auth=a37ab26c52a0e1079ac8c95e1872c762c33adaf6e1e1b318a5416cb0c9e76652&width=414)
Roman Polanski, Woody Allen, Bill Cosby, William Burroughs, Richard Wagner, Sid Vicious, V. S. Naipaul, John Galliano, Norman Mailer, Ezra Pound, Caravaggio, Floyd Mayweather, y si empezamos a enumerar deportistas no acabaremos nunca. ?Y qu¨¦ decir de las mujeres? De inmediato, la lista se vuelve mucho m¨¢s dif¨ªcil e incierta: ?Anne Sexton? ?Joan Crawford? ?Sylvia Plath? ?Cuenta las que se hac¨ªan da?o a s¨ª mismas? Vale, supongo que entonces es mejor volver a los hombres: Pablo Picasso, Max Ernst, Lead Belly, Miles Davis, Phil Spector.
Todos ellos hicieron o dijeron algo horrible y crearon algo maravilloso. Lo horrible afecta a lo maravilloso; no podemos ver, o¨ªr o leer esa obra de arte sin recordar el horror. Desbordados por lo que sabemos de la monstruosidad del creador, nos apartamos, llenos de repugnancia. O quiz¨¢ no. Seguimos mirando, intentando separar al artista de la obra de arte. En cualquier caso, es perturbador. Son genios y son monstruos, y no s¨¦ qu¨¦ hacer con ellos.
En la era de Trump, todos hemos estado pensando en monstruos. Por lo que a m¨ª respecta, empec¨¦ hace varios a?os. Estaba investigando sobre Roman Polanski para un libro que estaba escribiendo y me qued¨¦ sobrecogida por sus atrocidades. Era algo monumental, como el Gran Ca?¨®n del Colorado. Y sin embargo... Cuando ve¨ªa sus pel¨ªculas, ten¨ªan una belleza que era otro tipo de monumento, inmune a todo lo que sab¨ªa de su maldad. Hab¨ªa le¨ªdo much¨ªsimo sobre cuando viol¨® a la chica de 13 a?os Samantha Gailey; estoy segura de que no me queda un detalle por saber. Pero, a pesar de ello, segu¨ªa siendo capaz de ver sus pel¨ªculas. Dese¨¢ndolo, incluso. Cuanto m¨¢s investigaba sobre Polanski, m¨¢s empujada me sent¨ªa a ver su cine, y lo hac¨ªa una y otra vez, sobre todo los grandes t¨ªtulos: Repulsi¨®n, La semilla del diablo, Chinatown. Como todas las obras maestras, invitan a verlas repetidamente. Yo las devoraba. Se convirtieron en parte de m¨ª, como pasa cuando se ama algo.
No me deber¨ªan haber gustado esas pel¨ªculas ni ese director. Polanski es el blanco de boicots, querellas e indignaci¨®n. Para la gente, el hombre y su obra parecen ser la misma cosa. ?Pero lo son? ?Debemos intentar separar el arte del artista, al creador de su obra? ?Nos sumimos en un olvido voluntario cuando queremos escuchar, por ejemplo, el ciclo del Anillo de Wagner? (Olvidar es m¨¢s f¨¢cil para algunas personas que para otras; las obras de Wagner se han representado muy pocas veces en Israel). ?O pensamos que el genio merece una dispensa especial, un permiso para comportarse mal?
?Y c¨®mo var¨ªa nuestra respuesta en funci¨®n de las situaciones? Da la impresi¨®n de que algunas obras de arte son ya imposibles de disfrutar por las transgresiones de su creador: ?C¨®mo podemos ver The Cosby Show despu¨¦s de las acusaciones de violaci¨®n contra Bill Cosby? Por supuesto, se puede hacer, pero ?estaremos viendo verdaderamente la serie? ?O m¨¢s bien el espect¨¢culo de nuestra inocencia perdida?
?Y es solo una cuesti¨®n pragm¨¢tica? ?Retiramos nuestro apoyo a esa persona si est¨¢ viva, para que no obtenga beneficios econ¨®micos de nuestro consumo de su obra? ?Votamos con la cartera? En ese caso, ?est¨¢ bien bajarse gratis de Internet una pel¨ªcula de Roman Polanski, por ejemplo? ?Podemos verla en casa de un amigo?
Un momento: ?qui¨¦n es ese ¡°nosotros¡± que aparece siempre en los ensayos cr¨ªticos? Nosotros es una escapatoria. Nosotros es barato. Nosotros es una forma de deshacernos de la responsabilidad personal y, al mismo tiempo, asumir f¨¢cilmente la autoridad. Es la voz del cr¨ªtico masculino tradicional, el que cree sinceramente que sabe lo que debe pensar todo el mundo. Nosotros es corrupto. Nosotros es artificial. La pregunta que hay que hacerse es: ?Puedo yo amar el arte pero odiar al artista? ?Puede usted? Cuando digo nosotros, me refiero a m¨ª. Me refiero a usted.
S¨¦ que Polanski es peor, -signifique esto lo que signifique-, pero para m¨ª el ultramonstruo es Woody Allen.
Los hombres quieren saber por qu¨¦ nos indigna tanto Woody Allen. Woody Allen se acost¨® con Soon-Yi Previn, hija de su pareja Mia Farrow. La primera vez que se acostaron juntos, Soon-Yi era una adolescente que estaba bajo su cuidado, y ¨¦l era el director de cine m¨¢s famoso del mundo.
La relaci¨®n sexual con Soon-Yi me afect¨® como una traici¨®n personal. Cuando era joven, yo me sent¨ªa como Woody Allen.?Intu¨ªa o cre¨ªa que ¨¦l me representaba en la pantalla. Era yo. Ese es uno de los aspectos peculiares de su talento, su capacidad para suplantar al espectador. La identificaci¨®n era a¨²n m¨¢s intensa por su personaje habitual: flaco como un ni?o, bajito como un ni?o, confuso ante un mundo fr¨ªo e incomprensible (como antes Chaplin). Sent¨ªa una afinidad con ¨¦l superior a la normal entre una ni?a y un cineasta adulto. De una manera algo absurda, me parec¨ªa que era m¨ªo. Siempre le hab¨ªa considerado uno de nosotros, los indefensos. A partir de Soon-Yi, me pareci¨® un depredador. Mi reacci¨®n no era l¨®gica; era emocional.
Una tarde lluviosa de la primavera de 2017, me dej¨¦ caer en el sof¨¢ del cuarto de estar y comet¨ª un acto transgresor. No el que est¨¢n ustedes pensando. Lo que hice fue contratar Annie Hall en el servicio a la carta de mi televisor. Fue f¨¢cil. Me limit¨¦ a darle al bot¨®n de OK en mi enorme mando y luego me dediqu¨¦ a rebuscar galletas en un paquete mientras aparec¨ªan los t¨ªtulos de cr¨¦dito. Como acto transgresor, fue bastante modesto.
Hab¨ªa visto la pel¨ªcula al menos una docena de veces, pero volvi¨® a cautivarme. Annie Hall es una comedia ingeniosa, como un terso paso de baile de Fred Astaire, un globo lleno de helio que tensa la cuerda que lo sujeta. Es una historia de amor para gente que no cree en el amor: Annie y Alvy se unen, se distancian, vuelven a unirse y se separan definitivamente. Su relaci¨®n no ha tenido sentido en ning¨²n momento y, al mismo tiempo, ha merecido la pena. El estribillo de Annie, ¡°la la la¡±, es el principio que rige la aventura, la colecci¨®n de s¨ªlabas sin sentido que dan feliz expresi¨®n al existencialismo de Allen. ¡°La la la¡± significa ¡°No importa nada¡±. Significa ¡°Vamos a divertirnos mientras nos estrellamos¡±. Significa ¡°Se nos van a romper los corazones, ?a que es una juerga?
Annie Hall es el mejor film c¨®mico del siglo XX ¡ªmejor que La fiera de mi ni?a, mejor incluso que Caddyshack¡ª, porque reconoce el incontenible nihilismo que acecha dentro de toda comedia. Y adem¨¢s, es muy divertido. Ver Annie Hall es sentir por un instante que una pertenece a la humanidad. Sentirse casi asaltada por ese sentimiento de pertenencia, esa conexi¨®n inventada que puede ser m¨¢s bella incluso que el amor. Y eso es lo que llamamos verdadero arte. Por si no lo sab¨ªan.
Yo no siempre me siento conectada con la humanidad. Es un placer poco frecuente. ?Y tengo que renunciar a ¨¦l solo porque Woody Allen se port¨® mal? No me parece justo.
Cuando le mencion¨¦ a mi amiga Sara que estaba escribiendo sobre Woody Allen, me dijo que hab¨ªa visto en su barrio una biblioteca de intercambio que estaba hasta arriba de libros escritos por y sobre ¨¦l. Nos re¨ªmos al imaginar a alg¨²n furioso aficionado, seguramente una mujer, que hab¨ªa decidido que no pod¨ªa soportar seguir teniendo esos libros en su casa y los hab¨ªa llevado todos a la biblioteca.
Y entonces Sara dijo en tono nost¨¢lgico: ¡°Yo no s¨¦ d¨®nde poner todo lo que siento sobre Woody Allen¡±. Exacto.
Tambi¨¦n le cont¨¦ que estaba escribiendo sobre Allen a otra amiga muy inteligente. ¡°?Yo tengo muchas opiniones sobre Woody Allen!¡±, exclam¨® entusiasmada. Est¨¢bamos bebiendo una copa de vino en el porche de su casa y la luz de la tarde le iluminaba el rostro. ¡°?Estoy furiosa con ¨¦l! Ya estaba cabreada con ¨¦l por lo de Soon-Yi, y entonces lleg¨® lo de ?c¨®mo se llama? ?Dylan? Llegaron las acusaciones de Dylan, y la reacci¨®n tan desde?osa que tuvo. Y detesto c¨®mo habla sobre Soon-Yi, siempre diciendo que gracias a ¨¦l tiene una vida m¨¢s plena¡±.
Esto creo que es lo que nos sucede a muchos cuando pensamos en la obra de genios monstruosos: nos decimos que tenemos pensamientos ¨¦ticos cuando, en realidad, lo que tenemos son sentimientos morales. Ponemos palabras alrededor de esos sentimientos y lo llamamos opiniones: ¡°Lo que hizo Woody Allen estuvo muy mal¡±. Y los sentimientos nacen de un lugar m¨¢s elemental que los pensamientos. El hecho era que me sent¨ªa disgustada por la historia de Woody y Soon-Yi. No estaba pensando; estaba sintiendo. Me sent¨ªa personalmente ofendida.
?Si quieren emociones complicadas, vean Manhattan.
Como muchas personas ¡ª?muchas qu¨¦? ?Muchas mujeres? ?Muchas madres? ?Muchas que fueron ni?as? ?Muchas personas con sentimientos morales?¡ª he pasado a?os sin ser capaz de ver Manhattan. Hace unos meses, cuando empec¨¦ a pensar en Woody Allen como monstruo, vi pr¨¢cticamente todas las dem¨¢s pel¨ªculas que ha dirigido antes de afrontar que en alg¨²n momento tendr¨ªa que ver Manhattan.
Y ese d¨ªa lleg¨®. Me sent¨¦ en el bonito sof¨¢ de mi c¨®modo cuarto de estar mientras se celebraba el juicio a Bill Cosby. Era junio de 2017. Mi marido, que tiene un don para el dramatismo discreto, me sugiri¨® que alternara entre el juicio y la pel¨ªcula para construir una especie de metarrelato de la monstruosidad. Pero su austero sentido noreuropeo del espect¨¢culo no sirvi¨® de nada, porque no retransmitieron el juicio de Cosby. Aun as¨ª, estaba celebr¨¢ndose.
El ambiente, ese verano, era de enorme malestar. Cund¨ªa un sentimiento general de que algo no estaba bien. Las gentes, y al decir gentes me refiero a las mujeres, estaban agitadas e insatisfechas. Se encontraban en la calle, se miraban, negaban con la cabeza y se alejaban en silencio. Las mujeres estaban hartas. Organizaron una manifestaci¨®n gigantesca del hartazgo. Empezaron a comunicarse por Facebook y Twitter, a hacer largas marchas indignadas, a dar dinero a organizaciones de derechos civiles, a preguntarse por qu¨¦ sus parejas y sus hijos no fregaban m¨¢s los platos. Empezaron a darse cuenta de que el paradigma de los platos era odioso. Empezaron a radicalizarse, pese a que no ten¨ªan tiempo de ser radicales. Arlie Hochschild public¨® The Second Shift (La doble jornada) en 1989, y en 2017 las mujeres empezaron a descubrir que esa mierda era m¨¢s verdad que nunca. Un par de meses despu¨¦s surgieron las acusaciones contra Harvey Weinstein y, con ellas, el desbordamiento de la campa?a de #MeToo.
Como escrib¨ª cuando era adolescente en mi diario: ¡°En estos momentos no tengo una gran opini¨®n de los hombres¡±. En el verano de 2017 segu¨ªa sin tenerla, y otras muchas mujeres tampoco la ten¨ªan. Muchos hombres tampoco se sent¨ªan muy bien sobre otros hombres. Incluso los patriarcas estaban hartos del patriarcado.
A pesar de toda esta bola masticada de opiniones, sentimientos y rabia, ten¨ªa la determinaci¨®n de al menos intentar acercarme a Manhattan con la mente abierta. Despu¨¦s de todo, mucha gente piensa que es la obra maestra de Allen, y yo estaba dispuesta a dejarme conquistar. Y me conquist¨® con los t¨ªtulos de cr¨¦dito, en blanco y negro; con los saltos temporales editados a la perfecci¨®n, casi c¨®micamente, para coincidir con los acordes triunfales de Rhapsody in Blue. Momentos despu¨¦s, cortamos a un plano de Isaac (el personaje de Allen), de cena con sus amigos Yale (?Yale? ?De verdad? ?Est¨¢s de co?a?) y su mujer, Emily. Est¨¢ tambi¨¦n la acompa?ante de Allen, una estudiante de 17 a?os llamada Tracy, a la que interpreta Mariel Hemingway.
Lo asombroso de esta escena es su despreocupaci¨®n. Claro, ¨¦l sabe que la relaci¨®n no va a durar, pero las implicaciones morales que esto tiene parece que solo le perturban ligeramente. A Allen le fascinan la sombras morales, salvo en este tema concreto, el de los hombres de mediana edad que se acuestan con adolescentes. Frente a este asunto en particular, uno de los grandes observadores de la ¨¦tica contempor¨¢nea -alguien cuyas obras de madurez son casi dignas de Flaubert- se vuelve de repente idiota.
¡°En el instituto, hasta las chicas m¨¢s feas son guapas¡±. Esta frase me la dijo una vez un profesor.
El rostro de Tracy, que es el de Mariel, est¨¢ hecho de planos abiertos que recuerdan a los pioneros, los campos de trigo y el sol (es una chica de Idaho, al fin y al cabo). Para Allen, Tracy tiene una bondad y una pureza que las mujeres adultas de la pel¨ªcula no pueden tener jam¨¢s. Tracy es sabia, tal como la ha escrito Allen, pero, a diferencia de los adultos, est¨¢ milagrosamente libre de cualquier neurosis.
Heidegger utilizaba los conceptos de Dasein y Vorhandensein. Dasein significa la presencia consciente, una entidad consciente de su mortalidad; por ejemplo, los personajes de todas las pel¨ªculas de Woody Allen salvo Tracy. Vorhandensein , por el contrario, es un ser que existe en s¨ª mismo, simplemente es, como un objeto o un animal. O Tracy. La joven es gloriosa sin necesidad de hacer nada: inerte, como un objeto, Vorhandensein . Como las grandes estrellas del cine cl¨¢sico, es un rostro, e Isaac lo deja claro en su letan¨ªa de motivos para vivir: ¡°Groucho Marx y Willie Mays, las incre¨ªbles peras y manzanas de C¨¦zanne, los cangrejos de Sam Wo¡¯s y, ah, s¨ª, el rostro de Tracy¡±. (Al ver la pel¨ªcula por primera vez desde hac¨ªa d¨¦cadas, me sorprendi¨® lo mucho que la lista de Isaac se parece a una nota de Facebook).
Allen/Isaac puede acercarse m¨¢s a ese mundo ideal, un mundo que ha olvidado su conocimiento de la muerte, acost¨¢ndose con Tracy. Como es Woody Allen ¡ªun gran cineasta¡ª, deja hablar a Tracy, y ella no es ninguna tonta. ¡°Tus preocupaciones son mis preocupaciones¡±, dice. ¡°Tenemos un sexo estupendo¡±. A Isaac le resulta muy conveniente: consigue absorber su sencillez encerrada en un cuerpo tan hermoso y queda absuelto de culpa. Las mujeres de la pel¨ªcula no tienen esa suerte.
Las mujeres adultas de Manhattan son fr¨¢giles y demasiado conscientes de la muerte; lo saben todo. Una mujer que piensa est¨¢ atrapada, alejada del cuerpo, de la belleza, de la propia vida.
En mi opini¨®n, el momento m¨¢s significativo de la pel¨ªcula es una frase que dice una mujer muy elegante en tono quejumbroso durante un c¨®ctel: ¡°Por fin he tenido un orgasmo y mi m¨¦dico me ha dicho que era de los malos¡±. La (divertida) respuesta de Isaac: ¡°?Que era de los malos? Nunca he tenido uno de los malos, jam¨¢s. El peor m¨ªo dio en la diana¡±.
Todas las mujeres que ven la pel¨ªcula saben que el est¨²pido es el m¨¦dico, no la mujer. Pero Woody/Isaac no lo ve as¨ª.
Si una mujer es capaz de pensar, no puede tener un orgasmo; si puede tener un orgasmo, no es capaz de pensar.
Igual que Manhattan no examina nunca de verdad o por completo las complejidades de que un vejestorio se acueste con una adolescente, el propio Allen ¡ªun individuo extremadamente elocuente¡ª se vuelve extra?amente incoherente cuando habla de Soon-Yi. En una entrevista que le hizo en 1992 Walter Isaacson, para la revista Time, Allen solt¨® una frase que se hizo famosa por el fatuo desprecio de sus fallos morales: ¡°El coraz¨®n quiere lo que quiere¡±.
Fue una de esas respuestas que nunca olvidas una vez que la has o¨ªdo. Todos la memorizamos de inmediato, nos gustase o no. Su atroz desd¨¦n por todo lo que no sea ¨¦l mismo, su orgullosa irracionalidad. Y Allen continuaba: ¡°Estas cosas no siguen ninguna l¨®gica. Conoces a alguien, te enamoras y a est¨¢¡±.
Rumi¨¦ aquello como una perra.
Me cost¨® terminar de ver Manhattan -tard¨¦ un par de sesiones-. Mencion¨¦ en las redes sociales esa dificultad para ver Manhattan en ese momento Trump (confiaba fervientemente en que fuera un momento). ¡°?Manhattan es una obra maestra! ?He terminado contigo, Claire!¡±, respondi¨® un escritor a quien no conozco personalmente. Este escritor hab¨ªa soportado varios pronunciamientos m¨ªos de lo m¨¢s escandalosos, incluidos algunos sobre mi deseo de ejecutar y trocear a la mitad masculina de la humanidad, al estilo de Valerie Solanas. Sin embargo, cuando confes¨¦ que me sent¨ªa inc¨®moda viendo Manhattan ¡ªcreo que dije que la pel¨ªcula me hab¨ªa dado ¡°un poco de n¨¢useas¡±¡ª, sali¨® furioso a decirme que me borraba y no pensaba dialogar conmigo nunca m¨¢s.
Hab¨ªa fallado en lo que ¨¦l consideraba que era mi deber: en la capacidad de superar mi moralina y mis tonter¨ªas -mis emociones - y hacer el trabajo de apreciaci¨®n del genio. ?Pero qui¨¦n se mostr¨® m¨¢s emocional en esta situaci¨®n? Fue ¨¦l quien sali¨® furioso de la habitaci¨®n virtual. En los meses sucesivos repet¨ª esta conversaci¨®n con muchos hombres, listos y tontos: ¡°?Tienes que juzgar Manhattan por su est¨¦tica!¡±, dec¨ªan todos.
Otro escritor y yo lo discutimos una noche mientras cen¨¢bamos. Fue como una obra de teatro:
Escritora: ¡°Mmm, no se sostiene¡±.
Escritor, con brusquedad: ¡°?A qu¨¦ te refieres?¡±
Ella: ¡°Bueno, parece todo un poco displicente. A Isaac no le preocupa que ella est¨¦ en el instituto¡±.
?l: ¡°No, no, no, le preocupa much¨ªsimo¡±.
Ella: ¡°Hace bromas al respecto, pero no le preocupa tanto¡±.
?l: ¡°Est¨¢s pensando en Soon-Yi est¨¢s dejando que eso te influya a la hora de ver la pel¨ªcula. Cre¨ªa que eras m¨¢s seria¡±.
Ella: ¡°Me parece siniestra por m¨¦ritos propios, aunque no supiera nada de Soon-Yi¡±.
?l: Tienes que olvidarte. Tienes que juzgarla solo por sus valores est¨¦ticos¡±.
Ella: ¡°?Y qu¨¦ le da esa calidad est¨¦tica, objetivamente?¡±
El escritor dice algo sobre ¡°equilibrio y elegancia¡± que suena muy inteligente.
Me gustar¨ªa que la escritora hubiera sido capaz de dar la puntilla, pero no fue as¨ª. No estaba segura de s¨ª misma.
?Qui¨¦n es m¨¢s clarividente? ?Aquel que tiene la capacidad ¡ªalgunos dir¨ªan el privilegio¡ª de que no le preocuparan las actitudes del cineasta respecto a las mujeres ni sus antecedentes con jovencitas? ?Aquel que puede contemplar el arte caer en las falacias biogr¨¢ficas? ?O quien no puede evitar ver las antipat¨ªas y los impulsos que parecen dar vida al proyecto? Lo pregunto sinceramente.
?Estaban siendo esos espectadores orgullosos de su objetividad tan objetivos como piensan?La genialidad habitual de Woody Allen es su capacidad para autoinculparse, y aqu¨ª est¨¢ una pel¨ªcula en la que esa capacidad falla y en la que tambi¨¦n se acuesta con una adolescente; ?y esa es la pel¨ªcula que es calificada de obra maestra? ?Qu¨¦ es exactamente lo que defienden estos tipos? ?Es la pel¨ªcula? ?O es otra cosa?
Creo que Manhattan , y su historia pro-chica anti-mujer, ser¨ªa inquietante incluso aunque nunca hubiera aterrizado el hurac¨¢n Soon-Yi, pero no lo podemos saber, y ah¨ª est¨¢ la clave del asunto. La pel¨ªcula de Louis C. K. I Love You, Daddy -el relato de un padre que trata de evitar que su hija adolescente se l¨ªe con un hombre mayor- va a tener una suerte similar. Ser¨¢ imposible verla como algo ajeno al mal comportamiento sexual de Louis C. K., si es que alguna vez llega a verse. Por el momento, se ha parado la distribuci¨®n y no se va a estrenar.
Una gran obra de arte nos provoca sentimientos. Y, sin embargo, cuando digo que Manhattan me provoca n¨¢useas, un hombre me responde: ¡°No, ese sentimiento no. Est¨¢s teniendo el sentimiento equivocado¡±. Y habla con autoridad: ¡°Manhattan es una obra maestra¡±. ?Pero qui¨¦n lo dice? La voz autorizada dice que la obra no debe verse afectada por la vida. Que la biograf¨ªa es una falacia. Que la obra existe en un mundo ideal (ahist¨®rico, alpino, nevado, puro). La voz autorizada desprecia el sentimiento natural que provoca conocer la biograf¨ªa de un sujeto. Reacciona con brusquedad ante cosas as¨ª. Dice que es capaz de apreciar la obra sin tener en cuenta la biograf¨ªa ni la historia. La voz autorizada se coloca del lado del creador (masculino) y en contra del p¨²blico.
Yo no soy ahist¨®rica, ni inmune a la biograf¨ªa. Eso queda para los vencedores de la historia (los hombres) (hasta ahora).
La cosa es que no digo que yo tenga raz¨®n. Pero soy el p¨²blico. Y lo ¨²nico que hago es ser consciente de la realidad de esta situaci¨®n: la pel¨ªcula Manhattan se ve de otra manera por lo que sabemos sobre Soon-Yi, pero adem¨¢s es ligeramente repugnante por s¨ª misma y, al mismo tiempo, tiene un mont¨®n de cosas que son maravillosas. Y todo eso puede ser verdad al mismo tiempo. Que los hombres te digan simplemente que la historia de Allen no cuenta no logra el objetivo de que deje de importar.
?Y qu¨¦ hago con el monstruo? ?Tengo alguna responsabilidad? ?Debo apartarme, o superar mi desagrado biogr¨¢fico y en su lugar ver, leer, escuchar?
?Y por qu¨¦ nos pone tan furiosos - me pone tan furiosa- el monstruo?
El p¨²blico quiere algo que ver, leer o escuchar. Eso es lo que lo convierte en p¨²blico. En este momento hist¨®rico concreto en el que estamos abrumados por las amargas revelaciones, el p¨²blico se indigna de nuevo con la aparici¨®n de nuevos monstruos cada d¨ªa, una y otra vez. El p¨²blico palpita con el drama de las denuncias contra los monstruos. Se da media vuelta y jura que nunca m¨¢s ver¨¢ una pel¨ªcula de Kevin Spacey.
Quiz¨¢ los sentimientos del p¨²blico son puros, justos y sinceros. Pero tambi¨¦n puede estar pasando otra cosa.
Cuando tienes un sentimiento moral, est¨¢s satisfecho contigo mismo. Colocas tus emociones en un lecho de lenguaje ¨¦tico y te admiras por hacerlo. Nos regimos por las emociones, unas emociones que rodeamos de lenguaje. La transmisi¨®n de nuestros sentimientos virtuosos nos parece muy importante y extra?amente apasionante.
Recordatorio: no hay que decir ¡°t¨²¡±, ni ¡°nosotros¡±, no hay que hablar de ¡°alguien¡±, soy ¡°yo¡± Hay que reconocer las cosas. Yo soy el p¨²blico. Y me doy cuenta de que dentro de m¨ª acecha algo completamente inaceptable. Incluso en medio de mis arrebatos de justa indignaci¨®n por Woody y Soon-Yi, s¨¦ que, en cierto sentido, yo no soy una ciudadana completamente noble. Me llevo bien con mis hijos y cuido a mis amigos; tengo una casa acogedora, escucho a mi marido y soy razonablemente buena con mis padres. En lo que hago y pienso a diario, soy un ser humano m¨¢s o menos decente. Pero tambi¨¦n soy algo m¨¢s, algo que se parece vagamente a un monstruo. Los victorianos comprend¨ªan ese sentimiento; por eso nos dieron las tremendas dicotom¨ªas de Dorian Gray, de Jekyll y Hyde. Supongo que esa es la condici¨®n humana, esa leve sospecha de nuestra propia maldad. Es lo que subyace en nuestra fascinaci¨®n con las personas que hacen cosas terribles. Algo en nosotros -en m¨ª- vibra con ese horror, lo reconoce, se espanta al reconocerlo y luego se entusiasma con el espect¨¢culo de denunciar p¨²blicamente al monstruo en cuesti¨®n.
El teatro psicol¨®gico de la condena p¨²blica de los monstruos puede considerarse una especie de complejo enga?o: No me miren a m¨ª, no hay nada que ver. Yo no soy ning¨²n monstruo. En cambio, f¨ªjense en ese tipo de ah¨ª fuera.
?Soy un monstruo? Nunca he matado a nadie. ?Soy un monstruo? Nunca he preconizado el fascismo. ?Soy un monstruo? Yo no he cometido abusos sexuales contra un ni?o. ?Soy un monstruo? A m¨ª no me han acusado docenas de mujeres de drogarlas y violarlas. ?Soy un monstruo? No pego a mis hijos (todav¨ªa). ?Soy un monstruo? No soy antisemita. ?Soy un monstruo? Nunca he presidido una secta sexual que capture a mujeres j¨®venes en una mansi¨®n dorada de Atlanta. ?Soy un monstruo? Yo no he violado analmente a un chico de 13 a?os.
Con todas las cosas horribles que no he hecho, a lo mejor no soy un monstruo.
Pero hay una cosa que s¨ª he hecho: escribir un libro. Y escribir otro libro m¨¢s. Ensayos, art¨ªculos y rese?as. O quiz¨¢ eso me convierte en monstruo, pero en un sentido muy espec¨ªfico.
El cr¨ªtico Walter Benjamin hablaba de ¡°la barbarie que est¨¢ en la base de toda gran obra de arte¡±. Mis obras no son precisamente grandes, pero me pregunto: ?quiz¨¢ en la base de toda peque?a obra de arte hay un poco de barbarie? ?Una pizca?
Para ser escritor o artista, una persona debe poseer muchas cualidades. Talento, inteligencia, tenacidad. No viene mal contar con padres ricos. Es decididamente conveniente. Pero el ingrediente m¨¢s necesario es el ego¨ªsmo. Un libro est¨¢ hecho de peque?os ego¨ªsmos. El ego¨ªsmo de cerrar la puerta a la familia. El ego¨ªsmo de ignorar el cochecito que aguarda en el pasillo. El ego¨ªsmo de olvidarse del mundo real para crear otro distinto. El ego¨ªsmo de robar historias a personas de carne y hueso. El ego¨ªsmo de reservar lo mejor de uno mismo para ese amante an¨®nimo y sin rostro, el lector. El ego¨ªsmo de decir lo que uno tiene que decir.
Me pregunto si soy suficientemente monstruosa. Soy consciente de mis fallos como escritora ¡ªconozco la lista al detalle, y lo peor son los fallos que s¨¦ que no conozco¡ª, pero una peque?a parte de m¨ª tiene que preguntar: si fuera m¨¢s ego¨ªsta, ?ser¨ªa mejor mi trabajo? ?Deber¨ªa aspirar a ser m¨¢s ego¨ªsta?
Todas las escritoras y madres a las que conozco se han hecho esta pregunta. Ninguna lo dice en voz alta, pero puedo o¨ªr c¨®mo lo piensan; es casi ensordecedor. ?Acaso una identidad corta fatalmente la otra? ?Mi trabajo me hace ser una madre peor? ?Eso es lo que te preguntas todo el tiempo. Pero tambi¨¦n me pregunto: ?La maternidad me hace ser peor escritora? Esta pregunta es un poco m¨¢s inc¨®moda.
Jenny Offill aborda esta idea en un fragmento de su novela Dept. of Speculation, un pasaje muy comentado por las escritoras y artistas que conozco: ¡°Mi plan era no casarme jam¨¢s. En lugar de ello, iba a ser un monstruo del arte. Las mujeres no llegan casi nunca a ser monstruos del arte, porque los monstruos del arte solo se ocupan de ese arte, nunca de las cosas cotidianas. Nabokov ni siquiera cerraba su paraguas. Y Vera le humedec¨ªa los sellos¡±.
Aborrezco chupar los sellos con la lengua. Un monstruo del arte, pens¨¦ cuando le¨ª este fragmento. Eso es lo que quiero ser. Mis amigas pensaron lo mismo. Victoria, que es pintora, se dedic¨® a ir por ah¨ª gritando ¡°monstruo del arte¡± durante varios d¨ªas.
Las escritoras que conozco sue?an con ser m¨¢s monstruosas. Lo dicen medio en broma: "Ojal¨¢ tuviera una esposa¡±. ?Qu¨¦ quiere decir eso? Quiere decir que sue?an con abandonar los cuidados cotidianos para practicar los sacramentos ego¨ªstas que exige el arte.
?Y si no soy suficientemente monstruosa?
En cierto modo, llevo a?os pregunt¨¢ndoselo a un par de amigos escritores a los que considero magn¨ªficos. Les env¨ªo correos llenos de simpat¨ªa pero en los que, en realidad, siempre estoy intentando saber: ?cu¨¢nto tienes de ego¨ªsta? O, para decirlo de otro modo: ?C¨®mo de ego¨ªsta debo ser para ser tan buena artista como t¨²?
Muy ego¨ªsta, seg¨²n he descubierto observando a esos hombres desde lejos. Ego¨ªsta de cerrar la puerta y no hacer caso a tu hijo cuando trabajas. Ego¨ªsta de trabajar todos los d¨ªas, incluidas las fiestas, incluido Navidad. Ego¨ªsta para irte semanas seguidas de gira para promocionar un libro. Ego¨ªsta como para acostarte con otras mujeres en congresos. Tan ego¨ªsta para hacer lo que haga falta.
Una noche reciente, me encontraba en el ca¨®tico sal¨®n lleno de libros de una joven escritora y su marido, tambi¨¦n escritor. Sus hijos estaban ya en la cama, en el piso de arriba; de vez en cuando se o¨ªa alg¨²n llanto.
Mi amiga estaba en su salsa: los tres hijos estaban en el colegio y su marido ten¨ªa un trabajo a tiempo completo mientras ella trataba de labrarse una carrera con colaboraciones y escribiendo libros. Una nube de intensa ambici¨®n literaria cubr¨ªa la casa, como un microclima tormentoso. Era un d¨ªa laborable; todos deber¨ªamos habernos ido ya a la cama, pero all¨ª est¨¢bamos, bebiendo vino y hablando de trabajo. El marido me pareci¨® encantador, lo que quiere decir que se re¨ªa con todos mis chistes. Estaba muy tenso y alerta, quiz¨¢ porque, como escritor, no estaba teniendo demasiado ¨¦xito. La mujer, en cambio, s¨ª lo ten¨ªa, y mucho.
Ella mencion¨® un relato breve que acababa de escribir y publicar.
¡°Ah, ?te refieres a la ¨²ltima excusa para abandonarnos a los ni?os y a m¨ª?¡±, pregunt¨® el inteligente y encantador marido.
La mujer se hab¨ªa convertido en un monstruo capaz de terminar su obra. El marido, no.
Esa es la monstruosidad femenina: abandonar a los hijos. Siempre. El monstruo femenino es Doris Lessing dejando a sus hijos para entregarse a una vida literaria a Londres. El monstruo femenino es Sylvia Plath, que, por si fuera poco su suicidio, antes se molest¨® en sellar la habitaci¨®n de los ni?os. Y de dejarles pan y leche preparados, todo un poema en s¨ª. So?aba con devorar hombres como el aire, pero era monstruosa porque dej¨® a sus hijos sin madre.
Una mujer escritora no necesariamente se suicida ni abandona a sus hijos. Pero siempre abandona algo, una parte sol¨ªcita de s¨ª misma. Cuando acaba un libro, el suelo est¨¢ lleno de peque?as cosas rotas: citas canceladas, promesas incumplidas, compromisos deshechos. Y otros olvidos y fallos m¨¢s importantes: los deberes de los hijos sin haber sido repasados, las llamadas no hechas a los padres, el sexo conyugal olvidado. Todas esas cosas tienen que romperse para que se escriba el libro.
Desde luego, poseo la monstruosidad corriente de una persona normal, las profundidades insondables, el Hyde reprimido. Pero tambi¨¦n tengo otra monstruosidad m¨¢s visible y cuantificable, la de la artista que termina su trabajo. Los artistas que terminan sus obras siempre son monstruos. Woody Allen no solo intenta rodar una pel¨ªcula al a?o; intenta estrenar una pel¨ªcula al a?o.
En mi caso, la monstruosidad de terminar mi trabajo siempre se ha parecido mucho a la soledad: apartarme de la familia, encerrarme en una caba?a prestada o en una habitaci¨®n de motel. Si no puedo alejarme f¨ªsicamente, me encierro en mi despacho helador, envuelta en bufandas y mitones, con un gorro de piel en la cabeza, aislada del mundo, intentando acabar.
Porque acabar es lo que hace al artista. El artista debe ser suficientemente monstruoso como para no solo empezar la obra sino terminarla. Y cometer todas las barbaridades que salpican el camino entre el principio y el final.
Mi amiga y yo no hab¨ªamos hecho nada m¨¢s que contar con que alguien se ocupar¨ªa de nuestros hijos mientras termin¨¢bamos nuestra obra. No es algo tan malo como la violaci¨®n ni como, por ejemplo, obligar a alguien a que mire mientras te masturbas junto a una planta. Puede dar la impresi¨®n de que estoy mezclando dos cosas ¡ªlos hombres depredadores y las mujeres artistas¡ª y que resulta preocupante. Es posible. Porque, cuando las mujeres hacemos lo que hay que hacer para escribir o crear arte, a veces, nos sentimos monstruosas. Y otros se apresuran a calificarnos como tales.
La pareja de Hemingway, la escritora Martha Gellhorn, no pensaba que el artista tuviera que ser un monstruo; pensaba que el monstruo necesitaba convertirse en artista. ¡°Un hombre debe ser un genio inmenso para compensar el hecho de ser una persona tan abominable¡± (supongo que sab¨ªa de lo que hablaba). Lo que dice es que alguien que es verdaderamente horrible se siente arrastrado a ser un genio para compensar al mundo por todas las cosas espantosas que le va a hacer. En cierto modo, es una revisi¨®n feminista de toda la historia del arte; una historia que ella, con una sola frase ¨¢cida y brillante, convierte en un alegor¨ªa moral de compensaci¨®n.
En cualquier caso, quedan preguntas por responder: ?Qu¨¦ hacemos con los monstruos? ?Podemos y debemos amar sus obras? ?Todos los artistas ambiciosos son monstruos? Y en voz muy baja: ?Soy un monstruo?
Claire Dederer es la autora de las memorias Love and Trouble. Est¨¢ escribiendo un libro sobre la relaci¨®n entre el mal comportamiento y el arte de calidad. Este art¨ªculo fue publicado en ingl¨¦s por The Paris Review Daily.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia
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