Traidora Atwood
La escritora canadiense no ha defendido el abuso, sino la presunci¨®n de inocencia
Que una escritora que podr¨ªa gozar de un momento dulce como Margaret Atwood salte a la arena y contradiga a algunas de sus fervientes admiradoras tiene mucho m¨¦rito. No s¨¦ si tiene raz¨®n, en estos tiempos nos faltan datos y matices, pero hay que reconocerle arrojo y honestidad. Atwood, la idolatrada autora de El cuento de la criada, trataba de explicar esta semana en un art¨ªculo del peri¨®dico canadiense The Globe and Mail, titulado Am I a Bad Feminist?, por qu¨¦ hab¨ªa sido para ella una cuesti¨®n de principios firmar la carta p¨²blica en la que se reclamaba a la Universidad de British Columbia una investigaci¨®n justa en relaci¨®n a las acusaciones de abuso sexual que hab¨ªan desembocado en la expulsi¨®n del escritor Steven Galloway, hasta el momento director del prestigioso m¨¢ster de escritura creativa de dicho centro. Nuestro peri¨®dico glos¨® la columna de Atwood, pero yo recomendar¨ªa leerla entera, porque el asunto tiene tantos flecos que es casi imposible extraer una frase de un texto que cobra sentido si se lee de principio a fin.
En realidad, el art¨ªculo de la canadiense es una pieza m¨¢s de una larga historia que da para una serie de misterio en la que solo hasta la tercera temporada se sabe si el acusado es culpable. El primer hecho asombroso fue que tanto el presunto autor del abuso como las v¨ªctimas firmaron un acuerdo de confidencialidad con la direcci¨®n universitaria y todo se ha movido desde entonces en un inquietante clima de secretismo. Tras meses de investigaci¨®n, un juez afirm¨® no haber visto indicios de abuso sexual. Esta sentencia enfureci¨® a¨²n m¨¢s a gente que se revolvi¨® entonces contra aquellos firmantes que hab¨ªan reclamado transparencia. Atwood dejaba claro que los escritores ni tan siquiera defend¨ªan la inocencia del acusado, sino la presunci¨®n de inocencia a la que cualquiera tiene derecho. La novelista pon¨ªa en duda esa inclinaci¨®n popular de infausto recuerdo por la cual basta con ser acusado para convertirse en culpable. En este caso, la universidad se puso de lado de los que exig¨ªan la expulsi¨®n inmediata del docente aunque m¨¢s tarde emitiera un t¨ªmido comunicado solidario.
Como resultado de tan embarullado asunto y de la torpeza de la instituci¨®n tardar¨¢ en saberse c¨®mo actu¨® el se?or Galloway con dos de sus alumnas. Porque en los muchos reportajes que ha dedicado al asunto la prensa estadounidense hay desde testigos que lo describen como un tipo arrogante y chulesco a otros en los que se perfila como una persona colaboradora y servicial. La controversia ha provocado tal convulsi¨®n en el mundo cultural canadiense que algunos de los primeros firmantes de aquella carta que exig¨ªa transparencia se han rendido y han retirado sus nombres, por miedo a ser tachados de c¨®mplices del abuso; Atwood, como feminista, acusada de traidora a la causa. Ella se expresaba en estos t¨¦rminos: ¡°Cuando la ideolog¨ªa se convierte en religi¨®n, cualquiera que no imita las actitudes extremistas es visto como un ap¨®stata, un hereje o un traidor¡ Los escritores de ficci¨®n son particularmente sospechosos porque escriben de seres humanos y las personas somos moralmente ambiguas. El objetivo de la ideolog¨ªa es eliminar la ambig¨¹edad¡±.
No se puede decir que la escritora, de 78 a?os, viva fuera del mundo, porque cuando al d¨ªa siguiente tuvo lugar la esperable respuesta airada de algunos lectores, respondi¨® en m¨¢s de 30 ocasiones con un aplomo pedag¨®gico envidiable. No defend¨ªa el abuso, repet¨ªa una y otra vez, sino la presunci¨®n de inocencia.
Esta historia que a¨²n no ha tocado a su fin trajo a mi mente de nuevo, c¨®mo no, El cuento de la criada. Como saben, est¨¢ escrita en 1985 y tal y como ha explicado Atwood, en la creaci¨®n de tan asfixiante universo confluyeron factores muy diversos: sus visitas a pa¨ªses comunistas del este de Europa, las noticias sobre la ca¨ªda de la calidad del semen en Occidente y la radical oposici¨®n al porno de algunas corrientes feministas norteamericanas. Adem¨¢s del antiecologismo de la era Reagan.
Todo intervino en su creaci¨®n, aunque por el especial momento que vivimos es l¨®gico que haya im¨¢genes que ahora nos parezcan inspiradas por el terror isl¨¢mico, la era Trump, o que lo veamos como un alegato contra la gestaci¨®n subrogada. Creo que la propia autora ha debido de sorprenderse al observar c¨®mo las lectoras j¨®venes han actualizado la lectura de su texto hasta convertirlo m¨¢s que en una distop¨ªa, como suele definirse, en una certificaci¨®n del presente. En mi opini¨®n, no solo formada por la novela, sino por las palabras con las que la autora la prologa tantos a?os despu¨¦s, Atwood nos est¨¢ hablando del totalitarismo, del silencio irrespirable que impone, de c¨®mo la exigencia de la pureza acaba transform¨¢ndose en terror, de c¨®mo el miedo a ser se?alado como pecador nos conduce a una delaci¨®n que de momento nos salva y nos acoge en el bando de los elegidos. Prohibidos quedan el amor, el sexo y la sensualidad, que nada tienen que ver con el abuso de poder y el sometimiento. De eso hablaba Atwood y de no lanzar irreflexivamente contra la cabeza de un acusado la primera piedra.
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