Del arado a Google: ganadores y perdedores de cada avance tecnol¨®gico
Un ensayo repasa la influencia de grandes cambios de la historia
La soprano Elizabeth Billington era en la Inglaterra del siglo XIX el equivalente a Beyonc¨¦ hoy, es decir, la cotizad¨ªsima estrella que se disputan las salas de conciertos. Billington, por la que pujaron tanto las dos principales ¨®peras de Londres que acab¨® firmando con ambas, ganaba un dineral para la ¨¦poca, pero apenas un 1%, calculado en su valor actual, de lo que se embolsa hoy Elton John. Al fin y al cabo, su audiencia se limitaba al aforo del recinto. Muchos cantantes del mont¨®n viv¨ªan entonces de los recitales, porque Billington ni ten¨ªa el don de la ubicuidad ni estaba al alcance de todos los bolsillos. En 1879, el inventor estadounidense por excelencia, Thomas Alva Edison, patent¨® el gram¨®fono. Entre pagar por un recital de segunda fila y escuchar una grabaci¨®n de la mejor, muchos lo tuvieron claro. Varios cantantes de menor cach¨¦ perdieron el trabajo.
Lo cuenta el periodista, economista y escritor brit¨¢nico Tim Harford en su ensayo Cincuenta innovaciones que han cambiado el mundo (Conecta) para ilustrar c¨®mo casi cada innovaci¨®n, desde el nacimiento del arado ¨C"el principio de la civilizaci¨®n"¨C hasta el buscador de Google, ha favorecido a unos y relegado a otros. "Al elegir 50 innovaciones de una lista de 200, realmente me di cuenta de que la mayor¨ªa crearon una nueva clase de ganadores y otra de perdedores. A veces de forma m¨¢s obvia, a veces muy sutilmente. Y es casi imposible impedirlo, porque si el invento cambia la econom¨ªa, siempre hay gente que pierde", explica Harford en una entrevista en Madrid.
Uno de los casos m¨¢s famosos de derrotados del progreso son los luditas. A veces retratados como los aguafiestas de la Revoluci¨®n Industrial que destru¨ªan m¨¢quinas para intentar frenar el inexorable curso de la historia, Harford habla de ellos simplemente como artesanos que comprendieron que la tecnolog¨ªa les reemplazar¨ªa. "Sab¨ªan que sus trabajos ser¨ªan destruidos y lo fueron. Ten¨ªan raz¨®n", se?ala Harford, autor del best-seller El economista camuflado.
"?ltimamente, algunos de los perdedores est¨¢n expresando su insatisfacci¨®n en las urnas. Y se ve c¨®mo crece el populismo, en Italia, con el Brexit o en EE. UU.",?subraya. ?Los votantes de Trump son los nuevos luditas? "Los luditas entendieron la amenaza que supon¨ªan las m¨¢quinas, pero lo que hicieron no les ayud¨®. Siento lo mismo sobre Trump o el Brexit: entiendo por qu¨¦ hay gente preocupada, pero creo que se decepcionar¨¢n cuando vean los resultados".
Y el nuevo gran temor, los robots, ?dejar¨¢n un reguero de perdedores? "Deber¨ªan ponernos nerviosos, pero estamos pensando en ellos de la manera equivocada. Pensamos en trabajos, pero los robots no tienden a quitar trabajos, sino tareas. Har¨¢n una peque?a parte del trabajo. Mi preocupaci¨®n es: ?qu¨¦ parte? ?La interesante o la aburrida?. Si nos dejan la parte creativa, genial, pero no siempre es as¨ª. A lo mejor van a hacer diagn¨®sticos de c¨¢ncer, comercio o escribir libros, pero nadie ha conseguido que un robot limpie los ba?os. As¨ª que los humanos seguimos limpiando los ba?os", argumenta.
Cada avance tecnol¨®gico ha venido acompa?ado de una glosa de las mejoras que introducir¨¢ en nuestras vidas y de loas a su descubridor. "Hemos honrado a los inventores desde hace mucho tiempo", recuerda el autor. Thomas Edison era famoso en su ¨¦poca y Leo Baekeland, el descubridor del primer pl¨¢stico sint¨¦tico, la baquelita, fue portada de la revista Time. No hizo falta incluir su nombre en letras grandes porque los lectores sab¨ªan qui¨¦n era. Un siglo m¨¢s tarde, en 2011, el cofundador de Apple Steve Jobs fue despedido de este mundo como un santo laico.
Una de las ideas m¨¢s extendidas sobre los ingenios que triunfan es que lo hacen porque cubren una necesidad. Algunos, sin embargo, prosperaron sobre todo porque eran baratos. "Los inventos muy sofisticados, como el iPhone, Internet o el motor di¨¦sel, fueron como milagros para su ¨¦poca, pero otros, caso de los contenedores de mercanc¨ªas o el alambre de espino, eran muy f¨¢ciles de entender incluso en su ¨¦poca. Fueron muy transformadores porque eran baratos y, por eso, la gente los compr¨®. En econom¨ªa, lo barato es importante, pero cuando se piensa en tecnolog¨ªa a veces se deja de lado lo barato y ve solo lo sofisticado, lo complejo", explica Harford.
La famosa imprenta de Gutenberg, por ejemplo, dif¨ªcilmente habr¨ªa tenido el impacto que tuvo sin la popularizaci¨®n en Europa del papel. Su bajo precio contribuy¨® al nacimiento de los diarios. La demanda de fibras de algod¨®n ¨Ccon las que se elaboraba entonces¨C fue tal que algunas personas recorr¨ªan los campos de batalla despu¨¦s de las guerras para quitarle la ropa a los muertos y venderla.
Innovar, dice Harford, es cada vez m¨¢s dif¨ªcil. Principalmente porque sabemos m¨¢s. "Hace falta m¨¢s esfuerzo, m¨¢s dinero, m¨¢s recursos y m¨¢s organizaci¨®n para lograr un avance cient¨ªfico que hace 40 a?os. Pero no es un desastre, porque somos m¨¢s ricos y tenemos m¨¢s personas con un doctorado. A finales del siglo XIX y principios del XX logramos avances muy importantes: sobre c¨®mo volar, comunicativos, el dominio de la electricidad, procesos qu¨ªmicos... Luego hemos pasado casi cien a?os imaginando c¨®mo usarlos. Solo ¨Crecuerda¨C tenemos uno reciente muy importante: los ordenadores".
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