Fulgor de las im¨¢genes
Todo el mundo puede dibujar dignamente, dice David Hockney. El dibujo es una destreza artesanal que se mejora con buenos maestros
Empez¨® a dibujar m¨¢s bien por casualidad hace unos meses y ahora no puede dejarlo. Empez¨® una tarde de indolencia, por el simple motivo de que encontr¨® a mano un cuaderno y una caja de l¨¢pices. Busc¨® una foto de alguien querido en el m¨®vil. Se puso a tantear el dibujo casi como quien traza l¨ªneas casuales mientras habla por tel¨¦fono. Pero las l¨ªneas, para su sorpresa, iban adquiriendo un parecido evidente, y hasta tuvo la cautela instintiva de no insistir demasiado queriendo mejorar algo que se malograr¨ªa si no paraba a tiempo. Pronto el primer cuaderno, m¨¢s bien una libreta apoyaba inestablemente en las rodillas, se convirti¨® en otro m¨¢s grande, de hojas m¨¢s recias y adecuadas al dibujo; y la primera caja de 12 colores, que hab¨ªa ejercido al principio una seducci¨®n de simplicidad escolar, la cambi¨® por otra m¨¢s grande, no de cart¨®n sino de metal, una caja lisa y magn¨ªfica de 24 colores. El cuaderno era un diario al que le gustaba a?adir cada d¨ªa al menos un dibujo, siempre un retrato, de personas pero tambi¨¦n de animales, un perro, un p¨¢jaro multicolor en una rama, un le¨®n. Se pone a dibujar y se le van las horas. El tiempo desaparece en el ensimismamiento de esa tarea. El dibujo trae un silencio a?adido a la casa. Exige un m¨¢ximo de concentraci¨®n y deparaba la serenidad de cualquier ejercicio de precisi¨®n que se hace con las manos.
En estos pocos meses ha progresado velozmente, a base de puro tanteo, de intuici¨®n, de observar personas y observar dibujos, de descubrir las virtudes particulares de cada tipo de l¨¢piz, las gomas de precisi¨®n, los rotuladores que permiten acentuar dorados y blancos. La pr¨¢ctica del dibujo le educa la mirada para fijarse m¨¢s atentamente en las obras de arte y en las im¨¢genes cotidianas de la vida. Mira una cara y busca los rasgos que definen su individualidad. La contemplaci¨®n es m¨¢s honda porque tiene una parte activa: es como el aficionado que toca aceptablemente un instrumento, y aunque nunca ser¨¢ un virtuoso, ni aspira a serlo, s¨ª adquiere una percepci¨®n interior de las obras. Es la diferencia fundamental que en nuestro mundo palabrero se borra, o se olvida: la diferencia entre hacer y no hacer.
Todo el mundo puede dibujar dignamente, dice David Hockney. El dibujo, en gran medida, es una destreza artesanal que se aprende, y que se mejora con la gu¨ªa de buenos maestros, que es sobre todo una gu¨ªa pr¨¢ctica. En un libro literalmente deslumbrador que acaba de publicar Siruela, Una historia de las im¨¢genes, David Hockney cuenta los a?os de su adolescencia y de su primera juventud que dedic¨® al aprendizaje del dibujo, y explica algo que parece ir en contra de todas las ortodoxias del arte, al menos desde hace un siglo: el arte, el dibujo, las im¨¢genes, la pintura, no son el reino vedado de unos cuantos genios y de los expertos que los certifican y los canonizan, y que aseguran la exclusividad de su acceso, como cualquier casta de poder con adornos religiosos, usando un lenguaje herm¨¦tico que solo entienden ellos, y envolvi¨¦ndose en rituales y hasta en formas de vestir que les permiten al mismo tiempo reconocerse entre s¨ª y detecta a los advenedizos. En cada arte hay talentos excepcionales y otros medianos o aceptables o mediocres, pero todos necesitan por igual el estudio y el dominio de las t¨¦cnicas que se correspondan mejor con sus inclinaciones, y todos pueden disfrutar del placer de la creaci¨®n y del desarrollo particular de sus capacidades. David Hockney estar¨ªa de acuerdo con Jean Dubuffet cuando dice que el arte es tan necesario como el pan para los seres humanos. Sin el pan, dice Dubuffet, se mueren de hambre; sin el arte, se mueren de tedio.
Todo el mundo puede dibujar dignamente, dice David Hockney. El dibujo es una destreza artesanal que se mejora con buenos maestros
Pero el arte no es solo lo que acad¨¦micamente se llama as¨ª. El t¨ªtulo del libro de Hockney ¡ªque tiene la forma de una conversaci¨®n apasionada y erudita con el historiador Martin Gayford¡ª no es Una historia del arte, sino Una historia de las im¨¢genes, por motivos muy precisos. Hay obras de arte abstractas y decorativas en las que no existen im¨¢genes. Y el mundo de las im¨¢genes, de todas las im¨¢genes, abarca mucho m¨¢s que aquellas que reciben la aprobaci¨®n can¨®nica como obras de arte. Para un aficionado verdadero a ellas, casi no hay im¨¢genes que no le resulten seductoras. Hockney y Gayford se dedican jubilosamente a celebrarlas todas, lo mismo un fotograma de El halc¨®n malt¨¦s o del Pinocho de Walt Disney que un icono bizantino, un dibujo hecho en ipad, una foto tomada con tel¨¦fono m¨®vil, un daguerrotipo espectral de 1840, un toro al galope en una cueva prehist¨®rica, un rollo chino con un paisaje y una comitiva que se despliegan a lo largo de decenas de metros, una foto de promoci¨®n de Marlene Dietrich, un dibujo de Rembrandt hecho en un trozo de papel de apenas unos cent¨ªmetros.
El historiador del arte ve inevitablemente los periodos y los estilos en una sucesi¨®n evolutiva. Atestiguando que un pintor de Chauvet o de Altamira no es menos diestro que Miguel ?ngel o Degas, y que cualquiera que aspira a lograr una imagen se enfrenta a un problema id¨¦ntico ¡ª?c¨®mo representar en una superficie en dos dimensiones la tridimensionalidad del mundo¡ª, David Hockney y Martin Gayford prefieren mirar el universo de las im¨¢genes como un gran presente simult¨¢neo. Es la simultaneidad que nos permiten la tecnolog¨ªa y nuestra propia codicia de disfrutar juntas todas las im¨¢genes y encontrar las conexiones que las iluminan entre s¨ª a pesar de distancias de siglos. Una Magdalena de Tiziano y la Ingrid Bergman de Casablanca tienen el mismo brillo velado de exaltaci¨®n y p¨¦rdida. Las olas de la orilla a la que la ballena arroja a Pinocho y Gepetto en la pel¨ªcula de Walt Disney se parecen a las de un grabado japon¨¦s del siglo XVIII. El reflejo de luz en una armadura pintado por Caravaggio y el de un sombrero de copa en un cuadro de Fantin-Latour est¨¢n resueltos con la misma soluci¨®n t¨¦cnica.
Se inclina de nuevo sobre una hoja ancha y recia de papel y sujeta el l¨¢piz entre los dedos con una soltura que no ten¨ªa hace solo tres, dos meses. Traza una l¨ªnea sinuosa y empieza a suceder el milagro que se repite exacto desde hace milenios, decenas de millares de a?os: basta el trazo para sugerir una figura, un gesto, algo m¨¢s misterioso todav¨ªa, pues no solo es visible: una presencia.
¡®Una historia de las im¨¢genes¡¯. David Hockney y Martin Gayford. Traducci¨®n de Julio Hermoso. Siruela, 2018. 360 p¨¢ginas. 48 euros.
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