Despedidas
La soprano Diana Damrau y el pianista Helmut Deutsch llevan obras Hugo Wolf y Richard Strauss al Teatro de la Zarzuela
Hugo Wolf y Richard Strauss se solapan como los principales exponentes de la composici¨®n de Lieder en las dos ¨²ltimas d¨¦cadas del siglo XIX. No sabemos si el primero lleg¨® a conocer algunas de las colecciones de canciones juveniles del segundo: las fechas de publicaci¨®n podr¨ªan haberle permitido tambi¨¦n escribir sobre ellas en su condici¨®n de cr¨ªtico, una tarea que ejerci¨® durante algo m¨¢s de tres a?os en Viena, pero nunca lo hizo. Cuesta imaginar, por otro lado, a dos compositores m¨¢s diferentes, ya pensemos en su apariencia f¨ªsica (espigado el alem¨¢n, muy menudo el austr¨ªaco), los g¨¦neros cultivados (polifac¨¦tico uno, casi monotem¨¢tico otro), su trayectoria (siete largas d¨¦cadas de actividad ininterrumpida del incombustible Strauss frente a poco m¨¢s de una, y surcada de largos silencios, del fr¨¢gil e inseguro Wolf) o sus h¨¢bitos como creadores (con horarios fijos, casi oficinescos, el autor de Elektra y a puro e imprevisible golpe de inspiraci¨®n, en cualquier momento del d¨ªa o de la noche, en el caso de su colega). Pero juntos, en un programa de concierto, la suya es una convivencia natural.
Obras de Hugo Wolf y Richard Strauss. Diana Damrau (soprano) y Helmut Deutsch (piano). Teatro de la Zarzuela, 5 de marzo.
Wolf no lleg¨® a o¨ªr nunca una interpretaci¨®n completa de su Cancionero italiano, que Diana Damrau acaba de ofrecer en su totalidad junto con Jonas Kaufmann en una gira por diversas ciudades europeas (Barcelona incluida). A Madrid ha venido con el mismo pianista que ha acompa?ado a ambos, el veterano Helmut Deutsch, pero con un programa diferente, en el que Hugo Wolf ocupaba ¨²nicamente la primera parte, con 21 de las 46 canciones que integran la ¨²ltima gran colecci¨®n publicada del austr¨ªaco. Que el recital se haya celebrado en esta semana de reivindicaciones femeninas es m¨¢s que pertinente, ya que las mujeres de los poemas populares italianos que azuzaron casi in extremis el inestable estro de Wolf son despiertas, vivarachas, resueltas, burlonas, lenguaraces, mientras que ellos suelen ser m¨¢s bien p¨¢nfilos apasionados y adoradores ciegos de sus amadas.
El humor del Cancionero italiano suele ser tambi¨¦n patrimonio femenino y Damrau ha demostrado ser una traductora sutil y alerta de las pinceladas c¨®micas que Wolf va dejando caer aqu¨ª y all¨¢, en las que sabe arropar la voz con gestos y ademanes nunca exagerados. Sin embargo, a la soprano alemana estas miniaturas de uno o, a lo m¨¢s, un par de minutos se le quedan cortas. Dio lo mejor de s¨ª cuando lograban formarse peque?os bloques, como el serio integrado por Wir haben beide lange geschwiegen y Wenn du mein Liebster (quiz¨¢ lo mejor de la primera parte, junto con Nein, junger Herr), o la trilog¨ªa c¨®mica final, cantada con ligereza y desparpajo, sin exageraciones ni estridencias. Y se notaba el largo y reciente rodaje previo de todas las canciones, por supuesto.
La segunda parte, dedicada a Richard Strauss, presentaba un car¨¢cter muy diferente, tanto en el cuarteto de Lieder espigados de diversas colecciones del alem¨¢n como en las justamente famosas Cuatro ¨²ltimas canciones, que muy raramente suelen escucharse con piano. Lo de ¡°¨²ltimas¡± fue un a?adido editorial, al igual que la decisi¨®n sobre el orden de publicaci¨®n, y es m¨¢s que probable que el objetivo ¨²ltimo de Strauss al componerlas no fuera entonar una despedida, sino dulcificar su imagen y presentarse como un anciano fr¨¢gil y a punto de emprender ya el ¨²ltimo viaje, de la mano de su fiel Pauline, ante una opini¨®n p¨²blica que no pod¨ªa olvidar f¨¢cilmente su estrecha vinculaci¨®n con el r¨¦gimen nazi. La sencilla poes¨ªa popular de la primera parte da paso aqu¨ª a versos de mucha m¨¢s enjundia, de Hermann Hesse y Joseph von Eichendorff, que al final, quisi¨¦ralo o no su autor, acabaron convirti¨¦ndose en un adi¨®s.
Damrau, b¨¢vara como Strauss, molde¨® su voz, que puede competir de igual a igual con cualquier orquesta (as¨ª lo demostr¨® el a?o pasado en el Teatro Real en su ¨²ltima visita a Madrid), para que sonara con la intimidad que requiere el formato camer¨ªstico, pero aqu¨ª, con frases m¨¢s largas y canciones de m¨¢s amplio recorrido y mayor aliento, parec¨ªa sentirse m¨¢s c¨®moda y el recital fue ganando enteros, alcanzando su cenit en Beim Schlafengehen, admirablemente cantada y expresada. Helmut Deutsch anda sobrado de oficio y de recursos, pero, aunque menos desganado que en anteriores visitas, no acaba de implicarse plenamente, ni de sacar del piano todos los matices din¨¢micos y expresivos que reclaman las partituras. El suyo es un acompa?amiento eficiente y musical, si bien raras veces es realmente creativo: su personal imitaci¨®n de un torpe violinista al final de Wie lange schon fue la excepci¨®n que confirm¨® la regla.
Concluido el programa, p¨²blico e int¨¦rpretes por igual cayeron presas de la irracional fiebre de las propinas: cinco de Strauss (Nichts, Malven, C?cilie, Wiegenlied y Zueignung) y una de Obradors (Del cabello m¨¢s sutil), todas innecesarias a excepci¨®n, quiz¨¢, de la segunda, un descubrimiento relativamente reciente (Maria Jeritza jam¨¢s quiso desvelarla en vida) y otro fruto postrero del Strauss dolorido y desterrado. La atm¨®sfera de estatismo, quietud, introspecci¨®n y final de camino de Im Abendrot qued¨®, por supuesto, completamente hecha pedazos, lo que, entre semejante frenes¨ª de aplausos y v¨ªtores, a nadie pareci¨® importarle lo m¨¢s m¨ªnimo.
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