Venalidad y negligencia
Hace 35 a?os, los supuestos 'Diarios de Hitler' desvelaron la flaqueza de la prensa ante la tentaci¨®n de las exclusivas
Una indagaci¨®n sobre la discoteca particular de Adolf Hitler me lleva hasta Selling Hitler, libro del brit¨¢nico Robert Harris. Tal vez les suene como novelista de ¨¦xito ¨CPatria, Enigma- pero comenz¨® escribiendo lo que ahora llaman no ficci¨®n.
Aunque tenga fecha de 1986, Selling Hitler contiene un incisivo an¨¢lisis de algunas patolog¨ªas de la prensa contempor¨¢nea, con un reportero abducido por su tem¨¢tica y varios gigantes editoriales atrapados por el culto al scoop.
Deber¨ªa ser de lectura obligatoria para periodistas en ejercicio y aspirantes al oficio. Este gremio sigue bajo el espejismo del Watergate sin haber asimilado las correcciones indispensables sobre Garganta Profunda y dem¨¢s. Bob Woodward demostrar¨ªa luego un extraordinario servilismo con la Administraci¨®n de George W. Bush (y no hablemos de su biograf¨ªa de John Belushi). Su jefe, Ben Bradlee, al menos tuvo el valor de reconocer en sus memorias el papel¨®n que hizo tras el misterioso asesinato de su cu?ada, amante de John F. Kennedy: entreg¨® a un agente de la CIA los escritos ¨ªntimos de la difunta, a pesar de sorprenderle (?dos veces!) cometiendo lo que al menos era allanamiento de morada. Y Katharine Graham, la muy legendaria propietaria del Washington Post, no sale bien librada en Selling Hitler.
Ocurri¨® hace 35 a?os, as¨ª que conviene refrescar los datos. En la b¨®veda de un banco suizo, el semanario alem¨¢n Stern mostr¨® lo que promet¨ªa ser base de una noticia sensacional: docenas de agendas que se supone conten¨ªan los diarios del F¨¹hrer, que adquir¨ªan verosimilitud con el complemento de documentos banales (?el manuscrito de un telegrama a Franco!) y cuadros firmados por Hitler.
Se buscaba la publicaci¨®n simult¨¢nea en todo el mundo y picaron incluso tiburones tipo Rupert Murdoch, nuevo propietario del venerable The Times (en Espa?a, el Grupo Zeta adquiri¨® los derechos). Harris explica c¨®mo todos fueron deslumbrados por unas falsificaciones burdas, que copiaban datos de libros oficiales del Tercer Reich, obra de un tal Konrad Kujau, negociante en memorabilia nazi. El pardillo era Gerd Heidemann, redactor de Stern, que tambi¨¦n ten¨ªa su chanchullo: aprovechando el secretismo de la operaci¨®n, se qued¨® con un buen pellizco de los millones de marcos que paulatinamente fue pagando la revista.
El asunto lleg¨® a tensar las relaciones entre Occidente y el bloque sovi¨¦tico. Da?¨® la reputaci¨®n de todos los implicados, incluyendo al ilustre historiador brit¨¢nico Hugh Trevor-Roper. Y se sald¨® con cuatro a?os y pico de c¨¢rcel para Kujau y Heidemann; el dinero no se recuper¨®.
Ah, s¨ª. Sobre la fonoteca de Hitler. Harris menciona que dispon¨ªa de 5.000 discos de pizarra en Berghof, su residencia alpina. Nada se dice del tipo de m¨²sica que conten¨ªan y, de cualquier manera, uno siempre desconf¨ªa de esas cifras tan redondas.
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