Toda literatura es literatura del yo
Dig¨¢moslo alto y claro, escribir es exponerse. Cualquiera que no ?pretenda exponerse deber¨ªa recoger sus b¨¢rtulos y largarse
Toda literatura, en tanto que movimiento existencialmente s¨ªsmico cuyo epicentro es el propio autor ¡ªel tipo o la tipa que empu?a el bol¨ªgrafo o cierne sus dedos sobre el teclado¡ª, es literatura del yo. Es literatura del yo Los tres estigmas de Palmer Eldritch, de Philip K. Dick, en la misma medida en que lo es cualquier visceral relato de Lucia Berlin. ?La diferencia? El g¨¦nero, dir¨ªamos. S¨ª, y no. El escritor, en tanto que nebulosa conciencia en busca de s¨ª misma, s¨®lo desea una cosa: salir, escapar, vivir, brillar. La manera en que cada uno consigue poner un pie en el mundo, alzar la voz y decir (MIRADME), es, evidentemente, distinta, y depende, como dir¨ªa el bueno de Kurt Vonnegut Jr., de sus propias limitaciones en tanto que narrador. ?Juega el pudor un papel esencial en esas limitaciones? Por supuesto. M¨¢s bien, podr¨ªa decirse, que la manera en que el autor (o autora) acabar¨¢ exponi¨¦ndose ¡ªsiempre lo hacen, no pueden no hacerlo¡ª depende de su capacidad para abrillantar o enmascarar ¡ªficci¨®n mediante¡ª su exposici¨®n. Porque, dig¨¢moslo alto y claro, escribir es exponerse. Cualquiera que no pretenda exponerse deber¨ªa recoger sus b¨¢rtulos y largarse. La primera batalla que el escritor debe librar en tanto escritor es una batalla contra s¨ª mismo, contra su propia idea de s¨ª mismo. Lo siguiente es derribar, ladrillo a ladrillo, el muro que lo separa del monstruo, la pulsi¨®n, lo que sea que le ha llevado a empu?ar el bol¨ªgrafo, o fijar su vista en la hoja en blanco de la pantalla del ordenador, o a darle vueltas a la idea misma de hacerlo.
Para el escritor el pudor no es una opci¨®n. Porque si tienes miedo a exponerte es que no quieres exponerte en realidad. Lo ¨²nico que desea el escritor es contarse. Lucia Berlin, poco antes de morir, grab¨® una serie de v¨ªdeos. En los v¨ªdeos contaba de qu¨¦ manera sus relatos le hab¨ªan salvado la vida. Leer a Lucia Berlin es bucear en su cerebro. Si su narrativa es un animal salvaje es porque no pod¨ªa no serlo. En uno de esos v¨ªdeos habla del relato ¡®Lavander¨ªa ?ngel¡¯. En ¨¦l cuenta c¨®mo una tal Lucia ¡ªella¡ª coge el coche y la ropa y se aleja de su barrio para lavarla. Acaba lav¨¢ndola siempre en la misma lavander¨ªa, donde se topa con un indio alcoh¨®lico. ¡°Los cuentos dicen cosas de m¨ª que no fui capaz de reconocer en el momento en que los escrib¨ªa. Cuando digo que el indio y yo est¨¢bamos conectados, que nos reflej¨¢bamos en el mismo espejo, me estaba diciendo a m¨ª misma, est¨²pida e idiota de m¨ª, que era alcoh¨®lica, pero tard¨¦ 20 a?os en darme cuenta de que la historia quer¨ªa decirme eso¡±, dice en el v¨ªdeo. Tambi¨¦n dice que, para ella, en todo buen relato, deb¨ªa producirse ¡°una m¨ªnima alteraci¨®n de la realidad. Una transformaci¨®n, no una distorsi¨®n de la verdad¡±, porque ¡°lo que nos emociona no es identificarnos con una situaci¨®n, sino reconocer esa verdad¡±. Esa verdad no estar¨ªa ah¨ª si la autora no hubiese hecho caer el muro. Pero, dir¨ªamos, el suyo es un caso evidente. Hay otros que no lo son tanto. Pensemos en Philip K. Dick.
En el tiempo que Philip K. Dick estuvo casado con Anne R. Dick (1959-1965) escribi¨® 19 novelas. Entre ellas, Los tres estigmas de Palmer Eldritch y Podemos construirle. Cuando las ley¨® por primera vez, Anne no pens¨® que tuviesen nada que ver con lo que estaba pasando entre ellos, pero cuando lo dejaron, volvi¨® a leerlas y descubri¨® que todo lo que ¨¦l pensaba de ella estaba ah¨ª. ¡°Dios m¨ªo¡±, escribi¨®, ¡°las antihero¨ªnas de las novelas de esa ¨¦poca estaban basadas en m¨ª. Hac¨ªan cosas que yo hac¨ªa, pero tambi¨¦n eran horribles. Eran asesinas. Eran ad¨²lteras, y estaban locas. Estaba tratando de destruirme y yo no me hab¨ªa dado cuenta. Luego vinieron los libros sobre divorcios y reconciliaciones, escritos justo en la ¨¦poca en la que nos est¨¢bamos separando. No los volv¨ª a leer hasta que Phil muri¨®. ?Habr¨ªa sido distinto si hubiera podido leerlos antes? Tuvimos que comprar el Jaguar blanco antes de que escribiera Podemos construirle porque sale en la novela. El anuncio que nos llev¨® a comprar un piano tambi¨¦n sale. Podemos construirle iba b¨¢sicamente de nuestro viaje a Disneylandia y de lo mucho que le fascin¨® a Phil el robot de Abraham Lincoln. Mis hijas me ayudaron a situar otras cosas: ¡®Eso ocurri¨® el a?o en el que estaba en tercero¡¯. ¡®Eso fue cuando me ca¨ª y me romp¨ª los dientes¡¯. ¡®Y eso despu¨¦s de mi cumplea?os, aquel en el que tuvimos el pastel amarillo¡±.
Toda literatura es literatura del yo. Uno puede salir al campo de batalla desnudo ¡ªcomo Lucia Berlin¡ª o cubierto con una armadura gal¨¢ctica ¡ªcomo Philip K. Dick¡ª, pero debe salir
Podr¨ªa decirse que el caso de Philip K. Dick es distinto, pero en realidad no lo es. ?l est¨¢ exponi¨¦ndose, s¨®lo que lo hace a su manera. Se deforma, reh¨²ye la idea del pudor, pero no lo teme. No se teme a s¨ª mismo. Incluso cuenta su primer gatillazo en Aguardando el a?o pasado. Por entonces, Anne y ¨¦l iban a terapia de pareja. La cosa ya iba mal. Cada vez que se peleaban, el escritor se iba a casa de su madre. Una de las veces que volvi¨®, intentaron acostarse pero la cosa no funcion¨®. Escribi¨® en el libro: ¡°No pudo hacerlo. Se apart¨® de ella, sinti¨¦ndose francamente mal¡±. Luego vendr¨ªa el intento de reconciliaci¨®n. En Los tres estigmas de Palmer Eldritch, cuya idea inicial fueron las barbies que Santa Claus les trajo a sus hijas esa Navidad, el escritor est¨¢ tratando de confesarle a Anne, a trav¨¦s del personaje de Barney Mayerson, que nada en el mundo le gustar¨ªa m¨¢s que volver con ella. Barney se odia a s¨ª mismo y sabe que est¨¢ siendo muy ego¨ªsta. Y el personaje realmente se comporta como un tipo ego¨ªsta y despiadado. Para expiar sus pecados y dejar de sentirse culpable por lo que est¨¢ pasando con su mujer, decide exiliarse a Marte, sabiendo que no podr¨¢ volver. Va a dejarse inocular un virus que le pondr¨¢ a las ¨®rdenes de Palmer Eldritch, una especie de profeta gal¨¢ctico. Bien, por esa ¨¦poca Philip K. Dick estaba empezando a ir a la iglesia y a dejarse seducir por la idea del cristianismo. Toda literatura es, efectivamente, literatura del yo. Uno puede salir al campo de batalla desnudo ¡ªcomo Berlin¡ª o cubierto con una armadura gal¨¢ctica ¡ªcomo Dick¡ª, pero debe salir de todas formas.
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