La literatura est¨¢ en los parques: participa en el concurso de la Feria del Libro
Saca el escritor que llevas dentro y podr¨¢s ganar una colecci¨®n de novelas Premio Planeta con las que seguir inspir¨¢ndote
EL PA?S vuelve a la Feria del Libro de Madrid. Como cada primavera, El Retiro ha sido el escenario escogido para llevar a cabo el acontecimiento literario del a?o. Por ello, en esta ocasi¨®n queremos rendir homenaje a los parques. Desde el Central Park en Nueva York hasta el Hyde Park en la capital brit¨¢nica, estos lugares nos han brindado de grandes historias. Queremos conocer la tuya.
Insp¨ªrate y da rienda suelta a tu imaginaci¨®n. Cuentas con 500 caracteres para escribir un relato, un poema, un ensayo o un cuento donde menciones un parque, aquel donde hayas vivido alguna experiencia inolvidable, el parque en gen¨¦rico o como nombre personal si lo prefieres. Solo necesitamos que incluyas esta palabra, el resto depende de ti.
Si tu respuesta se encuentra entre las m¨¢s originales, podr¨¢s disfrutar de una colecci¨®n de novelas ganadoras del Premio Planeta, de autores de la talla de Eduardo Mendoza, Clara S¨¢nchez o Lorenzo Silva, entre otros. Ac¨¦rcate al estand de EL PA?S en la Feria del Libro y participa.
Si no puedes asistir a la Feria, tambi¨¦n puedes participar a trav¨¦s de Facebook o pulsando el bot¨®n de Participa que encontrar¨¢s a continuaci¨®n. Escoge tu parque favorito y escribe tu mejor historia. Tienes hasta el 15 de junio.
Finalizado
Ya tenemos a los ganadores. Gracias a todos por participar:
?
Juan Jos¨¦ Garrido Saiz:
Despu¨¦s de un a?o cruz¨¢ndonos tres veces por semana mientras correte¨¢bamos por el parque, por fin, un d¨ªa cualquiera, con un leve movimiento de cabeza, demostramos un primer reconocimiento mutuo. A partir de ese momento, con gestos mudos, con miradas que algo parec¨ªan tener de complicidad, fuimos legalizando y asentando, paso a paso, tarde a tarde, ese reci¨¦n nacido v¨ªnculo basado seguramente en intuirnos nazarenos de la exigua cofrad¨ªa de los trotones sin destino. Por aquellos tiempos, nos sent¨ªamos hermanados por lazos similares a los que anudan, por ejemplo, a los seguidores de un equipo de f¨²tbol, a los amantes de la ¨®pera, del jazz, del ajedrez: gente que se conoce sin conocerse... abstractas familiaridades... Como resulta evidente, desde la distancia y el silencio, la nuestra podr¨ªa considerarse una relaci¨®n perfecta... ideal. Hasta que, un buen mal d¨ªa, sucedi¨® que ambos necesit¨¢ramos abastecer nuestras respectivas despensas; y, como el azar es caprichoso, eligi¨¦semos el mismo supermercado, finaliz¨¢ramos la compra al mismo tiempo, y a punto estuvi¨¦semos de coincidir en la misma caja de pago, al salir. Pero, en el ¨²ltimo viraje, percat¨¢ndonos de la presencia del otro, hicimos como si no nos hubi¨¦semos visto, y empujando cada uno su carrito nos alejamos en direcciones opuestas... Conductores ofuscados protegiendo est¨²pidamente su intimidad, buscando refugio temeroso en la pagadur¨ªa m¨¢s apartada. Como aquella postura, por instintiva e inexplicable, me satisfizo poco, y previendo cierta incomodidad en futuros encuentros, decid¨ª que lo mejor ser¨ªa trasladar mis correteos por el parque de los habituales lunes, mi¨¦rcoles y viernes, a martes, jueves y s¨¢bados: me pareci¨® una medida sagaz a la par que discreta; no excesivamente imaginativa, pero, s¨®lida, pr¨¢ctica. Sin embargo, no analic¨¦ aquel asunto de apariencia simple con la profundidad requerida, y ni consider¨¦ que ella, astuto animal racional, utilizar¨ªa un proceso mental semejante... Con lo que el martes siguiente volvimos a cruzar nuestra maliciosa estupidez ante la sonrisa comprensiva de los habitantes del parque ¨Cbancos, gorriones, arboles, senderos, rosaledas y fuentes...- Entonces, ?colmo y sorpresa de los imprevisibles comportamientos humanos!, nos saludamos al un¨ªsono con el mismo gesto amigable y c¨®mplice de siempre, como si nuestro desencuentro del s¨¢bado anterior nunca se hubiera producido. Al parecer, hab¨ªamos decidido algo tan extravagante como que s¨®lo dentro del parque, correteando, nos reconocer¨ªamos; lejos de su amparo, ser¨ªamos unos extra?os de la vida... unos desconocidos eternamente condenados a no intimar nunca, jam¨¢s. Y como ¨Cnueva vuelta de tuerca¨C aquella situaci¨®n absurda me pareci¨® tan inaceptable como nada sensata, medit¨¦ que quiz¨¢ resultar¨ªa adecuado cambiar de parque... Incluso, si era necesario, de trabajo y de ciudad. Hasta dejar¨ªa de correr... Cualquier alternativa ser¨ªa proclamada f¨¢cilmente reina de la cordura¡ Pero el tiempo y el destino organizan en secreto proyectos inescrutables... Y los seres humanos nos desplazamos de uno a otro casillero sin atisbar nunca la mano que mueve la ficha... Ahora, vamos a corretear alg¨²n festivo que otro, los s¨¢bados y los domingos: entre el trabajo y los cr¨ªos, apenas si nos queda tiempo para nada...
?
Elena Mart¨ªn Checa:
Era poco probable encontrarlo a las cinco y media y en efecto, no aparece; ni siquiera han podido darle el recado: ¡°Sali¨® esta ma?ana del hotel y no ha vuelto todav¨ªa¡±, le indican en recepci¨®n. Su l¨®gica, tal vez su coraz¨®n, han seguido caminos diferentes a los suyos. Desde luego que no iba a quedarse en el hotel esperando el santo advenimiento; ella probablemente tampoco lo habr¨ªa hecho aunque tal vez hubiera ideado una forma de volver a encontrarse, el azar no es tan redondo. No est¨¢ ni triste ni contenta, sencillamente lo acepta, pero si tuviera que elegir una opci¨®n dir¨ªa que m¨¢s bien lo primero. Est¨¢ trist¨ªsima. Vale, pero es de pura l¨®gica. No va a regresar a casa todav¨ªa. Necesita caminar, deambular, dejarse un buen rato de lado mirando a su alrededor y, as¨ª, descubrir algo. Sed de errar a su encuentro. En el Retiro se patina, se monta en bicicleta, se pasea, se juega al bal¨®n, se mira a los mimos durante un rato y se les echa una moneda, se toma el sol, se charla, se compran pipas, regaliz, palomitas y m¨¢s cosas. En el Retiro los domingos se escuchan tambores y parece que est¨¢s en ?frica. En el Retiro los peces del estanque siguen siendo feos y voraces. Algunos ¨¢rboles tienen hojas y otros est¨¢n desnudos; las parejas bajo sus copas siguen bes¨¢ndose. En el Retiro hay gente solitaria como ella caminando por los alrededores del Palacio de Cristal, unos tristes, otros felices y otros a los que no se les nota nada. En el Retiro, si pasas por la antigua casa de fieras puedes ser presa de un ataque de nostalgia y si miras con ojos infantiles puedes asombrarte todav¨ªa con el enorme y espumoso chorro del elefante -sinuoso meandro del Amazonas- o con las calvas del ¨²nico le¨®n que parece tan triste o con las zambullidas de los osos polares en el profundo cuadrado verde oscuro¡ \"Te deseo. S¨®lo te deseo a ti. Acaricio a los osos blancos sin llegar a ti¡ ?D¨®nde est¨¢s? Juego a las cuatro esquinitas con los fantasmas¡± Amor loco. Suena su m¨®vil, en el parque del Retiro salida a Alfonso XII, mientras se le pasa por la cabeza, qu¨¦ ocurrencia, que hoy le han salido mal las lentejas pardinas.
?
Jes¨²s Mira Navarro:
Paseantes. Durante mi estancia en Pek¨ªn acud¨ªa los fines de semana al parque Beihai. Mi intenci¨®n era observar las costumbres de los pekineses: los practicantes de Taich¨ª, los jubilados danzantes que dibujan a¨¦reas piruetas con ondulantes movimientos de sus abanicos, los simples paseantes¡ Pero donde me relajaba era en un rinc¨®n junto al estanque de superficie coloreada por lilas y flores de loto. All¨ª escuchaba a las cantarinas aves en las jaulas que los paseantes de p¨¢jaros hab¨ªan colgado de las ramas del sauce. Los chinos, amantes de los p¨¢jaros cantores, recorren los senderos de los parques balanceando suavemente las hermosas jaulas artesanales, fabricadas con ramitas de bamb¨². Las llevan cubiertas por una tela de color azul y al llegar al borde del estanque descubren el velo y las cuelgan en una de las ramas del sauce para que sus mascotas intercambien melod¨ªas. Ellos conversan, juegan a las damas chinas o discuten de filosof¨ªa mientras sus p¨¢jaros disfrutan y aprenden nuevos cantos. Llam¨® mi atenci¨®n una alondra que tra¨ªan en un jaula destapada. Una vez que su due?o la dej¨® colgada en el ¨¢rbol, inici¨® el m¨¢s sublime, alegre y armonioso canto. Nunca jam¨¢s hab¨ªa o¨ªdo algo parecido. Siento mis palabras pobres para transmitir la melod¨ªa que nos regalaba. Gu Li, un hombre mayor, amable y risue?o, con abundante pelo blanco peinado hacia detr¨¢s y recogido en una coleta, era su due?o. Me explic¨® que la hab¨ªa rescatado en un mercado de p¨¢jaros. Era ciega, por eso no hac¨ªa falta que llevara cubierta la jaula. Para que su canto fuera m¨¢s dulce le hab¨ªan vaciado los ojos con las espinas de un rosal. Encerrada en su casa, ensimismada, se entristec¨ªa y solo entonaba afligidos trinos. Cantaba historias como los antiguos juglares, pero las suyas eran siempre tristes. Un d¨ªa Gu Li la trajo al parque y la instal¨® entre los cantos de otras aves. A partir de entonces una fren¨¦tica y alegre sinfon¨ªa brotaba sin descanso de su garganta. El canto se fue debilitando hasta desaparecer. Gu Li me dirigi¨® una mirada condescendiente y me dijo: ¡°Es necesaria la oscuridad para que germine la semilla, pero hace falta luz para que brote la flor¡±. El helor de la tarde bajo la sombra del ginkgo me despert¨®. Ya no quedaba nadie a mi alrededor. A veces son los sue?os los que nos revelan la parte oculta de nosotros, los otros.
?
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.