?Qui¨¦n se atrever¨ªa a publicar hoy de nuevas a Philip Roth?
En ¡®El lamento de Portnoy¡¯ elev¨® su canto a la masturbaci¨®n y en ¡®La mancha humana¡¯ predijo la censura presente contra la literatura m¨¢s salvaje
Ha muerto Philip Roth. Hoy toca alabarlo. Vendr¨¢n sentidos recuerdos, an¨¢lisis sobre su gigantesca carrera novel¨ªstica y terapias aplicadas a sus alter egos. Pero hay una pregunta que al recordar las p¨¢ginas de novelas suyas como El lamento de Portnoy, La mancha humana, Sale el espectro, El teatro de Sabbath o El animal moribundo, por agarrar algunas al vuelo, flotar¨¢ en el ambiente: ?Qui¨¦n se atrever¨ªa a publicarlo hoy? En la ¨¦poca en que toca enmendar la plana a Nabokov por su Lolita, ?qui¨¦n echar¨ªa el resto para dejar volar a gloriosos salidos como Nathan Zuckerman o David Kepesh??
Si Philip Roth es un escritor que nos cruje por dentro no se debe tanto a su habilidad para la franqueza, si no a su sensibilidad para retratar la desolaci¨®n de una era hu¨¦rfana. Su fen¨®meno y su actitud lib¨¦rrima dentro del panorama de las letras norteamericanas explican sus inicios y su consolidaci¨®n en la ola abierta de los sesenta, cuando libre de prejuicios ¨Co quiz¨¢s demasiado atado a ellos-, como previa catarsis, enton¨® su canto a la masturbaci¨®n en El lamento de Portnoy.
Aquello y sus obras posteriores, centradas radicalmente en el sexo como motor ¨²ltimo de cada una de nuestras acciones, no le llevaron al Nobel, pero s¨ª a ingresar vivo ¨Cy como aut¨¦ntica excepci¨®n- en la pl¨¦yade de Library of Am¨¦rica. Se trata de una colecci¨®n dedicada a cl¨¢sicos muertos, ante todo. Con eso se escud¨® para la eternidad.
De no ser as¨ª, si Philip Roth iniciara ahora su peregrinaje con manuscritos a cuestas como auto en ciernes o principiante, en vez de proporcionar jugosos ingresos a la agencia Wyllie o haberse convertido en una de las voces m¨¢s crudas y reconocidas de su pa¨ªs, lo tendr¨ªa m¨¢s que dif¨ªcil.
El sexo sin tapujos ni fronteras de raza, condici¨®n ni edad, no s¨®lo planea, sino que define la obra de Roth. El sexo como verdadera y ¨²ltima frontera moral
De alguna manera vislumbr¨® la cada vez m¨¢s pesada amenaza del puritanismo al publicar La mancha humana. Es la ¨²ltima entrega de lo que llam¨® su trilog¨ªa sobre Am¨¦rica, de la que forman tambi¨¦n parte Pastoral americana y Me cas¨¦ con un comunista. En la ¨²ltima entrega entraba de lleno en la era Clinton, con el espejo del caso Lewinski por medio. La tabla de salvaci¨®n que supone para su protagonista ¨Cun viejo y controvertido profesor- su t¨®rrida relaci¨®n con una limpiadora de la universidad donde trabaja, hubiese cosechado su crucifixi¨®n en las redes. Lo mismo que la obsesi¨®n de David Kepesh por una joven alumna latina en El animal moribundo, o las constantes pulsiones de ese s¨¢tiro titiritero continuamente desmadrado en El teatro de Sabbath.
Porque el sexo sin tapujos ni fronteras de raza, condici¨®n ni edad, no s¨®lo planea, sino que define la obra de Roth. Sexo como verdadera ¨²ltima frontera moral. Sexo arrebatado, como la tabla enmohecida del n¨¢ufrago, como el ¨²ltimo suspiro en el pantano, es lo que sirve de eje y tim¨®n a toda su intensa y rabiosa trayectoria. Un sexo expl¨ªcito y desolado, febril y en huida, sin m¨¢s avituallamiento que la caricia y el orgasmo. Un sexo jovial y macabro como refugio lo amarra y lo libera.
Y un sexo como excusa ¨Cah¨ª es donde duele- para disparar contra todo lo que le rodea: primero en la frente del mismo autor que se abre en carnes dentro de cada p¨¢gina. Pero luego contra todas las convenciones y condiciones que le obligan a hallar en s¨ª mismo su propia raz¨®n de ser. Contra la familia, la religi¨®n, la patria del barrio (Nueva Jersey), los altares del saber, las jerarqu¨ªas acad¨¦micas, los alumnos pervertidos en unidades de vigilancia como anuncio de un negro futuro de cadenas mentales, la cansina y opresora hipocres¨ªa, la sombra del padre, la incierta pero palpable soledad. Pero en su caso, ya est¨¢ hecho. S¨®lo queda hoy liberarse de prejuicios y lanzarse vorazmente a leerlo.
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