Pornograf¨ªa ¡®amateur¡¯ y ping¨¹inos melanc¨®licos
En la era de los debatidos l¨ªmites del humor y la ofensa, surgen obras que reformulan la transgresi¨®n como herramienta de progreso
Cuando haces comedia tienes que pensar mucho las cosas antes de publicarlas en Twit?ter. ?Qui¨¦nes nos creemos que somos, presidentes?¡±, suelta Sarah Silverman en su intrincado mon¨®logo A Speck of Dust. La monologuista imparte una lecci¨®n magistral sobre los mecanismos de la comedia en la era de los debatidos l¨ªmites del humor y la cultura de la ofensa y construye su discurso humor¨ªstico al tiempo que va desvelando su funcionamiento: abre digresiones sobre los chistes descartables que le facilitan el paso de un tema a otro, ilustra la funcionalidad de las risas de alivio cuando un bals¨¢mico chiste escatol¨®gico transforma de manera radical lo que, hasta ese momento, parec¨ªa el relato de una violaci¨®n y demuestra que, colocada en el momento justo, una revelaci¨®n dram¨¢tica puede funcionar como remate c¨®mico ¡ªen este caso, tras una retah¨ªla de humor negro en torno a la directora de un orfanato con garfios por manos¡ª. La religi¨®n, el aborto, la masturbaci¨®n masculina, el sacrificio de animales y la menstruaci¨®n se suceden en su mod¨¦lico uso de lo pol¨ªticamente incorrecto, que, lejos de resucitar viejos lenguajes de la ofensa, se?ala fragilidades e hipocres¨ªas en los discursos dominantes.
Tras la escritura de Tom Perrotta se manifiesta un impulso igualmente reflexivo a la hora de reformular la aparente transgresi¨®n en herramienta de progreso colectivo y mejora personal. El modo en que el consumo de pornograf¨ªa amateur se infiltra en el lenguaje y el inconsciente del sujeto contempor¨¢neo es uno de los muchos temas que recorren La se?ora Fletcher (Libros del Asteroide), su ¨²ltima novela, donde la s¨¢tira de costumbres no se cobra el precio de subestimar a sus personajes y, con ello, sacrificar una mirada humanista de incuestionable peso ¨¦tico.
Perrotta cuenta, en paralelo, dos procesos de autodescubrimiento vital de aparente car¨¢cter parad¨®jico: mientras su protagonista, una divorciada de mediana edad, logra esquivar el temido s¨ªndrome del nido vac¨ªo al explorar nuevas posibilidades de relaci¨®n, bajo el influjo del porno online, cuando su hijo parte hacia la universidad, ¨¦ste acaba viviendo la prometida promiscuidad en ese ambiente de fraternidades y emancipaci¨®n familiar como un doloroso rosario de humillaciones que supondr¨¢n su verdadera educaci¨®n para la supervivencia en un entorno hostil. Ni la se?ora Fletcher ni Brendan funcionan en manos del escritor como mu?ecos antiestr¨¦s capaces de ser castigados con mil penalidades para deleite del lector, porque lo que prevalece es la voluntad de comprensi¨®n, incluso de las m¨¢s cuestionables y grimosas debilidades del ser humano. La transexualidad, el machismo, los estudios de g¨¦nero, los subg¨¦neros pornogr¨¢ficos, la correcci¨®n pol¨ªtica y el compromiso ideol¨®gico juvenil son contemplados con una mirada cuestionadora que no es nunca destructiva, ni c¨ªnica, y cuando el lector empieza a temer que la resoluci¨®n del relato sea mucho m¨¢s convencional de lo que se anticipaba, la jerga de la industria del sexo acude al rescate para colocar una precisa nota de sabia ambig¨¹edad en el desenlace.
No todas las propuestas editoriales que flirtean con el g¨¦nero pueden presumir de la misma complejidad que ponen en juego Silverman y Perrotta. En Mediocrist¨¢n es un pa¨ªs tranquilo (Literatura Random House), el colombiano Luis Noriega parece colocarle a su voz narrativa unas gafas capaces de bajarle el list¨®n a lo real para acomodarlo a la met¨¢fora que vertebra su relato, desgranado en cap¨ªtulos brev¨ªsimos y frases lacerantes. Mediocrist¨¢n es el estado existencial de la claudicaci¨®n, en el que se han refugiado aquellos miembros de la generaci¨®n del autor que han aparcado inquietudes para formar una familia y olvidarse de quienes quer¨ªan ser. El fraseo de Noriega pasa de lo hipn¨®tico a lo monocorde en este sint¨¦tico relato con esp¨ªritu de ajuste de cuentas vital que lanza sus dardos ¡ªentre otros frentes, al independentismo catal¨¢n¡ª con la mec¨¢nica regularidad de un disparador de clich¨¦s.
En Muerte con ping¨¹ino (Blackie Books), el ucraniano Andrei Kurkov da con una buena imagen simb¨®lica para fijar una idea de la mutaci¨®n del miedo cotidiano en la Rusia del deshielo: un escritor de necrol¨®gicas, con un ping¨¹ino deprimido por mascota, se convierte en involuntario instrumento de una sangrienta guerra de mafias. Quiz¨¢ Kurkov tuviera la buena voluntad de hermanar a Kafka con Keaton a trav¨¦s de este relato de humor melanc¨®lico que podr¨ªa haber cristalizado en eficaz relato exc¨¦ntrico en vez de dilatarse en forma de artilugio infalible para helar la paciencia del lector m¨¢s voluntarioso. En el fondo, el problema de Muerte con ping¨¹ino se parece al de Mediocrist¨¢n es un pa¨ªs tranquilo: el personaje inm¨®vil es complicado material narrativo. Con todo, su justo opuesto no garantiza la fortuna, como demuestra la extenuante fantas¨ªa de reencarnaciones de Las diez mil vidas de Milo (Alianza de Novelas), de Michael Poore, prueba fehaciente del alto da?o resultante de digerir la influencia del peor Neil Gaiman como una celebraci¨®n del todo vale vaciada de poes¨ªa.
Dos cl¨¢sicos como Mil millones de a?os hasta el fin del mundo (Sexto Piso), de Arkadi y Bor¨ªs Strugatski, y C¨®mo llegamos a la final de Wembley (Tusquets), de J. L. Carr, permiten entender que el secreto de la comedia no es s¨®lo cuesti¨®n de concepto, sino, tambi¨¦n ¡ªy quiz¨¢s sobre todo¡ª, de forma. Es decir, de lenguaje. La primera podr¨ªa sacarle los colores a Kurkov, porque responde a una intenci¨®n parecida ¡ªla de capturar el miedo en el aire de una sociedad regida por la paranoia¡ª, pero consigue que su estilo ¡ªen el que brilla una progresiva pirueta en los tiempos verbales¡ª sublime ese relato de un matem¨¢tico cuyo piso acaba sometido a la l¨®gica multiplicadora del c¨¦lebre camarote de los Marx. La idea del universo homeost¨¢tico que corona la ficci¨®n supone otro hallazgo; para los Strugatski la comedia serv¨ªa para pasar de lo particular a lo universal. A lo c¨®smico, incluso. Escrito en 1974, el libro de J. L. Carr encuentra en la digresi¨®n su raz¨®n de ser: lo que, en principio, se presenta como cr¨®nica de una improbable haza?a deportiva acaba revel¨¢ndose bienhumorada oda al car¨¢cter brit¨¢nico, sirvi¨¦ndose de un tono que recuerda gratamente a las comedias de la Ealing.
La se?ora Fletcher. Tom Perrotta.? Traducci¨®n de Mauricio Bach. Libros del Asteroide, 2018. 368 p¨¢ginas. 22,95 euros.
Mediocrist¨¢n es un pa¨ªs tranquilo. Luis Noriega. Literatura Random House, 2018. 168 p¨¢ginas. 13,90 euros.
Muerte con ping¨¹ino. Andrei Kurkov. Traducci¨®n de Mario Grande y Mercedes Fern¨¢ndez. Blackie Books, 2018. 288 p¨¢ginas. 21 euros.
Las diez mil vidas de Milo. Michael Poore. Traducci¨®n de Miguel Marqu¨¦s. AdN, 2018. 480 p¨¢ginas. 18 euros.
Mil millones de a?os hasta el fin del mundo. Arkadi y Bor¨ªs Strugatski. Traducci¨®n de Fernando Otero Mac¨ªas. Sexto Piso, 2017. 172 p¨¢ginas. 16,90 euros.
C¨®mo llegamos a la final de Wembley. J. L. Carr. Traducci¨®n de Puerto Barruetabe?a. Tusquets, 2018. 208 p¨¢ginas. 17 euros.
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