Fantas¨ªa y precisi¨®n en los Arrayanes
El pianista franc¨¦s Pierre-Laurent Aimard rinde un personal homenaje a Claude Debussy en el Festival de Granada
Si tocar en el Patio de los Arrayanes se entiende como lo que es, un premio al que hay que hacerse justa y sobradamente acreedor, Pierre-Laurent Aimard lleva muchos a?os acumulando m¨¦ritos para recibir el regalo de poder vivir esta experiencia ¨²nica. A tenor de lo visto y o¨ªdo el martes por la noche, no solo la ha disfrutado ¨¦l, sino que ha logrado arrastrar consigo a las no menos privilegiadas personas que fueron testigos de un concierto en el que volvi¨® a resonar con fuerza la conmemoraci¨®n del centenario de la muerte de Claude Debussy, el compositor que, como escribi¨® Manuel de Falla, ¡°ha escrito m¨²sica espa?ola sin conocer Espa?a¡±, que, sin haber estado nunca en Granada, logr¨® dejarnos la m¨²sica m¨¢s imperecedera ligada a la ciudad y que es tan merecedor como su compatriota del trato de favor que est¨¢ dispens¨¢ndole tambi¨¦n, en el arranque de la presente edici¨®n, el Festival Internacional de M¨²sica y Danza de la ciudad andaluza. Decididamente, la Alhambra le sienta bien, muy bien, a Claude Debussy.
Obras de Debussy, Malipiero, Bart¨®k, Goossens, Stravinski y Dukas. Pierre-Laurent Aimard (piano). Patio de los Arrayanes, 26 de junio.
Aimard no posee solo unos dedos prodigiosos, sino tambi¨¦n una mente alerta y un conocimiento exhaustivo de las m¨²sicas pasadas, presentes y casi dan ganas de escribir que futuras, volcado como est¨¢ permanentemente en el estreno de nuevas partituras (la ¨²ltima, Keyboard Engine, de Harrison Birtwistle, hace una semana en el Festival de Aldeburgh). Y ha tenido el buen gusto de iniciar su recital granadino con cinco de las ¡°diez composiciones in¨¦ditas escritas en honor y dedicadas a la memoria de Debussy¡± que public¨® en 1920 Henry Pruni¨¨res en el ¡°suplemento musical¡± de un n¨²mero especial dedicado al compositor fallecido dos a?os antes por La Revue musicale, la revista dirigida y fundada por ¨¦l pocos meses antes. Y el t¨ªtulo de este planto colectivo no pod¨ªa ser otro, claro, que Tombeau de Claude Debussy.
Los tombeaux, piezas f¨²nebres en honor de un colega o amigo fallecido, fueron una pr¨¢ctica habitual en el Barroco franc¨¦s que volvi¨® a florecer con fuerza en la Francia finisecular de Debussy: recordemos los poemas Le tombeau d¡¯Edgar Poe o Le tombeau de Charles Baudelaire, de St¨¦phane Mallarm¨¦, poeta predilecto del compositor franc¨¦s, o, en el ¨¢mbito musical, uniendo los dos siglos de oro de la cultura francesa, Le tombeau de Couperin, de Maurice Ravel.
Aimard ha elegido los homenajes f¨²nebres de Gian Francesco Malipiero (marcado sencillamente ¡°Triste¡± en la partitura), B¨¦la Bart¨®k, Eug¨¨ne Goossens, Igor Stravinski y Paul Dukas, alterando el orden de la publicaci¨®n original y dejando fuera las contribuciones de Florent Schmitt, Maurice Ravel (un movimiento de su D¨²o para viol¨ªn y violonchelo), Erik Satie (una canci¨®n escrita ¡°en souvenir d¡¯une admirative et douce amiti¨¦ de trente ans¡±), Albert Roussel y Manuel de Falla, esta ¨²ltima una pieza para guitarra, su Homenaje (Homenaja, por error, en aquella primera edici¨®n de 1920). Todas son piezas breves y sentidas, con las que Aimard dej¨® sentado que, tambi¨¦n ¨¦l, ven¨ªa a Granada a rendir pleites¨ªa a Debussy, a recordar al genio, a trasladar su esp¨ªritu a Granada, muy cerca del carmen granadini de su amigo Falla, no a buscar el aplauso f¨¢cil. Y tuvo el acierto de dejar para el final la pieza de Paul Dukas, la primera en el orden original de la colecci¨®n, maravillosamente titulada, puntos suspensivos incluidos, La plainte, au loin, du faune...
El concierto inaugural del Festival el pasado viernes se abri¨® con el Pr¨¦lude ¨¤ l¡¯apr¨¨s midi d¡¯un faune, la partida de nacimiento simb¨®lica de la m¨²sica moderna. El lunes por la noche, el Pr¨¦lude fue bailado admirablemente por Philipe Lens y Nicola Wills con coreograf¨ªa de Sidi Larbi Cherkaoui en el Teatro del Generalife. Aimard completaba, pues, el tri¨¢ngulo, y carg¨® de manera especial las tintas f¨²nebres en esta peque?a joya de Dukas, amigo de Debussy desde que ambos estudiaron juntos en el Conservatorio, en la que su autor busca, y encuentra, la causa de su dolor, simbolizado en esas notas lentamente repetidas desde el primer comp¨¢s y en unos arabescos que finalmente acaban remedando los que toca la flauta en solitario al comienzo del Pr¨¦lude de Debussy. M¨²sica grande la de este lamento, ¡°a lo lejos¡±, que el arte de Aimard engrandeci¨® a¨²n m¨¢s.
A partir de ah¨ª, la palabra la tuvo ya en exclusiva el propio Debussy, con sus dos libros de Images (1905 y 1908), estrenados en su d¨ªa en Par¨ªs por Ricardo Vi?es, y con su testamento pian¨ªstico, los doce ?tudes compuestos en plena guerra mundial, un motivo de sufrimiento a?adido para el ya mortalmente enfermo compositor. Escuchar de noche en el Patio de los Arrayanes, con los infinitos reflejos que provoca el agua de su estanque central, m¨²sicas con t¨ªtulos como Reflets dans l¡¯eau, Et la lune descend sur le temple qui fut o Poissons d¡¯or parece uno de esos momentos en los que todas las piezas a nuestro alrededor parecen encajar. Y los ?tudes sonaron casi somo el hom¨®logo pian¨ªstico de otra pieza casi coet¨¢nea, Jeux, la m¨²sica de ballet que dirigi¨® Fran?ois-Xavier Roth el domingo en el Palacio de Carlos V. Da igual que Debussy se imponga el pie forzado de escribir cicunscribi¨¦ndose a intervalos concretos (terceras, cuartas, sextas, octavas), notas repetidas, adornos a la barroca, arpegios compuestos, al empleo de tan solo ocho dedos (renunciando a los dos pulgares), a un cromatismo incesante o a lo que llama el compositor las ¡°sonoridades opuestas¡±. Su genio trasciende las prescripciones t¨¦cnicas y, en la cima de sus poderes, compone una m¨²sica de una inventiva exuberante de la que los portentosos dedos de Aimard, para los que no parecen existir l¨ªmites, extraen todos los matices, las din¨¢micas, los atisbos mel¨®dicos y, por supuesto, los colores. El franc¨¦s aprendi¨® de su maestra, Yvonne Loriod, una apabullante precisi¨®n r¨ªtmica y la capacidad para convertir el teclado del piano en un arco¨ªris, mientras que su valedor y descubridor, Pierre Boulez, que detect¨® su descomunal talento cuando ten¨ªa solo diecinueve a?os y lo incorpor¨® al Ensemble intercontemporain, le infundi¨® un profundo esp¨ªritu anal¨ªtico, aunque el bistur¨ª que lo materializa es siempre c¨¢lido y emotivo.
Los n¨ªtidos arpegios de Reflets dans l¡¯eau sonaron como puro cristal o como el correlato musical de los moc¨¢rabes y atauriques que adornan el patio, mientras que la indicaci¨®n que escribi¨® Debussy para Mouvement, ¡°avec une l¨¦g¨¨ret¨¦ fantasque mais precise¡± apuntan, por extensi¨®n, cu¨¢les son los dos principales rasgos del arte de Aimard: fantas¨ªa y precisi¨®n. El franc¨¦s ni siquiera perdi¨® la compostura ni la concentraci¨®n cuando, mediado el segundo libro de Images, empez¨® a o¨ªrse n¨ªtidamente en el Patio de los Arrayanes una m¨²sica amplificada, infinitamente menos refinada y sofisticada de la de Debussy, que se colaba de rond¨®n procedente de la colina vecina del Albaic¨ªn: imposible no recordar esa carta de Debussy a su editor Jacques Durand en plena composici¨®n de Ib¨¦ria en la que le dec¨ªa que o¨ªa ¡°la musique des rues de Grenade¡±. Pero el descenso de la luna y los peces de oro que completan ese segundo libro siguieron rayando, tras un minuto de incertidumbre en el que el propio pianista no sab¨ªa qu¨¦ hacer, al mismo y extraordinario nivel.
La decisi¨®n de dedicar la segunda parte en su totalidad a los ?tudes era, sin duda, arriesgada. Estamos aqu¨ª ante un Debussy que, como el ¨²ltimo Bach, parece ensimismado en una reflexi¨®n sobre la pura materia musical que explora hasta el ¨²ltimo rinc¨®n del piano, aunque sin dejar de ser nunca, como se autoproclam¨® en las tres sonatas coet¨¢neas, un musicien fran?ais. Herederos de los Estudios de Chopin y precursores de los de Ligeti (dos de ellos dedicados a Aimard), conocieron una interpretaci¨®n desprovista de ret¨®rica, con algunos momentos irrepetibles, como los finales del cuarto y el d¨¦cimo. El sexto fue un dechado de claridad y fluidez, y en el und¨¦cimo, aun de noche cerrada, Aimard consigui¨® que el piano sonara, como reclama Debussy, ¡°lumineux¡±. Al franc¨¦s le sobraron, en suma, m¨¦ritos para convertir su recital en dign¨ªsimo heredero del ofrecido, en este mismo escenario de ensue?o y con un repertorio similar, por Walter Gieseking en 1956.
¡°Yo tendr¨ªa muchas cosas que decir sobre Claude Debussy y Espa?a¡±, escribi¨® Manuel de Falla, que arranc¨® a su amigo en 1916 la promesa de visitar nuestro pa¨ªs, algo que su muy maltrecha salud le impedir¨ªa hacer. Y finalizaba el recuerdo de su amigo diciendo: ¡°Pero quiero ahora proclamar muy alto que si Claude Debussy se ha servido de Espa?a como base de una de las facetas m¨¢s bellas de su obra, ha pagado tan generosamente que Espa?a es ahora la deudora¡±. Una peque?a parte de esa deuda ha quedado saldada estos d¨ªas en Granada.
Babelia
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