Muere Vicente Verd¨², poeta, periodista, pintor, un renacentista moderno
En todas sus facetas siempre dio muestras radicales de su compromiso con la modernidad
Muri¨® Vicente Verd¨² este martes en Madrid, donde viv¨ªa. Naci¨® en Elche, ten¨ªa 75 a?os. Era poeta, periodista, pintor, un renacentista moderno que desde el Mediterr¨¢neo se trajo a la meseta un modo ins¨®lito de interpretar la realidad, mezclando los sabores de su tierra con el conocimiento exhaustivo de los colores del mundo.
Era, por decirlo as¨ª, un escritor en tecnicolores, y as¨ª fue desembocando, desde la escritura period¨ªstica, que desarroll¨® en Cuadernos para el Di¨¢logo y en EL PA?S, sucesivamente, a la pintura. En ambas facetas siempre dio muestras radicales de su compromiso con la modernidad, en los cuadros y en los art¨ªculos o en los libros.
Verd¨² nunca renunci¨® al amor a la vida que se transparenta en su pintura, o que se vislumbra en los temas que trajo a EL PA?S, cuando en este peri¨®dico dirigi¨® p¨¢ginas de opini¨®n, cultura y pensamiento, y abri¨® el diario a asuntos que estar¨ªan tambi¨¦n en su escritura y en su impaciente manera de interpretar la realidad del alma.
Entre esos suplementos especiales en los que mantuvo su impronta personal se pueden recordar los dedicados al alma, al futuro o a la velocidad. Pionero en el arte de comunicar lo que ven¨ªa de fuera, hizo que EL PA?S se abriera con ¨¦l a asuntos ins¨®litos que ti?eron el peri¨®dico de la Marca Verd¨² hasta el ¨²ltimo suspiro, pues a¨²n enfermo, de una larga enfermedad que arrostr¨® con una enorme entereza, mantuvo sin falla sus art¨ªculos en las p¨¢ginas de Cultura.
Era una figura ins¨®lita en el universo del periodismo, y por eso super¨® sus fronteras, hasta desembocar en la pintura. Viaj¨® por todo el mundo, por Estados Unidos, por China, y de ambos lugares inabarcables trajo bagaje suficiente para escribir enciclopedias, pero fue capaz, gracias a su poder de s¨ªntesis aprendida en la poes¨ªa y en este oficio, de dar a la estampa dos ensayos que marcaron ¨¦poca y explicaron c¨®mo se puede contar y a la vez ofrecer la vida y los paisajes como si los estuviera pintando. Esos dos libros mayores, y breves, fueron El planeta americano (Premio Anagrama, 1997) y China superstar (Anagrama, 1998).
Esa era la superficie de un insondable conocimiento como int¨¦rprete de la realidad. Pero en todo lo que cultiv¨® la poes¨ªa era el iceberg oculto. Si usted no hace regalos le asesinar¨¢n (1971) fue, en los ¨²ltimos tiempos de su vida, lugar de su reencuentro con aquel joven que hizo de la iron¨ªa, y de la autocr¨ªtica, el personaje que lleg¨® a ser, lleno de melancol¨ªa activa, enamorado de las personas y de las cosas, y tambi¨¦n de los colores, que pasaron a formar parte de su propia escritura, no s¨®lo de su pintura. En ¨¦sta, que abord¨® con un entusiasmo juvenil que le dur¨® hasta ayer, mostr¨® Verd¨² la conjunci¨®n de su modo de verlo todo: como un regalo que la naturaleza le hace al arte. ?l derram¨® ese saber mirar tambi¨¦n como un modo impar de la amistad.
Era un reportero ilustre, un entrevistador exigente, un novelista que hurgaba en el alma propia con la insolencia del que a la vez que escribe borra o rompe los espejos y otros cristales que le sobran. Era la suya una escritura abundante con la que, sin embargo, persigui¨® la desnudez: los que lo ve¨ªamos escribir ante su teclado, en EL PA?S, nos asombr¨¢bamos de su modo de escribir y de desescribir casi simult¨¢neamente, luchando siempre contra su propia inspiraci¨®n para que ¨¦sta no le devolviera ocurrencias sino s¨ªntesis. Lo que se puede decir de su escritura vale para su pintura, y viceversa. Todo en ¨¦l era color, hasta el ¨²ltimo suspiro que fue tambi¨¦n una invocaci¨®n del horizonte. ¡°Y yo nado para alcanzarte¡±, fue lo ¨²ltimo que le vi escrito. Y su ¨²ltimo texto en EL PA?S, el ¨²ltimo 28 de julio, se titul¨® ¡°?Qu¨¦ resuena, nos asombra o nos da sombra hoy precisamente mediante su altura?¡±. Y la primera vez que su nombre reson¨® en EL PA?S fue en la p¨¢gina que le dedic¨® Alfredo Rela?o, en 1981, a su libro El f¨²tbol: mitos, ritos y s¨ªmbolos, que no fue el ¨²nico que dedic¨® a un deporte del que sab¨ªa tanto como del alma o de la pintura.
EL PA?S fue su casa desde 1982, cuando Juan Luis Cebri¨¢n lo trajo como Jefe de Colaboraciones. Fue sucesivamente responsable de Opini¨®n y de Cultura y suplementos culturales. Dio entrada al peri¨®dico a j¨®venes y a veteranos, signados todos por la modernidad que ¨¦l mismo representada, y rompi¨® moldes en la prensa espa?ola con su dedicaci¨®n ins¨®lita a lo que era imposible convertir en materia period¨ªstica, como el alma, por ejemplo. Antes de EL PA?S dio curso a su modo de hacer en Gaceta Ilustrada y en Cuadernos para el Di¨¢logo, entre otros medios. Aunque era un ser asilvestrado de natural, convivi¨® en todos estos lugares de buen periodismo como un soldado m¨¢s, y en EL PA?S, donde coincidi¨® con tanta gente diversa, fue recibido, en 1982, y despedido este martes mismo, cuando ya no podremos contar ni con su sabidur¨ªa ni con su capacidad de consuelo, como un compa?ero de conducta ejemplar con toda la escala de trabajadores.
Vicente Verd¨² estuvo casado con Alejandra Ferr¨¢ndiz, ilicitana como ¨¦l, madre de sus tres hijos, Eduardo, Juan y Sole, que les han dado cuatro nietos. De Alejandra enviud¨® en julio de 2003. Con ella escribi¨® un libro memorable, porque era ins¨®lito tratar un asunto as¨ª como ellos lo hicieron en la Espa?a de 1974: Noviazgo y matrimonio en la burgues¨ªa espa?ola. Recibi¨® todos los premios concebibles como periodista espa?ol, entre ellos el Jos¨¦ Mar¨ªa Pem¨¢n, el Miguel Delibes, el Julio Camba¡
Dos libros escondieron con elegancia, y tambi¨¦n con iron¨ªa, el mal final, ese funeral latente que la vida prepara acaso para darle m¨¢s luz a la existencia. Esos libros fueron La muerte, el amor y la menta, presentado en febrero de este a?o. Ese libro entronc¨® con aquel manifiesto po¨¦tico sobre la vida, Si usted no hace regalos le asesinar¨¢n. El ¨²ltimo en aparecer, su ¨²ltima primavera, fue Tazas de caldo, donde incluye retazos de una autobiograf¨ªa que fue escribiendo, y escondiendo, tambi¨¦n en la pintura.
Ah¨ª, en ese ¨²ltimo libro, dice: ¡°Y los buenos hijos nos dan amor de comer¡±. Ahora no se quedan hu¨¦rfanos tan solo sus hijos o sus nietos. Vicente Verd¨² deja atr¨¢s una amistad innumerable, una admiraci¨®n que traspasa los l¨ªmites del buen compa?erismo.
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