Formas de escalar ¡®La monta?a m¨¢gica¡¯
La novela hab¨ªa invernado en la casa cerrada durante nueve meses y este verano he vuelto a ella una vez m¨¢s, con solo alargar la mano desde la cama
Como quien bebe de una fuente que nunca cesa de manar, este verano he vuelto a La monta?a m¨¢gica, de Thomas Mann, libro que reencontr¨¦, olvidado en la mesilla de noche desde el a?o pasado, con la se?al de la p¨¢gina en la que abandon¨¦ su relectura al final de las vacaciones. La novela hab¨ªa invernado en la casa cerrada durante nueve meses y este verano he vuelto a ella una vez m¨¢s, con solo alargar la mano desde la cama.
Comenc¨¦ a leer, o m¨¢s bien a escalar, trabajosamente la novela de Thomas Mann a los 18 a?os, en el Voramar de Benicasim. Durante aquellas vacaciones de verano sol¨ªa escuchar las historias que, por la tarde, en la terraza del hotel contaba el doctor Manuel Rozal¨¦n, un m¨¦dico represaliado, locuaz, sabio y humanista, quien a su vez se sent¨ªa feliz solo con que le dejaras hablar. Era como el doctor Settembrini, el personaje de La monta?a m¨¢gica. Pero en aquel rinc¨®n de las villas la monta?a m¨¢gica era un balneario de termalismo mar¨ªtimo situado cerca del hotel, a la altura de unos 40 metros sobre el nivel del mar. Para llegar hasta all¨ª hab¨ªa que pasar por el apeadero del ferrocarril junto al oratorio y subir un centenar de pasos por un sendero bajo los pinos. Entre otros clientes que solo iban a darse ba?os de barro y de algas, en aquel establecimiento hab¨ªa tambi¨¦n paral¨ªticos en sillas de ruedas, artr¨ªticos y asm¨¢ticos. Como en la novela de Mann, el doctor Rozal¨¦n se refer¨ªa a aquellos enfermos como ¡°la gente de arriba¡±, que al mediod¨ªa bajaban a la playa para tomar el sol y meterse en el agua, ayudados por enfermeras. Los veraneantes del Voramar se denominaban a s¨ª mismos ¡°la gente de abajo¡±.
¡°?Qu¨¦ era, pues, la vida?¡± ¡ªle¨ªa yo entonces en la novela de Thomas Mann¡ª. La vida era calor, una fiebre de la materia, un equilibrio de placer y dolor, era una materia esponjosa hecha de agua, prote¨ªnas, sales y grasas, eso que llamamos carne que luego se convierte en forma, en elevada imagen de belleza sin que deje la sensualidad y el deseo. Materia org¨¢nica en continua composici¨®n y descomposici¨®n, de nutrici¨®n y excreci¨®n, un soplo excretor de anh¨ªdrido carb¨®nico y sustancias nocivas de procedencia y naturaleza oscuras¡±.
Del mismo modo que la imagen de la vida se revelaba a los ojos del joven Hans Castorp, el protagonista de la novela, que reposaba mirando el valle cristalino de la monta?a suiza de Davos, envuelto en mantas y pieles, y trataba de sublimar la carnalidad de su cuerpo, as¨ª cre¨ªa yo que el mar podr¨ªa liberarme de todas las excrecencias religiosas, de la moral, de cualquier clase de maldad e incluso del terror a la muerte. ?Qu¨¦ era la enfermedad si no un desorden de la naturaleza?
En aquel paisaje tan armonioso, el sonido perenne del oleaje lo interrump¨ªa cada ma?ana la campana del oratorio, que llamaba a misa, a cuyo reclamo muchos burgueses de las villas acud¨ªan muy acicalados con mantillas y corbatas. El sonido de la campana estaba distorsionando tambi¨¦n el equilibrio de la naturaleza. Aquel verano, mientras trataba de escalar por primera vez La monta?a m¨¢gica, decid¨ª dejar de lado la misa del domingo y sustituirla a las doce del mediod¨ªa por un ba?o en el mar, y realizarlo como si se tratara de un acto lit¨²rgico. ?No era, acaso, el mar un dios m¨¢s asequible, m¨¢s profundo, al que bastaba con abrazarlo desnudo para sentirte pose¨ªdo por su belleza?
Pero en la terraza del hotel Voramar el doctor Rozal¨¦n, mi Settembrini particular, durante horas de charlas ante la ca¨ªda del sol por detr¨¢s de las Agujas de Santa ?gueda, me revel¨® el misterio de la cara oculta de la Guerra Civil. Fue de labios de aquel m¨¦dico represaliado y humanista que supe por primera vez de los cr¨ªmenes del franquismo. A medida que el doctor me hablaba de los hechos terribles que hab¨ªan sucedido en el bando nacional, algunos de los cuales sin que yo me apercibiera que estaban vigentes todav¨ªa a nuestro alrededor, sufr¨ª la misma angustia del ni?o que se adentra en una gruta llena de sombras inquietantes que le atraen y al mismo tiempo le causan terror. Aquella revelaci¨®n hoy se llama Memoria Hist¨®rica, una nueva y distinta narraci¨®n de aquella guerra fratricida que a los ni?os de mi generaci¨®n nos fue hurtada bajo los himnos patri¨®ticos que cant¨¢bamos en la escuela. Seg¨²n las palabras de aquel doctor Settembrini del hotel Voramar, el odio civil entre los espa?oles era una grave enfermedad contagiosa, casi siempre mortal, que hab¨ªa que superar, y la reconciliaci¨®n una nueva monta?a m¨¢gica que hab¨ªa que escalar. En mi caso recuerdo aquel verano ya tan lejano como el de mi iniciaci¨®n a una espiritualidad de los sentidos y tambi¨¦n del primer germen de mi conciencia pol¨ªtica, el otro rostro de la historia.
Babelia
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