El maestro desmedido
La hija de Leonard Bernstein y su asistente publican sendas biograf¨ªas del director y compositor. Fumaba cuatro paquetes diarios y se manten¨ªa activo mezclando las anfetaminas con el alcohol
Hay quien tiene la suerte de ser bien recordado. Desde la muerte de Leonard Bernstein en 1990 se han publicado varias cuantiosas biograf¨ªas, pero este a?o, en su centenario, acaban de aparecer dos libros de personas que estuvieron muy cerca de ¨¦l y fueron simult¨¢neamente testigos, beneficiarios y v¨ªctimas de esa proximidad: su hija mayor, Jamie Bernstein, y el que fue su asistente personal durante unos cuantos a?os, cerca del final de su vida, Charlie Harmon. A Jamie Bernstein le llamaban en la escuela famous father girl, y ese es el t¨ªtulo que ha puesto al relato de su vida. El de Harmon se titula On the Road and Off the Record with Leonard Bernstein. La diferencia de las perspectivas enriquece el retrato del personaje, el contraste entre la figura p¨²blica y la persona privada, las dos marcadas por una propensi¨®n a la desmesura que estaba igual en su manera de dirigir y en su trabajo como compositor.
Leonard Bernstein lleva muerto casi 30 a?os y pertenece a una ¨¦poca abolida de la cultura musical, y m¨¢s todav¨ªa de la industria discogr¨¢fica. Pero la abundancia de celebraciones en su centenario y hasta su presencia numerosa y muy difundida en YouTube revelan una capacidad de perduraci¨®n muy superior a la de otras luminarias musicales de su tiempo. Bernstein, seg¨²n atestiguan su hija mayor y su asistente, era un hombre egoc¨¦ntrico, muy sensible al halago excesivo y a la adoraci¨®n religiosa que han suscitado algunos grandes directores de orquesta. Pero tambi¨¦n padec¨ªa una inseguridad ¨ªntima sobre el valor verdadero de su trabajo como compositor. Viajaba por el mundo siendo agasajado por los ricos y los poderosos y por las celebridades internacionales con las que compet¨ªa en popularidad: pero igual que recib¨ªa cr¨ªticas enfervorizadas, tambi¨¦n, sobre todo en Estados Unidos, era el blanco de ataques devastadores. Tampoco en eso parec¨ªa que hubiera ninguna medida: en 1943, a los 25 a?os, sustituy¨® en el ¨²ltimo momento a Bruno Walter, que ten¨ªa gripe, en el podio de la Filarm¨®nica de Nueva York y fue aclamado como un joven maestro; poco m¨¢s de 10 a?os despu¨¦s le lleg¨® el ¨¦xito masivo y perdurable de West Side Story. Pero en muchas otras ocasiones tuvo fracasos abismales, agravados por una sa?a de la cr¨ªtica que parec¨ªa as¨ª tomarse la revancha por tanta gloria, tanto brillo mundano, tanta popularidad m¨¢s propia de una estrella de la televisi¨®n o de la m¨²sica pop que de un severo compositor cl¨¢sico.
Bernstein se angustiaba por la falta de tiempo para componer, pero se resist¨ªa a una nueva gira o una ceremonia en su honor
Nadie, hasta Leonard Bernstein, hab¨ªa hecho un proselitismo abierto y generoso de la m¨²sica cl¨¢sica m¨¢s all¨¢ de la ¨¦lite de los entendidos. Su hija Jamie dice de ¨¦l que era un maestro vocacional que le explicaba con la misma claridad y respeto una sonata de Beethoven que una canci¨®n de los Beatles. La desmesura, la hiperactividad de Leonard Bernstein lo llevaban con la misma energ¨ªa a lo mejor y a lo peor, alimentaban inseparablemente su exhibicionismo y su necesidad de halago y su vocaci¨®n educativa, su defensa apasionada de causas progresistas en la ¨¦poca del macartismo y luego en la de los derechos civiles y la guerra de Vietnam, su empe?o esclarecido por promover las obras de compositores hasta entonces ignorados o desde?ados. Dec¨ªa que ense?ar y aprender son dos tareas inseparables: ense?ando al p¨²blico conservador de la m¨²sica cl¨¢sica la admiraci¨®n por Mahler o Charles Ives, Leonard ?Bernstein aprend¨ªa de esos dos maestros y se empapaba de ellos.
Jamie Bernstein y Charlie Harmon cuentan la vida cotidiana de un hombre sin sosiego que se somete a giras agotadoras por medio mundo, a todo tipo de homenajes y celebraciones pomposas; y que despu¨¦s de un concierto y de una cena de mucho protocolo social sigue bebiendo y charlando hasta el amanecer, buscando aventuras sexuales inmediatas. Terminaba un concierto empapado de sudor, pero ten¨ªa la convicci¨®n, deplorable para sus allegados, de que una dosis prolongada de desodorante evitaba la necesidad de una ducha. Fumaba cuatro paquetes diarios y beb¨ªa grandes vasos de Ballantine¡¯s con hielo. Se manten¨ªa activo mezclando las anfetaminas con el alcohol. Padec¨ªa un insomnio que ya no aliviaban los somn¨ªferos. Daba grandes abrazos y besaba a todo el mundo en la boca, hombres y mujeres. Era esa figura desmedida del genio sin limitaciones ni reproches que tuvo tanto ¨¦xito en las artes del siglo XX: una gloria universal que se parece al culto a los dictadores y que probablemente conduce al delirio.
Leonard Bernstein se angustiaba por la falta de tiempo y de sosiego para componer, pero no sab¨ªa o no quer¨ªa resistirse a una nueva gira, a una ceremonia conmemorativa en su honor. Su hija Jamie dejaba de verlo durante largas temporadas, y cuando estaba cerca no siempre encontraba el momento de reunirse de verdad con ¨¦l, porque era uno de esos hombres muy sociables que prefieren estar en compa?¨ªa de m¨¢s de una persona. Charlie Harmon era mucho m¨¢s joven y estaba m¨¢s sano, pero los viajes y los compromisos lo hac¨ªan vivir en un perpetuo duermevela de agotamiento. Una presencia tan exagera como la de Leonard Bernstein impone una tiran¨ªa psicol¨®gica e incluso f¨ªsica a la que los dem¨¢s han de resistirse para conservar una medida suficiente de autonom¨ªa personal. La suma de hiperactividad y talento y atractivo y puro ego¨ªsmo envuelve a quienes est¨¢n cerca en la espiral de un hurac¨¢n que les succiona las fuerzas y los debilita y puede anularlos. La mujer de Bernstein, Felicia, una actriz que abandon¨® su carrera para cuidar de ¨¦l, acab¨® abatida por la energ¨ªa mani¨¢tica y la promiscuidad er¨®tica de un marido que la dej¨® por un hombre muy joven con el que se exhib¨ªa sin reparo, y que regres¨® con ella cuando supo que iba a morir de c¨¢ncer. Ya muy enferma, desde el otro lado de la mesa familiar, Felicia lo se?al¨® con el dedo y le hizo una profec¨ªa : ¡°Morir¨¢s solo como una maricona vieja y amargada¡±.
Pero al final, en los dos libros, junto al testimonio l¨²cido de vanidades y caprichos desp¨®ticos, lo que queda es afecto filial y gratitud: cada uno a su manera, la hija mayor y el asistente se reconocen como herederos de la generosidad de Leonard Bernstein, de su vocaci¨®n pedag¨®gica, del esplendor de su m¨²sica, la que dirigi¨® y la que compuso. Esa generosidad expansiva y democr¨¢tica, a la manera de Walt Whitman, esa mezcla del clasicismo europeo y el jazz y los aires jubilosos de Broadway son tambi¨¦n para nosotros la herencia perdurable de Leonard Bernstein.
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