Y ahora, ?a qui¨¦n le pregunto?
Paco Calvo era Calvo Serraller. Siempre hab¨ªa sido Calvo Serraller, hasta que empec¨¦ como becaria en este peri¨®dico
Paco Calvo era Calvo Serraller. Siempre hab¨ªa sido Calvo Serraller, hasta que empec¨¦ como becaria en este peri¨®dico. Aqu¨ª era Paco Calvo: no es para menos, formaba parte de estas p¨¢ginas desde el principio, desde hace 42 a?os.
Para m¨ª era el profesor de Impresionismo y de otras tantas asignaturas, ese catedr¨¢tico, profesor de clases interesantes para una alumna entusiasmada por los Van Gogh, Monet, Sisley... y que nunca comprendi¨® sus ex¨¢menes: un minuto o menos por diapositiva. Las pon¨ªa y solo ped¨ªa autor y fecha, ?de obras datadas y firmadas? La mayor¨ªa de las de este periodo lo est¨¢n, ¨²nicamente hab¨ªa que afinar la vista. Lo que importaba eran sus clases; el examen, no tanto.
A ¨¦l tambi¨¦n parec¨ªa importarle el pincho de tortilla y el tomate picado que se pas¨® un curso comiendo cada d¨ªa. Hace bastantes a?os ya, la Facultad de Geograf¨ªa e Historia de la Universidad Complutense tuvo la cafeter¨ªa cerrada una temporada por obras. Algunas barras port¨¢tiles ocuparon los pasillos para sustituirla. Tengo la sensaci¨®n de que ese curso comi¨® todos los d¨ªas lo mismo en el mismo sitio: la barra situada junto a la oficina de las becas Erasmus, cada d¨ªa a eso de las dos y algo. Me llamaba la atenci¨®n, nunca hablamos.
Tuve otra sensaci¨®n, el a?o pasado mientras paseaba por la Courtauld Gallery, en Londres. Un lunes, rodeada de impresionistas, esta vez de verdad y no en diapositivas. Son¨® el tel¨¦fono. Era ¨¦l. Era trabajo. Nadie hab¨ªa ido a por sus Extrav¨ªos (Los lunes cada 15 d¨ªas, un motorista iba a su casa a recoger su texto mecanografiado. No, no ten¨ªa email, mandaba los textos a trav¨¦s de un mensajero). Lo solucion¨¦ revirada porque estaba de vacaciones. Al momento me llam¨® para darme las gracias y me sent¨ª volver a tercero de carrera, con su voz y los impresionistas a la vez. Me dur¨® poco el enfado. Tampoco me gustaba cuando sus columnas eran demasiado enrevesadas, para un p¨²blico especializado. ¡°Paco, hagamos que todo el mundo entienda el arte¡±, pensaba. En clase, ¨¦l lo hac¨ªa.
Nunca pens¨¦ que compartir¨ªa charlas con ¨¦l sobre Antonio L¨®pez y los realistas de Madrid. Sobre su hija Marina cuando muri¨® y le dedic¨® un texto precioso; sobre Antigua (Guatemala), donde me encontraba a los pocos d¨ªas de estallar el Volc¨¢n de Fuego el pasado junio. Sobre Vel¨¢zquez y Jonathan Brown. Sobre Eduardo Arroyo. Los dos hab¨ªan quedado el 14 de octubre, pero ese d¨ªa muri¨® el pintor. La ¨²ltima vez que habl¨¦ con Paco me lo contaba y me entr¨® un escalofr¨ªo. Tambi¨¦n comentamos el a?o fren¨¦tico que hab¨ªa tenido Arroyo, como si no fuera a agotarse nunca a pesar de la enfermedad. Y era lo que le estaba pasando a ¨¦l. Quedamos en hablar, como siempre, porque le llamaba para consultarle mil cosas de arte. Y ahora, Paco, ?a qui¨¦n le pregunto?
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