El poema de la unidad
Joseph Campbell estudi¨® en los cuatro tomos de ¡®Las m¨¢scaras de Dios¡¯ los arquetipos comunes a toda humanidad
Estamos vivos, pero se nos ha olvidado. Peor todav¨ªa: se nos ha olvidado que lo hemos olvidado. Estamos vivos, pero pensamos, actuamos y nos organizamos como si estuvi¨¦ramos muertos. Una tragedia, invisible para la mayor¨ªa, que el mito deber¨ªa ayudarnos a visibilizar primero y a afrontar despu¨¦s. Porque el mito hace esto seg¨²n Joseph Campbell: ayudarnos a entrar en contacto con la experiencia de estar vivo. Algo para lo cual se necesita despertar a ese h¨¦roe que todos llevamos dentro (quiz¨¢ su libro m¨¢s conocido sea El h¨¦roe de las mil caras. Psicoan¨¢lisis del mito) y al que se han confiado las diferentes culturas para sostener sus valores, sus aspiraciones privadas y colectivas, y su energ¨ªa espiritual. Otra afirmaci¨®n de Campbell sobre el mito es que nos hace avanzar por la vida como por un poema (conectados a un ritmo esencial, atentos a las met¨¢foras y a los s¨ªmbolos, confiando en los pasadizos que abren los silencios en las palabras, organizando el pensar no con silogismos, sino con resonancias y armon¨ªas), un descubrimiento en s¨ª revolucionario porque la religi¨®n institucionalizada y sus c¨®digos derivados, desde la teolog¨ªa hasta el derecho, nos obligan a traducirlo a mala prosa cotidiana.
La obra entera de Joseph Camp??bell, y en especial los cuatro tomos de Las m¨¢scaras de Dios, intenta reconstruir el poema de la vida con los materiales que el mito le proporciona. Un poema muy deteriorado, el de la unidad de la raza humana m¨¢s all¨¢ de ¨¦pocas, mentalidades o geograf¨ªas, que hemos de restaurar antes de que sea demasiado tarde con los instrumentos de la arqueolog¨ªa, la filolog¨ªa, la filosof¨ªa, la psicolog¨ªa, la mitolog¨ªa y la religi¨®n comparadas, o el folclore. Una tarea de cuya urgencia dan cuenta los dos principios centrales que inspiran los tomos primero y ¨²ltimo de esta tetralog¨ªa. En ¡®Mitolog¨ªa primitiva¡¯, el autor sugiere que el ¡°profundo pozo del pasado¡± esconde partes del conocimiento que han quedado inacabadas o abandonadas, restos de sabidur¨ªa sobre los que hemos de interrogar tanto a los cazadores o plantadores de los or¨ªgenes como a los chamanes, los ni?os, los so?adores o los moribundos. O a ciertos escritores cercanos (¨¦l cita, entre otros, a Novalis, Schopenhauer, Kierkegaard, Goethe, Nietzsche, Melville o Thomas Mann) que hacen de puente, varios cientos de p¨¢ginas despu¨¦s, con las tesis de ¡®Mitolog¨ªa creativa¡¯. Aqu¨ª defiende la necesidad de que, invirtiendo el orden cl¨¢sico consagrado por la historia, en adelante los mitos se originen en experiencias individuales que no surjan de los dictados de la autoridad, sino de las intuiciones, los sentimientos y los pensamientos de personas dotadas con la gracia suplementaria de saber c¨®mo hacerlas comunicables. Estos ¡°maestros creadores¡± ser¨¢n modelos evocadores, no coercitivos; despertar¨¢n con su ejemplo a la humanidad dormida, y nos revelar¨¢n que el verdadero para¨ªso es darse cuenta de que dentro de uno est¨¢n todos los dioses.
Campbell, que enuncia el objetivo de este trabajo como ¡°el primer esbozo de una historia natural de los dioses y los h¨¦roes¡±, se detiene en episodios ejemplares (que narra de manera tan hipn¨®tica como Heinrich Zimmer, del que fuera amigo y de cuyas obras p¨®stumas fue editor, y tan inspirada y transversal como Jung, otro de sus principales referentes), ciclos mitol¨®gicos de Oriente y Occidente (consagra los tomos intermedios a ellos: ¡®Mitolog¨ªa oriental¡¯ y ¡®Mitolog¨ªa occidental¡¯), temas (el ego, el amor, la muerte, la madre virgen y el nacimiento milagroso, el diluvio, el estado, la cruz y la media luna, el dios perdido, las supersticiones, el ¨¦xtasis, el animal tot¨¦mico, el sufrimiento, el juego, el misterio, la luz, el demonio, la servidumbre, el asombro y decenas m¨¢s que en bastantes ocasiones est¨¢n acompa?ados de ilustraciones) o figuras arquet¨ªpicas (el caballero de la triste figura, el vidente, el profeta, Isolda, Elo¨ªsa, Galileo, Cristo, Buda, Krishna). Materiales heterog¨¦neos que hace sonar como una sinfon¨ªa (la palabra es suya) y que teje sin perder el hilo en ning¨²n momento porque lo que le mueve, algo que deja claro desde el pr¨®logo, no es alardear de erudito, aunque pocos lo sean como ¨¦l, sino quitarle pesos y opacidades al mundo mientras restituye o reescribe el poema de la vida verdadera.
?Qu¨¦ haremos, entonces, con este poema con mil caras y voces del que hablan, desde dentro de Las m¨¢scaras de Dios, las diversas mitolog¨ªas? Campbell tambi¨¦n se anticipa a esta pregunta: las personas razonables lo usar¨¢n para fines razonables; los poetas, para fines po¨¦ticos, y los insensatos, para la necedad y el desastre. Intuimos qui¨¦nes protagonizan este tercer camino, y por eso mejor apartarlos del nuestro, as¨ª que confiemos en que los otros dos lo utilicen para hacernos m¨¢s amplios y profundos, m¨¢s fluidos y sofisticados, m¨¢s intemporales y l¨²cidos, m¨¢s libres y trascendentes, m¨¢s sobrenaturales y limpios. Y para recordarnos que recordemos que estamos vivos de una vez por todas.
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