Sacar las sucias manos del diccionario
Desde el punto de vista de la diplomacia cultural las tareas de las Academias son cuesti¨®n de Estado, pero su independencia es irrenunciable
La lengua espa?ola es una de las cuatro m¨¢s habladas en el mundo, solo superada por el chino mandar¨ªn, el hindi y el ingl¨¦s. Pero, contra lo que muchos suponen, su extensi¨®n y fortaleza no se produjo tanto durante la etapa de la colonia como a partir de la independencia de las rep¨²blicas americanas. En opini¨®n de los estudiosos, no m¨¢s de dos millones y medio de personas eran hablantes del espa?ol a principio del siglo XIX, lo que equival¨ªa a un porcentaje exiguo de la poblaci¨®n. Eso se debi¨® en gran medida al empe?o evangelizador de los misioneros. Comprendieron que su apost¨®lica tarea ser¨ªa m¨¢s r¨¢pida y efectiva si ellos aprend¨ªan las lenguas amerindias y no se empe?aban en obligar a los ind¨ªgenas a estudiar el castellano. Algunos historiadores creen tambi¨¦n que, pese a los esfuerzos de la Corona por la extensi¨®n de la lengua del imperio, muchos de sus administradores tem¨ªan que un conocimiento que traspasara el uso coloquial del idioma por parte de los esclavos indios y negros fuera contra los intereses del poder.
Con ocasi¨®n del nacimiento de las nuevas rep¨²blicas, el uso del espa?ol fue objeto de virulentas descalificaciones por parte de sus l¨ªderes. Se trataba de borrar cualquier vestigio de la etapa colonial al tiempo que se buscaban nuevos signos de identidad para la revoluci¨®n. Dichas propuestas fueron especialmente innovadoras en Argentina, apadrinadas por lo que se llam¨® la generaci¨®n del 37, de la que se considera miembro a Domingo Faustino Sarmiento, el gran estadista e intelectual rioplatense. Compa?ero suyo en los c¨ªrculos literarios y pol¨ªticos fue, entre otros, Juan Bautista Alberdi, que lleg¨® a proponer, como probablemente tambi¨¦n Sarmiento quer¨ªa, que el idioma oficial de la Argentina fuera el franc¨¦s. La casi totalidad de los revolucionarios, a comenzar por San Mart¨ªn, eran afrancesados y no tiene nada de extra?ar que al levantarse contra la decadencia del imperio hispano abrazaran la cultura y la lengua francesa como s¨ªmbolos de la liberaci¨®n. En cualquier caso, comprend¨ªan que el idioma pod¨ªa ser una enorme fuerza cohesionadora de los sentimientos nacionales.
Si no aseguramos la unidad del espa?ol con un c¨®digo com¨²n, ser¨¢n las m¨¢quinas quienes dir¨¢n c¨®mo se habla
Surgi¨® empero enseguida la preocupaci¨®n de que, desaparecido el imperio, se fragmentara su lengua y el castellano sufriera parecido destino al del lat¨ªn, v¨ªctima de la variedad dialectal que comenzaba a extenderse de manera aut¨®noma. El gran intelectual venezolano Andr¨¦s Bello, maestro de Bol¨ªvar e inspirador de muchas de sus ambiciones, sali¨® al paso de esa amenaza proponiendo una normativa general para el espa?ol en Am¨¦rica, frente a las tesis de Sarmiento. Este, ante lo que consideraba el elitismo Bello, se erigi¨® en rotundo defensor del pueblo como verdadero autor del idioma, y era por tanto entusiasta de incorporar los numerosos pr¨¦stamos ling¨¹¨ªsticos de los inmigrantes a un pa¨ªs de escasa densidad de ciudadanos, en el que gobernar era poblar. Cuando Bello dio a luz su Gram¨¢tica de la lengua espa?ola destinada al uso de los americanos, su obra fue universalmente apreciada y contribuy¨® as¨ª a realizar en parte el sue?o que Bol¨ªvar no pudo llevar a cabo. La unidad pol¨ªtica de los americanos que hablaban espa?ol no pudo conseguirse, pero se logr¨® la unidad ling¨¹¨ªstica, bajo la que se ampara una diversidad inevitable y enriquecedora, existente tambi¨¦n en la antigua metr¨®poli. Y los dirigentes de las nuevas rep¨²blicas se esforzaron en la extensi¨®n del castellano, como lengua intelectual de prestigio, con reconocimiento social y ¨²til para la administraci¨®n p¨²blica.
Merece la pena recordar estos hechos cuando va a celebrarse, precisamente en Argentina, el Congreso Internacional de la Lengua Espa?ola. Las Academias espa?olas y latinoamericanas, a las que se sumaron despu¨¦s las de Estados Unidos, Filipinas, Guinea Ecuatorial y m¨¢s recientemente la del judeoespa?ol (ladino), tienen como principal misi¨®n mantener dicha unidad ling¨¹¨ªstica sin menosprecio de las variantes locales y aut¨®ctonas de cada regi¨®n que, lejos de debilitar, enriquecen la fortaleza del idioma. El Congreso va a tener ocasi¨®n de debatir el futuro del espa?ol en el entorno de la sociedad digital que supone una nueva amenaza para su fragmentaci¨®n, como se pone ya en evidencia en las redes sociales. Se espera con expectaci¨®n una ponencia del presidente de Telef¨®nica sobre el futuro del castellano en un mundo gobernado por la inteligencia artificial.
Hace ya mucho tiempo mantuve con el presidente de una gran multinacional tecnol¨®gica un di¨¢logo sobre cu¨¢l ser¨ªa la variedad del castellano que escuchar¨ªan las m¨¢quinas. ¡°Ese no es el problema¡±, me contest¨®, ¡°entender¨¢n cualquier entonaci¨®n, acento o dialecto. La cuesti¨®n no es c¨®mo van a o¨ªr, sino c¨®mo van a hablar¡±. El mundo de Internet es una creaci¨®n de la experiencia de los usuarios. Como las m¨¢quinas aprenden por s¨ª solas, comienzan a pensar e incluso incorporan ya inteligencia emocional, su interacci¨®n con los humanos y con otras m¨¢quinas puede acabar destruyendo la normativa unitaria que el castellano posee (una sola gram¨¢tica, un solo diccionario, una sola ortograf¨ªa). Para evitar el desastre es preciso ponerse a trabajar a fin de establecer alg¨²n tipo de c¨®digo que las m¨¢quinas acepten a la hora de tomar sus propias decisiones. Si no somos capaces de ello, ser¨¢n las m¨¢quinas mismas quienes dir¨¢n c¨®mo se habla el espa?ol, no los viejitos que asistimos cada semana a las reuniones acad¨¦micas.
Ante el IV Congreso de la Lengua Espa?ola celebrado en Cartagena de Indias insist¨ª en mi convicci¨®n de que una lengua tan unitaria como la nuestra puede convertirse en una verdadera arma de destrucci¨®n masiva (t¨¦rmino entonces en boga) frente a las injusticias y agravios que padecen los pueblos de Am¨¦rica Latina. Desde ese punto de vista, y de los intereses de la diplomacia cultural, las tareas de la RAE y sus Academias hermanas constituyen una cuesti¨®n de Estado, como oportunamente ha recordado el director de aquella. Pero son tambi¨¦n y sobre todo una creaci¨®n de la sociedad civil. Deben as¨ª huir del amor de los pol¨ªticos por las hip¨¦rboles y de las manipulaciones que el poder intenta. La independencia de las Academias, la de la ?Real Academia Espa?ola, es prioridad absoluta a fin de que puedan llevar a cabo la funci¨®n cultural y social que les corresponde. Las lenguas son instrumentos de comunicaci¨®n, y tambi¨¦n se?as de identidad individual y colectiva. Por eso hay que recordar a gobernantes y bur¨®cratas que para ayudar al futuro de la lengua espa?ola es preciso que saquen sus sucias manos del diccionario.
Juan Luis Cebri¨¢n es miembro de la Real Academia Espa?ola y presidente de honor de EL PA?S.
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