Z¨²?iga: memorias de un siglo
El escritor rinde un homenaje melanc¨®lico a la literatura en ¡®Recuerdos de vida¡¯, una autobiograf¨ªa marcada por la guerra, el af¨¢n de aprender y el amor por Madrid
"Qu¨¦ larga es la calle de la vida¡±. ¡°Qu¨¦ secreta es la calle de los a?os¡±. Dos brochazos. Cien a?os contados en 119 p¨¢ginas. Sobre la vida, sobre sus a?os escribe Juan Eduardo Z¨²?iga (Madrid, 1919) Recuerdos de vida (Galaxia Gutenberg). Dice en el brev¨ªsimo pr¨®logo de su recuento: ¡°Solo cuando sentimos que el final de la calle se acerca es posible repensar lo sucedido¡±. Est¨¢ todo, desde la infancia hasta el amor. La Guerra Civil en medio, con su destrucci¨®n y sus ruinas.
Sus paseos por la ciudad devastada ante sus ojos d¨¦biles e implacables. Son el sustento de su literatura, la que aparece en su Trilog¨ªa de Madrid. Su curiosidad es la ra¨ªz de su amor por el extranjero. Un cosmopolita sentado en un barrio de la ciudad devastada. Ante el Retiro, en sus calles o en sus tertulias, autodidacta radical que aprende idiomas eslavos. In¨²til para el cuartel, ni quiso la guerra ni la hizo, pero es la materia de sus pesadillas y de su escritura.
Recuerdos de vida es su autorretrato. Debe pesar Z¨²?iga tanto como en la adolescencia, flaco como un ¨¢rbol de verano. Sus gafas parecen haber nacido con sus ojos. Y sus sentencias son tan escuetas como esa apariencia. Im¨¢genes que son sus libros. Para empezar, la met¨¢fora que se le impuso ya en la narraci¨®n: ¡°En el invierno del a?o 1930 o 31 cay¨® en Madrid una gran nevada y, mediada la tarde, el jardincito que rodeaba nuestra casa de la calle General Zabala, en el barrio de Prosperidad, se fue blanqueando¡±. Esa pintura marca el libro, ¡°un escenario fascinante, m¨¢s a¨²n despu¨¦s, cuando se abrieron las nubes y la luna puso all¨ª su fr¨ªa luz¡±.
La prosa de Z¨²?iga est¨¢ marcada por esa visi¨®n. Y, aunque haya guerra o ruina, va y viene esa imagen hasta en Rosa de Madrid, acaso el mejor relato espa?ol del siglo XX. ¡°El imaginado arrebol matutino, el aire puro y helado de la madrugada contribuyeron a una idealizaci¨®n de la naturaleza y debieron de predisponer mi ¨¢nimo para el asombro ante aquel jard¨ªn blanco¡±. A?ade, por si hiciera falta: ¡°Solo muchos a?os despu¨¦s pens¨¦ si fue el trasfondo de una prematura vocaci¨®n literaria¡±.
Esa vocaci¨®n no tuvo apenas instrucci¨®n p¨²blica. Como si el paisaje de nieve le llevara de la mano a los libros. ¡°Escribi¨® Rilke en un poema: ¡®La noche es mi libro¡¯; pero alguien, un ni?o, podr¨ªa decir: ¡®La calma es mi libro¡±. Ese ni?o, temeroso del ¡°silencio total¡±, fue Z¨²?iga, lo es todav¨ªa. Su letra, con la que responde cartas o env¨ªa parabienes, parece hecha con un punz¨®n de pintar. Y este libro tiene la calma de la pintura y, a la vez, del asombro de descubrir ¡°los libros, de tocarlos, conservarlos, alinearlos en uno u otro orden y leerlos como consuelo cuando me rega?aban¡±.
Infancia, adolescencia y desasosiego. Visiones estremecedoras que luego fueron marca de agua (o de llanto) en sus relatos, di¨¢logos con la madre (¡°con quien yo m¨¢s hablaba¡±) que no se asombra de las visiones del muchacho. Espasa, la enciclopedia, lo lleva a Egipto y a Jap¨®n, y su pensamiento lo lleva, en Recuerdos de vida, a otro lugar: ¡°Hacia el tiempo lejano en el que una mujer me coge los dedos, muy blandos y peque?os, de la mano derecha y los coloca de forma que puedan asir un l¨¢piz con el cual apenas trazan en una hoja rayitas verticales¡±. Es en el instante (p¨¢gina 23) en que Z¨²?iga aprende a escribir. Con los dedos asidos de ese modo escribe a¨²n, sin punto de apoyo.
El libro est¨¢ hecho de instantes as¨ª. La mano sigue su aventura: ¡°En el fluir del tiempo, mi mano se hace firme, se oscurece la piel, la cruzan venas y secretas arrugas, los dedos se endurecen y as¨ª sujet¨® a?os y a?os la sencilla herramienta que sirve para escribir¡±. Es Z¨²?iga pesando ya sobre el papel, escritor que se va a descubrir a Turgueniev o a Pushkin o a Ch¨¦jov porque quiere escribirlos. Pero su asunto ser¨¢ Madrid nevado o roto. Obligado a oficios varios (en una f¨¢brica de discos, por ejemplo), hizo del Ateneo su capital de la lectura; en su gran biblioteca de fondos franceses comenz¨® a buscar todo lo relacionado con el siglo XIX y la huella de Turgueniev. Rusia era su destino natural, el objetivo de su viaje era la lengua rusa. ¡°Deb¨ª haber buscado un hogar, pero busqu¨¦ un pa¨ªs para ser su hijo¡±. El paisaje nevado sigue en su retina, y las lenguas eslavas, ¡°el sonido de esas lenguas¡±, se pegan a la m¨²sica de su escritura sobre Madrid.
Melancol¨ªa escrita
Rusia vino a Madrid cuando la ciudad sitiada, en 1937, acoge la celebraci¨®n del 20? aniversario de la Revoluci¨®n de Octubre. ¡°En la ciudad sitiada por las fuerzas franquistas, bombardeada y hambrienta, se alzaron grandes carteles, los alumnos de Bellas Artes decoraron fachadas de edificios y los peri¨®dicos publicaron trabajos sobre los acontecimientos y sobre escritores sovi¨¦ticos¡±. Ah¨ª vio por primera vez los caracteres cir¨ªlicos: ¡°Y quiz¨¢s en aquel momento quedaron mis ojos retenidos en un alfabeto que despu¨¦s me fue familiar¡±.
Conoci¨® pronto ¡°la inllevable soledad¡± de la juventud, ¡°los terribles a?os¡± de la guerra: ¡°A todas horas sobre la ciudad vibraba la b¨®veda invisible del tableteo de las ametralladoras, el estampido de los morteros y el ronquido de la aviaci¨®n con sus bombardeos¡±. Esas im¨¢genes son la inspiraci¨®n inevitable de su melancol¨ªa escrita. ¡°La ¨¦poca induc¨ªa a temeridades¡±, dice, ¡°y ahora reconozco haber andado por Madrid cuando los llamados ¡®obuses¡¯ ca¨ªan en cualquier barrio. No paraban de disparar los ca?ones de los franquistas colocados en la altura del monte Garabitas de la Casa de Campo, desde la que se dominaba el centro de Madrid¡±.
?l iba, de un lado a otro, ¡°con el abrigo ra¨ªdo y unas botas prestadas para no parecer un burgu¨¦s sospechoso¡±, y en el bolsillo llevaba ¡°un carn¨¦ de colaborador de la Cruz Roja¡± que le consigui¨® su padre. Ese al que describe ah¨ª, con el abrigo ra¨ªdo, caminando entre obuses, podr¨ªa ser a¨²n el Z¨²?iga que camina sin ser visto, como de lado, t¨ªmido en el libro, pero terminante y tierno, como para contar el amor. Pero eso viene mucho m¨¢s tarde, y es cuando se encuentra con Felicidad Orqu¨ªn, su mujer, y ya se hacen amantes, marido y mujer, inseparables en la risa y en la enfermedad. Ese retazo de su autobiograf¨ªa parece tambi¨¦n una historia rusa, oriental, japonesa; nace de su observaci¨®n y de la escritura sin temblor.
Z¨²?iga no solo ha escrito una memoria, sino que ha hecho un monumento de nieve, un homenaje a la escritura y a una vida manchada por la guerra, su tormento y su inspiraci¨®n. Cien a?os. 119 p¨¢ginas. Un resumen de 1.140 palabras nunca le har¨ªa justicia a este tan ¨ªntimo relato.
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