Descubrimiento de M¨¢rio de Carvalho
La novela del escritor portugu¨¦s est¨¢ atravesada de momentos supremos de expresi¨®n a los que damos el nombre de poes¨ªa
En una novela corta insuperable de Saul Bellow, Seize the Day ¡ªCarpe diem, en la edici¨®n espa?ola¡ª, hay un momento en el que es muy posible que el lector no repare. Es uno de mis momentos secretos preferidos de la literatura. Dos personajes conversan, uno de ellos fumando un puro. El narrador impersonal que cuenta la historia parece distraerse unos segundos de ella para observar algo del todo irrelevante: por efecto de la succi¨®n del fumador, la brasa avivada del puro convierte en una franja de ceniza blanca las hojas prietas de tabaco, que en vez de deshacerse y caer permanecen intactas unos segundos, conservando su forma, la lisura curvada, la l¨ªnea de las nervaduras. Es un detalle aislado, sin ning¨²n peso en la econom¨ªa de la trama, en el que ni siquiera reparan los personajes, absortos en una conversaci¨®n desolada y trivial.
Me acuerdo de la ceniza del cigarro de Bellow leyendo una novela de M¨¢rio de Carvalho, A sala magenta. El protagonista, un director de cine en horas bajas, en el declive de una carrera que nunca lleg¨® muy alto, pasa una convalecencia sombr¨ªa en la antigua casa de campo familiar, en la que ahora solo vive su hermana, en un bosque, cerca de un lago. Un d¨ªa, sentado en la orilla, perdido en rememoraciones dolorosas que siempre acaban cobrando la forma del remordimiento, observa una bolsa de pl¨¢stico que se eleva en el aire, impulsada hacia arriba por una corriente c¨¢lida, flota inm¨®vil, asciende, parece caer, se alza de nuevo, hinchada como una vela, o como un globo, o como un pulpo en el agua del mar. Es una bolsa com¨²n, de supermercado, de la cadena de supermercados portugueses Pingo Doce: cada vez que parece ir cayendo se levanta de nuevo, queda atrapada un momento en la rama de un ¨¢rbol, como tantas bolsas de pl¨¢stico; se desprende de ella, asciende por encima del agua, de nuevo como un globo, desaparece, y ya no se sabe m¨¢s de ella.
La bolsa de pl¨¢stico de M¨¢rio de Carvalho es tan irrelevante como el habano de Saul Bellow. Har¨ªa falta un retorcimiento de te¨®rico universitario de la literatura para encontrarles un sentido simb¨®lico. Ni las personas ni las cosas son s¨ªmbolos. Son lo que son, en una plenitud a la vez vulgar e irreductible que es la materia misma de la vida real y tambi¨¦n de lo mejor de la literatura y del arte, de esos momentos supremos de expresi¨®n a los que damos el nombre de poes¨ªa. La novela de M¨¢rio Car?valho est¨¢ hecha, atravesada, de detalles as¨ª: un ventanal que se abre a los tejados y al horizonte de Lisboa, seg¨²n avanza la claridad del amanecer; un hombre que sale del coche en la oscuridad de un aparcamiento y es asaltado por sombras que le murmuran amenazas al o¨ªdo y lo derriban a golpes; un cuarto de hotel con las cortinas sucias en el que se encuentran dos amantes con una crudeza sexual despojada de ternura y muy pronto casi de deseo; la noche poblada de rumores de un bosque en el que ladran perros y suceden cacer¨ªas invisibles; una cig¨¹e?a que alza el vuelo a la orilla del lago; una peque?a pistola inexplicable sobre un escritorio; una fijaci¨®n amorosa alimentada no por la felicidad sino por la frustraci¨®n y prolongada en la memoria mucho despu¨¦s de su final.
Varias novelas de M¨¢rio de Carvalho est¨¢n traducidas al espa?ol. Yo no supe nada de ¨¦l hasta el verano pasado, en una librer¨ªa de Lisboa, cuando le ped¨ª a un conocido que me recomendara a escritores portugueses de ahora mismo, m¨¢s all¨¢ de los nombres habituales. Se?al¨® hacia una estanter¨ªa y me dijo: ¡°M¨¢rio de Carvalho¡±. Para un aficionado a la literatura no hay mayor alegr¨ªa que la del descubrimiento: el descubrimiento pleno, limpio de referencias y de prejuicios, de las trampas inevitables de la familiaridad. Para bien, y sobre todo para mal, muchas veces sabemos demasiado de un autor cuando abrimos un libro suyo. Es verdad que el lector extranjero puede carecer de claves necesarias, de datos de ambiente y de ¨¦poca que el nativo da por supuestos, y que le permiten una comprensi¨®n m¨¢s r¨¢pida. Pero esa comprensi¨®n tambi¨¦n puede ser enga?osa, porque lo priva a uno de un cierto grado necesario de inocencia, de encuentro a cuerpo limpio con el libro. En A sala magenta hay retratos sagaces e ir¨®nicos, incluso crueles, de personajes de una fauna entre intelectual y mundana que se repiten en cualquier ciudad de cualquier pa¨ªs, con las dosis habituales de mezquindad e impostura, de vanidad, de pura tonter¨ªa pretenciosa. Yo imagino que un lector portugu¨¦s creer¨¢ reconocer en ellos, con esa satisfacci¨®n que provoca la malevolencia, a modelos reales, y leer¨¢ otros nombres bajo los que tienen en la novela. Yo tengo la libertad de verlos como criaturas de la imaginaci¨®n de un novelista. Existen para m¨ª exclusivamente a partir de las palabras de las que est¨¢n hechos. Y deduzco su verdad no del parecido con personas reales, sino de su coherencia como personajes inventados, que pueden existir en Lisboa igual que en Madrid o en Nueva York o en Par¨ªs, pero que existen sobre todo, soberanamente, en esta novela de M¨¢rio de Carvalho.
Dejando aparte las divagaciones amargas de la memoria, toda ella sucede en un escenario claro y limitado, la casa de campo, el bosque, las orillas del lago. En esa precisi¨®n espacial encuentro un h¨¢lito como de drama de Ch¨¦jov: el contraste entre un lugar confinado y la amplitud y las lejan¨ªas del mundo; el amor a lo pr¨®ximo y la nostalgia de lo ajeno y lo perdido y la impaciencia y la imposibilidad de estar en otra parte. Pero hay algo m¨¢s de Ch¨¦jov, un aire de familia, el visitante formal que llega a la casa, la hermana que dedica su vida con toda naturalidad a una bondad tan compasiva que acepta o finge que acepta las mentiras que los dem¨¢s cuentan sobre s¨ª mismos para no contrariarlos. M¨¢rio de Carvalho escribe con un estilo llano que es tan eficaz en la descripci¨®n sumaria de un paisaje o de una corriente de conciencia, y que de pronto se alza en arrebatos visionarios, en conjuros de poes¨ªa antigua de la naturaleza. Las cosas son como son y as¨ª merecen ser celebradas. El director de cine charla con su hermana a la orilla del lago y una cig¨¹e?a levanta el vuelo a unos pasos de ellos. M¨¢rio de Carvalho se recrea en la narraci¨®n de ese vuelo y a?ade: ¡°Ninguno de los dos hermanos se dio cuenta¡±.
El sal¨®n magenta. M¨¢rio de Carvalho. Traducci¨®n de Antonio S¨¢ez Delgado. Xordica, 2013. 192 p¨¢ginas. 16,95 euros.
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