Italia, fulgor y eclipse
Ser italianos era una manera de ser m¨¢s sofisticados pol¨ªtica y culturalmente, m¨¢s flexibles, menos r¨²sticos
![Imagen de la pel¨ªcula de Bertolucci 'La estrategia de la ara?a' (1970).](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/HMD5NWRKBOIZ24LFEGUWRC3TAU.jpg?auth=90b6d63599ecbe1e952ab2c3c1ba4ca374d0450f45e30cc80b469d911e023f4d&width=414)
Miro con los ojos muy abiertos por la ventanilla del coche que me lleva de Perugia hacia Roma, a trav¨¦s de los campos verdes y las colinas boscosas de la Umbr¨ªa, en una ma?ana de principios de mayo en la que rachas breves de lluvia dejan el aire m¨¢s limpio todav¨ªa cuando se abre el cielo y vuelve el sol. Hay borgos fortificados en lo alto de las colinas, torres de iglesias, contrafuertes de castillos. En medio de los verdes relucientes tras la lluvia hay manchas blancas de acacias florecidas y vendavales de vilanos que flotan sobre la carretera. Al fondo est¨¢ el horizonte azulado de los Apeninos, desvaneci¨¦ndose en nubes oscuras y moradas que anuncian m¨¢s lluvia. Cada nombre escrito en un indicador es una promesa o un recuerdo, o las dos cosas a la vez: Firenze, Siena, Viterbo, Orvieto.
En Viterbo estuve una sola vez hace ahora algo m¨¢s de cuarenta a?os. Me acordaba del nombre de la Beatriz Viterbo de Borges y del jard¨ªn con monstruos esculpidos del duque Pier Francesco Orsini en aquella novela de Mujica Lainez que se le¨ªa mucho entonces, Bomarzo. La primera vez que vine a Italia y viaj¨¦ por estos mismos paisajes ten¨ªa 22 a?os. Un conductor amable y cultivado que se llamaba Angelo Mambrini nos recogi¨® en su coche a las afueras de Siena a mi amigo Nicol¨¢s y a m¨ª, y nos debi¨® de ver tan necesitados que nos llev¨® a su casa en un pueblo llamado Abbadia San Salvatore y nos ofreci¨® una comida espl¨¦ndida con el pan y el vino y los embutidos de esa tierra. El se?or Mambrini y su mujer nos acogieron, con una hospitalidad de hacendados antiguos, en una gran cocina con b¨®vedas de ladrillo y una larga mesa de madera. Recuerdo una umbr¨ªa de bosque y de niebla, una humedad de olores f¨¦rtiles de vegetaci¨®n, la casa en lo alto de una colina como las que tantos a?os despu¨¦s he visto sucederse desde la carretera. El se?or Mambrini hablaba con mi amigo Nicol¨¢s en lat¨ªn. Se asombraba de nuestra juventud, de nuestra pobreza, de nuestras ganas de aprender sobre Italia, de nuestro af¨¢n aventurero por recorrerla en autostop. Yo hab¨ªa pasado un curso entero en Granada estudiando el Quattrocento. Ir a Italia era ver con mis propios ojos incr¨¦dulos lo que hab¨ªa le¨ªdo en los libros, ver dilatarse ante m¨ª en toda su gloria tridimensional las im¨¢genes de las reproducciones. Algunos de los historiadores del arte m¨¢s admirables que conoc¨ªa eran italianos. Nadie sab¨ªa m¨¢s del arte romano ni lo explicaba mejor que Bianchi-Bandinelli. Cuando llegu¨¦ a Roma vi que los bandos de la alcald¨ªa pegados en algunas fachadas los firmaba nada menos que Giulio Carlo Argan, alcalde comunista de la ciudad y autor de una historia del arte moderno que acababa de traducirse entonces en Espa?a, y que uno le¨ªa y estudiaba con una admiraci¨®n sin desfallecimiento.
Pero Italia era entonces mucho m¨¢s que la Historia del Arte. De ella ven¨ªa un fulgor que iluminaba por igual el cine, la literatura, la m¨²sica, la pol¨ªtica. Casi sin darnos cuenta aprend¨ªamos italiano viendo aquellas pel¨ªculas subtituladas en las que adquir¨ªamos al mismo tiempo una educaci¨®n est¨¦tica y pol¨ªtica. El cine italiano del neorrealismo es una creaci¨®n colectiva tan poderosa, y probablemente tan irrepetible, como la de la pintura y la arquitectura del Quattrocento, como el teatro isabelino o la m¨²sica del clasicismo alem¨¢n. Ahora no hay ya pel¨ªculas que logren una presencia y un impacto como el que sol¨ªan tener muchas de las que se estrenaban en los primeros a?os setenta, o las que vinieron de golpe, como un gran alud jubiloso, inmediatamente despu¨¦s del final de la dictadura. En Madrid, en una sala de atm¨®sfera clandestina de la Filmoteca, yo hab¨ªa visto las primeras pel¨ªculas militantes de Bertolucci, Prima della revoluzione, La strategia del ragno. Despu¨¦s de la muerte de Franco llegaron todas las prohibidas hasta entonces, las m¨¢s temerarias de Pasolini, las de Visconti, las de Francesco Rosi, las desatadas invenciones visuales del viejo Fellini, exageradas como frescos de b¨®vedas barrocas.
Umberto Eco no era todav¨ªa el autor de multimillonarios best sellers, sino de aquel ensayo sobre los mass media y la cultura de consumo, Apocal¨ªpticos e integrados, que se vuelve m¨¢s actual cada a?o que pasa. En las lecturas de un aficionado exigente no faltaban nunca libros italianos: Calvino, Pavese, Natalia Ginzburg, Sciascia. Siempre estaban viniendo novedades estimulantes de Italia. Ten¨ªan un estremecimiento de belleza, de vitalidad, de irreverencia, tambi¨¦n en el ¨¢mbito de la pol¨ªtica. Igual que un historiador como Giulio Carlo Argan mostraba que se pod¨ªa escribir sobre arte desde una perspectiva marxista sin dogmatismos simplificadores ni jerga, o que en el cine de Pasolini y en el mejor de Bertolucci el compromiso pol¨ªtico no exclu¨ªa la audacia est¨¦tica, el Partido Comunista italiano parec¨ªa despojado de aquella sombr¨ªa rigidez estaliniana que aquejaba todav¨ªa a los comunistas portugueses de ?lvaro Cunhal y a los franceses de Georges Marchais. Con su elegancia personal, su elocuencia tranquila, su aire afable, Enrico Berlinguer representaba una izquierda limpia de ce?os inquisitoriales, francamente comprometida con el pluralismo pol¨ªtico y las libertades democr¨¢ticas.
Quer¨ªamos ser italianos. Ser italianos, para aquellos espa?oles muy j¨®venes que sal¨ªamos del aislamiento y la tosquedad de la dictadura, era una manera de ser m¨¢s sofisticados pol¨ªtica y culturalmente, m¨¢s flexibles, menos r¨²sticos, menos penitenciales en nuestras costumbres y en la ortodoxia de nuestras convicciones. Por supuesto que hab¨ªa mucho m¨¢s, zonas de negrura en las que tend¨ªamos a no fijarnos. El a?o de mi primer viaje feliz por Italia fue tambi¨¦n el del asesinato de Aldo Moro, la turbia cima sanguinaria del terrorismo de las Brigadas Rojas.
Ahora, en 2019, en Perugia, pongo las noticias en la habitaci¨®n del hotel y veo al vicepresidente Matteo Salvini neg¨¢ndose a conmemorar el aniversario de la Liberaci¨®n de Italia y haci¨¦ndose fotos junto al primer ministro h¨²ngaro sobre un fondo de barreras de alambre espinoso y torres de vigilancia que es la escenograf¨ªa espectral de otra Europa terrible. En un restaurante de gloriosa cocina popular hablo con un novelista y una profesora, los dos italianos y m¨¢s j¨®venes que yo, del fulgor de aquella Italia que casi pertenece m¨¢s a mis recuerdos que a los suyos, y que parece haberse eclipsado, no de golpe sino poco a poco, quiz¨¢s desde los tiempos de Berlusconi, o mucho antes, desde que el asesinato de Aldo Moro frustr¨® aquel posible gran acuerdo nacional de renovaci¨®n, el ¡°compromiso hist¨®rico¡± en el que se esforz¨® tanto Enrico Berlinguer. Justo estos d¨ªas las buenas noticias pol¨ªticas les llegan a algunos italianos desde Espa?a.
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